En el corazón de Tecomatlán, Puebla, cada dos años se enciende una llama que no solo alumbra el arte, sino que alimenta el espíritu de lucha y creatividad del pueblo: la Espartaqueada Cultural Nacional, organizada por el Movimiento Antorchista.
Este 2025, del 5 al 13 de abril, más de 28 mil artistas de todo el país se dieron cita para demostrar que el arte también es una herramienta de transformación social. Entre ellos, una presencia destaca por su entusiasmo, su ternura y su sorprendente talento: la niñez.
La participación infantil en las Espartaqueadas es un acto de resistencia ante un sistema que margina el arte y excluye a la niñez de los espacios de expresión.
Más de 8 mil 400 niños se prepararon durante meses para participar en esta edición, muchos de muy poca edad. La Espartaqueada Cultural no solo abre sus puertas a adultos y artistas consagrados, sino que abraza con fuerza a los más pequeños, desde la categoría Infantil A (kínder a tercer grado de primaria o hasta ocho años), y la Infantil B, niños de entre nueve y once años, reconociendo que la semilla de la cultura se planta mejor en el terreno fértil de los primeros años de vida.
Las disciplinas en las que participaron los niños son tan diversas como enriquecedoras: poesía individual y coral, canto, oratoria y danza y baile folklóricos.
Lejos de ser un simple escaparate artístico, estas expresiones son parte de un proyecto pedagógico y político más amplio: formar a una nueva generación con sensibilidad estética, conciencia crítica y amor por su pueblo.
El Movimiento Antorchista, con más de cincuenta años de historia, ha demostrado que la cultura no es un lujo reservado para unos pocos, sino un derecho del pueblo. Y más aun, que la cultura construida desde la infancia tiene un poder transformador profundo.
La participación infantil en las Espartaqueadas es un acto de resistencia ante un sistema que margina el arte y excluye a la niñez de los espacios de expresión.
Para Antorcha, educar en el arte es educar en libertad. Cada niño que recita un poema, cada niña que baila un jarabe tapatío, está aprendiendo a levantar la voz, a contar su historia y a defender su lugar en el mundo. Son pequeños artistas, sí, pero también grandes constructores de una cultura popular viva y combativa.
La Espartaqueada Cultural no termina con el último aplauso en el auditorio. Su legado se extiende a las comunidades, a las escuelas y a los hogares donde estos niños regresan no solo con medallas o diplomas, sino con la certeza de que son parte de algo más grande: un movimiento que cree en ellos y los impulsa a ser protagonistas de su historia.
En cada niño que hace arte, la cultura arde, y en cada Espartaqueada, Antorcha mantiene esa llama viva.
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