Una tragedia más. La nota la leí el día 24 de mayo pasado en el diario El País: “Matanza en una escuela de Texas: 19 niños y dos profesores asesinados a tiros”. Esta nueva tragedia se suscitó en Uvalde, una pequeña y tranquila comunidad de 16 mil habitantes del centro del Estado de Texas, a pocos kilómetros de la frontera con México, cuando un joven de 18 años, ingresó en la escuela primaria Robb, armado con una pistola y un rifle de asalto semiautomático, y comenzó a disparar a quien estuviera en su camino sin importar si eran niños, maestros o adultos. La conmoción social fue inmediata y las condolencias oficiales acostumbradas ya circulan por casi todos los medios.
Aunque la violencia homicida ya es un lugar común en muchas partes del mundo, atentar mortal e intencionalmente contra los niños en países donde no se conocen aún conflictos militares activos, es algo ya sumamente preocupante. Pero no sólo eso. El periódico El Universal informó el mismo día que la mayoría de los niños muertos eran hijos de familias latinas y pobres.
Y no podemos decir que fue este un suceso esporádico y aislado, como para pensar que tomó por sorpresa a las autoridades encargadas de la seguridad en el país norteamericano. El medio La Silla Rota en su edición del mismo día, nos dejó una lista macabra de sucesos que nos hablan bien de la actitud que el país, motivo del “sueño americano”, ha adoptado contra los niños y los jóvenes, sobre todo los más pobres. A continuación, transcribo parte de la nota del medio citado que tituló: “Los tiroteos escolares más espeluznantes en la historia de los Estados Unidos”. Veamos.
20 de abril de 1999; dos estudiantes mataron a 13 personas e hirieron a otras 23 en la escuela de Columbine, ubicada en Littieton Colorado; ambos se suicidaron después del ataque. 21 de marzo de 2007; el estudiante Seung Hui Cho asesinó a 32 personas, incluyendo a estudiantes y profesores, en la Universidad Politécnica de Virginia. Se suicidó posteriormente. 15 de febrero de 2008; siete personas murieron y 15 resultaron heridas después de que un estudiante abriera fuego en el salón de conferencias de la Universidad del Norte de Illinois. 2 de abril de 2012; un tiroteo en la Universidad privada de Oikos, al este de Oakland, California, resultando siete muertos y tres heridos. 14 de diciembre de 2012; Adam Lamza mató a 26 niños en una escuela primaria, ubicada en Newtown, Connecticut, antes de suicidarse.
La lista sigue. 1 de octubre de 2015; un tiroteo protagonizado por el joven Chris Harper Mercer acabó con la vida de diez personas y provocó heridas a otras nueve en un centro universitario de Oregón. 14 de febrero de 2018; un tiroteo registrado en la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas, de la ciudad de Parkland, en el sureste de Florida, dejó 17 personas muertas. Y finalmente, el 18 de mayo de 2018; un joven de 17 años mató a 10 personas en un instituto de Santa Fe, en el Estado de Texas.
Tres características comunes distingo en lo que acabo de referir: primera, el instinto asesino que tuvieron tiempo de adquirir y desarrollar los homicidas (todos eran jóvenes); segunda, la facilidad con que adquirieron las armas; y tercera, el instinto de asesinar en masa, como si se tratara de una acción de combate.
Por lo que sabemos, el derecho de los ciudadanos norteamericanos a portar armas, se basa en el texto de la Segunda Enmienda de la Constitución de los EE. UU. aprobada en 1791, como parte de una serie de modificaciones que posteriormente fueron conocidas como la Carta de Derechos, y que buscaba establecer límites al gobierno federal. En la Enmienda se lee que, “siendo una milicia bien regulada necesaria para la seguridad de un estado libre, el derecho del pueblo a tener y portar armas no será vulnerado”. Y, curiosamente, este derecho constitucional, antes que muchos otros de elemental justicia, es sumamente respetado. A ello se le debe sin duda, todas las muertes de estudiantes y maestros que he referido líneas arriba.
El medio BBC News Mundo del 18 de junio de 2016, luego de informar de una masacre en una discoteca de Florida donde murieron 49 personas, informó que, aunque no existían cifras oficiales ni un registro único que permitiera conocer cuántas armas hay en poder de civiles en los Estados Unidos, afirmaba que un estudio realizado por la organización Small Arms Survey en 2007, estimaba que en el país había unos 270 millones de armas de fuego en posesión de civiles, lo que ubicaba a EE. UU. como el país del mundo con mayor número de armas por cada 100 habitantes: 88.8. Dos estudios que se realizaron en 2013, señalan que el porcentaje de hogares estadounidenses en los que al menos uno de los miembros, tienen armas de fuego, oscila entre el 37% y el 43% (Centro de Investigaciones Pew, y encuestadora Gallup). También se dijo que, no obstante, todos los intentos por tratar de regular en el país el uso de las armas de fuego entre la población, todos han sido rechazados en el Congreso.
Y, ¿qué decir del instinto asesino de los jóvenes homicidas que refiero? Indudablemente que aquí mucho tiene qué ver la actitud guerrera del país norteamericano. En esto no me detengo porque eso es algo ya muy conocido. En gran parte del mundo, la OTAN, casi desde su fundación, nos da lecciones sobradas de esto. Sostengo que, en su afán por imponer en todo el orbe su modelo de producción, Estados Unidos se ha afanado siempre en crear en cada adolescente de su país, un posible combatiente mentalmente dispuesto a ir a matar impunemente en cualquier rincón del planeta.
El historiador Josep Fontana, en su intento por explicar la actitud belicista de EE. UU. para imponer su sistema de producción capitalista en todo el mundo, actitud de la que hoy se nutren indudablemente los jóvenes homicidas, citó en uno de sus trabajos una declaración de George Kenan, uno de los padres de la Guerra fría, quien afirmó así en 1948: “Tenemos alrededor del 50 por ciento de la riqueza del mundo, pero sólo el 6.3 por ciento de su población (…). En esta situación no podemos evitar ser objeto de envidias y resentimiento. Nuestra tarea real en el periodo que se aproxima es la de diseñar una pauta de relaciones que nos permita mantener esta posesión de disparidad sin detrimento de nuestra seguridad nacional” ¿Sin detrimento a la seguridad nacional? He aquí -digo yo-, la verdadera razón de por qué no se modifica la Segunda Enmienda de la Constitución norteamericana.
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