MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

AMLO, el megalómano

image

Un megalómano es aquel que se caracteriza por tener fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia, grandeza y una hinchada autoestima. Este egocentrismo desbordante cobra relevancia cuando el megalómano en turno es un gobernante: difícilmente escucha críticas y consejos; considera que sus puntos de vista son superiores, aunque su séquito de consejeros puedan ser especialistas en ciertos temas. A su vez, estos cercanos se convierten en oportunistas ramplones: son conscientes de las patochadas del gran jefe, pero se callan.

¿Andrés Manuel es un megalómano? Duda no cabe. Desde la fundación de su partido todo ha girado en torno a su figura, para nadie es un secreto que la vida democrática de esta fuerza política está supeditada a la voluntad de su fundador. Desde el inicio se equiparó, sin disimulos, con Juárez, Zapata, Madero. Y al tropel de políticos reciclados los presentó como la pléyade de personajes llamados a hacer una revolución pacífica para el bien de las mayorías, aunque varios de esos "nuevos" próceres hayan tenido -y sigan teniendo, como Bartlett- un pasado corrupto ampliamente conocido.

Hoy que ya son gobierno, son evidentes los esfuerzos para concentrar el poder en torno al presidente, anular los contrapesos o tenerlos bajo control. Para empezar, se sabe que el presupuesto tiene mecanismos para que el presidente disponga a su criterio de una bolsa de amplios recursos económicos, negando con ello la posibilidad de que otros actores políticos, como diputados y presidentes municipales (incluidos propios morenistas) puedan realizar obra pública. En la CNDH se ha impuesto una mujer estrechamente relacionada con Morena; la Suprema Corte ha perdido su filo crítico. El INE corre riesgo de ser manipulado por el ejecutivo federal. Simultáneamente, está su incansable perorata por descalificar a toda la oposición, desde la tradicional hasta la social: pitorrearse del feminismo, minusvalorar a los enfermos que protestan por falta de medicamentos y tratamientos; confrontar abiertamente a la prensa que no comulga con el régimen, etcétera. En pocas palabras, "nadie tiene derecho a cuestionarme, yo soy el que tiene la razón... siempre", ni siquiera los colaboradores más cercanos pueden disentir (recuérdese los argumentos de la renuncia del Dr. Carlos Urzúa, otrora Secretario de Hacienda). No tiene miramientos en sentirse "el iluminado". Su justificación radica en su supuesta superioridad moral. Siente que su ejemplo de no corrupción le dota de ventajas sobre otros. Pero no es calumnia poner en duda esta superioridad moral. El día 1 de marzo dijo en un mitin en Macuspana, Tabasco, que la mentira era conservadora y cosa del diablo. Agrego yo: siempre y cuando la mentira no venga de él. Verificado, un equipo de investigación periodística, comprobó, en los primeros 6 meses de gobierno, que el presidente miente o es impreciso en 56.5 % de sus afirmaciones. Se analizaron en total 92 frases, de las cuales resultaron: 28 Falsas (30.5%); 24 Engañosas (26%); 40 Verdades (43.5%). ¿López Obrador es consciente de ello? Le da igual. No siente que sea relevante tener o no la razón. Un día afirma que es importante el desarrollo económico, al otro lo desprecia. En una ocasión puede descalificar a un personaje, como ocurrió con Alfonso Romo y su incumbencia en el Fobaproa, actual jefe de gabinete; pero en otra puede alabarlo sin tapujos. Hoy que se publica el rampante negocio de Romo en la sobreexplotación de recursos hídricos a costa de la sequía de los pueblos mayas, nuestro presidente guarda sepulcral silencio.

Es veleidoso a su conveniencia. También puede ser impreciso y no sentir reparos en hablar de temas que no son su especialidad, bajo la consideración de que son temas supravalorados; afirma con una seguridad asombrosa, aunque sus aseveraciones resulten ser verdaderas pifias.

Umberto Eco, en un análisis sobre la novela francesa popular del siglo XIX, dice algo que viene a cuento: "al protagonista, al héroe, no se le pasa en ningún momento por la cabeza que el populacho pueda y deba decidir por su cuenta y por lo tanto nunca lo vemos iluminarlo, ni consultarle", Para AMLO el pueblo es sabio, pero nunca le consulta auténticamente, sólo lo utiliza como trasfondo para decisiones ya elegidas de antemano por él mismo (recuérdese las consultas sobre el tren maya o sobre el aeropuerto de Texcoco). Claramente su propósito no es educar políticamente al pueblo, por el contrario, le maquilla la verdad, lo confunde y lo distrae. El resultado: el fanatismo.

Las redes sociales corroboran esta verdad. En las conocidas contradicciones de López Obrador sus seguidores defienden lo indefendible, aun con pruebas en mano. Bajo el trillado recurso de que los malos resultados son consecuencia de las trampas de la oposición. Cuando quedó revelado que el gobierno federal solapó el caso de corrupción del Director de CFE, algunos seguidores del morenismo aseguraron que Bartlett era víctima y no victimario (sic). Y siempre reprochan al que critica: si no se criticó con la misma intensidad a las otras administraciones, es mejor guardar silencio. Este fanatismo perjudicial es comparable al peor de los radicalismos religiosos y, desde luego, podría ser equivalente a cualquier manifestación de fascismo.

Vistas así las cosas, la autoproclamada "Cuarta transformación" atenta contra la consciencia de la clase trabajadora. Enseñar a seguir y no a pensar; manipularla desde la desinformación y, para colmo, enseñarla a depender de las dádivas, de las migajas que son los programas asistenciales. Por eso al Movimiento Antorchista le tiene esa ojeriza sabida. Para todos aquellos que saben, (no por prensa, sino por hecho) lo que hace Antorcha -con y sin poder político- pueden dar crédito. No solamente paliar la miseria mediante la gestión de miles de obras públicas para comunidades y colonias maginadas en todo el país, sino también una serie de actividades encaminadas para que los grupos antorchistas aprendan, despejen su mente, cultiven ideas elevadas; desde conferencias y charlas de política, hasta presenciando actos culturales de alta calidad; promoviendo eventos nacionales artísticos, de teatro, canto, danza, declamación y poesía; impulsando permanentemente la actividad física y deportiva. Pruebas abundan. Curiosamente aquellas que varios medios de comunicación -no todos- deliberadamente no quieren ver. Esencia contra esencia, Antorcha apela a la inteligencia del pueblo, Morena al enojo e impulsos de éste. La primera educa, la segunda confunde y miente. El antorchismo se esfuerza porque las masas participen en la toma del poder, no solamente votando, sino organizándose permanentemente en asambleas y comités; los otros, usan al pueblo únicamente para hacerlo votar y luego ignorarlo. Morena espera que un supuesto superhombre los salve; el Antorchismo se ha propuesto educar al pueblo para que él mismo se libere y no siga dependiendo de la vieja clase política. Diferencias irreconciliables, indudablemente.

  • Etiquetas:

0 Comentarios:

Dejar un Comentario

Su dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados *

TRABAJOS ESPECIALES

Ver más