Las informaciones sobre el número de personas que formaban la enorme caravana de migrantes que entre el 5 y el 6 de junio de 2022 salió de Tapachula, Chiapas rumbo a la frontera sur de Estados Unidos son muy variadas; algunos dicen que son dos mil migrantes y otros, que hasta 15 mil. En lo que sí parece haber consenso es en que esta es la caravana de migrantes más grande que se haya visto. Y la población de Chiapas, así como los medios, ha visto salir otras, aunque las que se sabe que llegaron a la frontera sur son menos de las que salieron. La causa principal de que un hombre decida dejar toda su vida y emprender el peligroso camino de alcanzar los Estados Unidos es el hambre, es la pobreza, es la falta de oportunidad para vivir. La población migrante es, en su mayoría, jóvenes en edad de trabajar y con familia a la que procurar alimentación, casa, salud, educación; hombres y mujeres a los que las economías de sus países son incapaces de brindar un empleo que les reporte un ingreso para una vida digna.
La postración de las economías de los países de origen de los migrantes que alimentan la caravana de la que hablamos, tiene su origen en el desarrollo voraz del imperialismo estadounidense. Si Estados Unidos tiene el enorme excedente económico anual que reportan las estadísticas oficiales no es solo fruto de la capacidad productiva de las empresas norteamericanas, sino del permanente saqueo de riquezas naturales y producidas de otras naciones. Pero las empresas norteamericanas afincadas en su territorio requieren requiere mujeres y hombres que con su trabajo conserve y acreciente el capital invertido. Y, para que el crecimiento sea el máximo posible, el capital gastado en pagos de salarios, debe ser el mínimo. Por ello, para la economía norteamericana resulta vital la afluencia regular y sistemática de olas de migrantes.
De acuerdo con un estudio de académicos de las universidades de Harvard y Kansas, George Borjas y Hugh Cassidy, respectivamente, ambos libres de toda sospecha de pretender difamar a la economía estadounidense, en 2019 un trabajador indocumentado ganaba en promedio un salario 35% menor que un trabajador legal; y esta diferencia es mayor a medida que las poblaciones de trabajadores indocumentados son más grandes. Otro resultado de la misma investigación es que buena parte de la diferencia, de la brecha salarial se explica porque los trabajadores indocumentados realizan mayoritariamente los trabajos de por sí peor pagados -el cuento de siempre, se les paga menos porque de por sí contribuyen menos al valor del producto.
No se nos escapa que Estados Unidos es el país con más muertos por la Covid19. De acuerdo con los datos oficiales de la OMS, el número de decesos por esa causa en ese país rebasa el millón, de esos 1.5 mil son niños y sólo en California, casi alcanza la suma de 100 mil. Los grupos más afectados fueron los de los latinos y los negros, grupos en los que la pobreza también tiene mayor incidencia en ese país. Y eso no es todo. Tampoco desconocemos que desde hace ya un par de años, Estados Unidos padece una crisis en el consumo de drogas y en 2021 se registró un incremento en el número de muertes por esta causa al llegar a 107 mil fallecimientos: una muerte cada cinco minutos. ¿Cómo sobrevive un sistema con semejantes pérdidas?
El sistema económico estadounidense requiere trabajadores que ofrenden su vida al capital, que contribuyan a su incremento y acumulación. Las oleadas de migrantes obedecen a esa fuerza de atracción que se opera con el señuelo de mayores salarios. Un inmigrante que se convierte en trabajador ilegal le permite tratar con trabajadores de segunda, con menos derechos, incapaces de exigir los derechos laborales que conquistaron sus antecesores. La migración que hoy vemos se ve espoleada por la pobreza rampante, el desarrollo desequilibrado de las economías, la violencia y los estados fallidos, todos estos, fenómenos provocados por el capitalismo, la verdadera causa del sufrimiento de las millones de familias que arriesgan todo por el señuelo de una vida mejor
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