En el 32 aniversario de la colonia Citlalmina, ubicada en el municipio de Ixtapaluca en el Estado de México, se recordó cómo precisamente hace 32 años un grupo de 180 familias se unieron con Antorcha para adquirir un pequeño lote donde construir una humilde vivienda. Después de múltiples problemas y peripecias, el precio pagado por tamaña osadía (conseguir un lote para construir sus modestas viviendas) fue la de la represión de los solicitantes y la muerte de Gonzalo López Cid, uno de los mejores antorchistas en ese tiempo. La historia de tal hecho es larga de contar y ha sido referida en múltiples momentos y formas por el antorchismo mexiquense.
Lo cierto es que, en dicha colonia, como en muchísimas otras del país, se presentó el fenómeno de que los derechos establecidos solo están reconocidos por la ley, pero en la realidad, en los hechos, son letra muerta.
La ley reconoce que cada individuo tiene derecho a la vivienda, a la educación, a la salud etc., pero no define, no establece los mecanismos y no asigna los recursos necesarios para que se concreten dichos derechos. Es más, no hay ni siquiera la decisión verdadera, la voluntad seria de que esto se cumpla a pesar de que los artículos tercero y cuarto de nuestra Constitución nos dicen que tenemos estos derechos, pero nadie mueve un dedo y, por tanto, nadie ve cuándo ni cómo esos derechos pueden convertirse en realidad.
Los políticos, los partidos políticos y los intelectuales de café reivindican esos derechos; los manejan en sus discursos y hacen verdaderos panegíricos al respecto, pero todo queda en eso; en un reconocimiento verbal sin ninguna consecuencia práctica.
Por esa razón muchos grupos, obligados y urgidos por la necesidad de vivienda para familias pobres organizan grupos para adquirirlas, pero se encuentran con el hecho de no poder disponer de los recursos económicos para adquirirla o bien con un sinfín de dificultades legales que tienen que cubrir y, desesperados por no superarlos, se lanzan a invadir los predios, lotificarlos y entregárselos a quienes los necesitan. (No desconozco que hay verdaderos oportunistas y delincuentes que lucran con dicha necesidad, pero ese es un tema que se puede abordar en otra colaboración)
El resultado es que muchas veces la venta y adquisición no es legal y la invasión de los predios pone a los invasores fuera de la ley.
En estas condiciones se hace evidente una contradicción: el derecho que se reconoce de que los ciudadanos tangan una vivienda digna no coincide con la realidad y cuando estos, desesperados, hacen valer, a su manera, ese derecho porque les asiste la razón, resulta que razón y derecho no coinciden.
La razón les grita que tienen derecho a la vivienda, pero los pobres no tienen donde vivir y los políticos y autoridades, que nunca han hecho nada para que el derecho se concrete en la realidad, toman medidas en contra de los miserables que se atrevieron a actuar por su cuenta.
Quienes reconocieron y estuvieron de acuerdo con el derecho a la vivienda, llegan a tomar medidas arbitrarias y represivas en contra de quienes se atrevieron a hacer coincidir razón y derecho. Muchas de las veces se ponen a “aplicar la ley” a rajatabla y proceden a desalojar –con la mayor fuerza y violencia posibles–, a humildes familias y hasta encarcelan y asesinan a algunos de los líderes más notables. Tal fue lo que sucedió haste 32 años en la colonia Citlalmina.
Lo correcto, lo humano y racional sería que el Estado, empleando toda su capacidad e instituciones, asignara recursos suficientes para que garantice un predio y una vivienda digna para todos y cada uno de los mexicanos que lo requieran; que instrumente un programa de vivienda que cumpla lo anterior. Pero tal hecho no ha ocurrido en toda la vida de México y menos va a ocurrir con esta mal llamada cuarta transformación.
Los pobres, los necesitados de un lote o una vivienda tienen que saber que si bien tienen derecho y tienen la razón tales condiciones no son suficientes; necesitan el cobijo, la asesoría y la fuerza que les puede dar su unidad o la afiliación a organizaciones fuertes, limpias y consecuentes como el Movimiento Antorchista, solo así podrán lograr su objetivo, tal y como fue el caso de la colonia Citlalmina.
Ahora los habitantes de Citlalmina gozan de viviendad en una colonia con infraestructura moderna tanto en servicios básicos como en espacios para el deporte y la recreación. La lucha por la vivienda rinde frutos.
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