La guerra civil es una confrontación armada que ocurre dentro de un país. En México esa guerra existe, el número de muertos por violencia criminal así lo atestigua, pero no es de las instituciones armadas en contra de la ciudadanía, ni lo contrario, sino que se trata de una guerra civil manifiesta en la terrible inseguridad desatada, principalmente, por la delincuencia en contra del pueblo y de la ciudadanía en general.
Así que no basta decir que no hay problema con los pobres porque, “de por sí, los pobres no tienen nada”, lo cual es falso porque sí tienen, tienen su fuerza de trabajo, su propia vida, sus haberes y sus no haberes, aunque la mayor parte de su patrimonio esté constituido por deudas. Lo cierto es que, en esta guerra, quienes no corren ningún riesgo son los ricos más ricos, porque ellos con su dinero contratan guardias, circuitos cerrados de televisión, veladores y hasta perros mastines, para cuidar y proteger sus personas y sus bienes. Ellos no necesitan protección oficial alguna, pero cuando la solicitan, la obtienen.
El verdaderamente desamparado es el pueblo pobre, la ciudadanía indefensa. Y sobre ella se ceba la delincuencia, organizada o espontánea, la hambruna, el alcoholismo, las drogas, etc. Pero… ¿quién fomenta y promueve toda la violencia criminal? La espontánea la promueve el sistema político de gobierno, por cancelar la democracia y con ella todas las oportunidades de conseguir trabajo y buen salario, multiplicando con ello la pobreza y el número de pobres; la organizada la promueve los poderes fácticos, internos y externos, el endiosamiento del mercado y la acumulación financiera de capitales que, en su afán incesante de riquezas, no solo domina e impone a los mercados nacionales su dinámica, sino que, también impulsa la caída de gobiernos enteros o determina su funcionamiento allí donde quienes lo encabezan padecen de dependencia mental incurable respecto del imperio.
Y como lo demuestra la historia reciente a través de diversos ejemplos, allí donde particulares han querido auto defenderse de la violencia criminal de cualquier tipo, como en el caso de los Le Barón de Chihuahua, al final de cuentas los crímenes cometidos en su agravio quedan impunes o se exponen, los agredidos y sus familiares, a más actos represivos sobre ellos.
De acuerdo con lo expuesto, nuestro país no solo vive la crisis económica, la pandemia, la falta de obra pública, la pésima situación en materia educativa, etc., sino también una guerra soterrada, en la cual los pobres, el “pueblo bueno”, pone los muertos cada día. Pero no es eso todavía lo más grave, lo peor es el peligro de una guerra civil que, según varios politólogos y opinadores, se actualiza cada vez más, como lo atestigua el surgimiento repentino de grupos armados en diversas partes de la geografía nacional para contrarrestar, dicen, las acciones que los criminales han emprendido contra la ciudadanía; lo cual parece obedecer a los intereses de quienes impulsan guerras internas al interior de los países para negarles a estos su derecho a determinar el tipo de gobierno que quieran darse, o bien, para imponer gobiernos descaradamente títeres de la hegemonía imperial, en sustitución de algunos gobiernos incapaces que, definitivamente, nunca tuvieron brújula.
En consecuencia, si a lo anterior agregamos que se ha cancelado, de facto, la participación democrática por la “Cuarta Transformación”, y sus satélites, la tarea de educar, organizar y darle voz al pueblo trabajador, es heroica, patriótica e ineludible.
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