MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El internacionalismo de los trabajadores y el de los capitalistas

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Considero importante explicar a mis compañeros antorchistas de Campeche y del país, y a todos los mexicanos humildes, lo que nuestra organización propone como política internacional, en el sentido de las relaciones entre los países del mundo y el nuestro.

Lo anterior, a la luz de nuestro pensamiento social, sobre todo ahora que se habla en los medios de comunicación del “mundo multipolar” en oposición al “mundo hegemónico y unipolar”, para que no se sientan confundidos ante semejante discusión y sepan qué es y cómo les afecta a las familias mexicanas.

La verdadera división entre los hombres no es por nacionalidad: en todas las naciones hay clases explotadoras y trabajadoras, y los mexicanos somos más hermanos de los trabajadores de las otras naciones, incluidos los de las “naciones poderosas”.

El tema requiere muchas explicaciones, pero en esta ocasión solo expondré a grandes rasgos cómo debemos abordar el internacionalismo de los trabajadores.

Lo primero que hay que comprender y aceptar es que en nuestra sociedad no somos todos iguales. No me refiero a diferencias de raza o culturales, o a que unos hombres sean superiores biológicamente o en inteligencia, sino a que nuestra sociedad está dividida en clases sociales.

Tales clases no se refieren, como muchos creen, a un clasismo superficial que se supera y elimina diciendo “yo no entiendo esas cosas de las clases sociales” o “mi sangre también es roja”, con lo que queremos dar a entender que las diferencias sociales son intrascendentes.

Eso fue realidad cuando la sociedad era como una gran familia en la que, ahí sí, todos eran iguales en derechos y obligaciones, y todos trabajaban haciendo lo que podían, recibiendo a cambio lo necesario para vivir.

Pero en un momento del desarrollo humano, los hombres se dividieron entre los que trabajan y los que no trabajan, entre los poseedores de la riqueza y los que no tienen más que sus manos para trabajar. 

Hoy la sociedad está dividida en clases sociales, cuyos intereses no solo son diferentes sino diametralmente opuestos e inconciliables. Por ello, estas clases luchan, una para someter a la otra y esta para liberarse, lucha en la que la clase poderosa oprime a la clase trabajadora, la explota y la mantiene sometida y sumisa. 

Por su parte, la clase trabajadora, en la medida en que va entendiendo su poder y fortaleciendo su unidad, lucha por defender sus derechos y tener mejores condiciones de vida. Toda la historia de la sociedad, dijo Carlos Marx, es la historia de la lucha de clases.

Esta división de la sociedad en clases, determinada económicamente, determina a su vez todos los demás aspectos de la sociedad: leyes, formas de gobierno, cultura, educación, etcétera, y también la política internacional de cada gobierno.

A todos estos elementos de la vida social, los llamó Marx la superestructura social, y a pesar de las diferencias que puede haber de un país a otro, en general todos los países tienen las mismas características, y su objetivo es conservar y desarrollar el dominio de las clases poderosas sobre las trabajadoras.

Este dominio de las clases poderosas, por ello, se refleja también en las relaciones internacionales, de manera que, aunque parezca que unas naciones son más poderosas que otras y esas naciones someten a las otras, esto no es exacto.

Las naciones “poderosas” son las clases de cada nación, no la nación en sí, y son las que imponen su dominio a las clases trabajadoras no sólo de su país, sino a las de los otros países, casi siempre con la colaboración de las clases poderosas y los políticos locales, que se convierten, más que en cómplices, en lacayos de las clases poderosas mundiales y venden a su país a cambio de privilegios y migajas.

Así, por ejemplo, México está sometido a los intereses NO de los Estados Unidos, sino de los poderosos capitalistas de los Estados Unidos. Nuestros opresores y enemigos NO son, pues, los gringos, sino los imperialistas dueños de las empresas poderosas.

Esto sería lo segundo que no debemos olvidar de este tema: la verdadera división entre los hombres NO es por nacionalidad.

En todas las naciones hay clases explotadoras y clases trabajadoras, y los trabajadores mexicanos, así, somos más hermanos de los trabajadores de las otras naciones, incluidos los de las “naciones poderosas”, aunque sean rubios y de ojos azules o diferentes a nosotros en sus rasgos físicos.

Por el contrario, somos explotados y abusados por los millonarios, así sean extranjeros o mexicanos, y estos son nuestros enemigos de clase, aunque parezcan físicamente más mexicanos que el nopal.

Este poder de los grandes capitalistas se construyó con el robo, el asesinato y los más inhumanos crímenes de los poderosos en contra de los trabajadores y de la población en general.

Por ello, Carlos Marx, después de analizar y explicar detalladamente cómo se dio este proceso de acumulación de riquezas en unas cuantas manos, dijo que “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza”.

El capital surgió primero en las naciones desarrolladas europeas y es por eso que estas dominaron y colonizaron al mundo.

Los imperialistas no son, pues, las naciones, sino los poderosos capitalistas de esas naciones; y aunque también ellos compiten entre sí y tal competencia ha sido la causa de todas las guerras, incluidas las dos guerras mundiales, ellos son el conjunto de la clase dominante, que mantiene sometidas a las clases trabajadoras de todo el planeta.

En este punto cabe destacar que el actual dominio de las clases capitalistas de los Estados Unidos a nivel internacional, incluso por encima de los capitalistas de las demás naciones, poder al cual llamaremos a partir de aquí “el imperio yanqui”, es resultado sobre todo de una superioridad económica que se ha construido con el exterminio de los grupos aborígenes del Norte de América.

A ello se agrega la guerra, la intervención militar en las naciones subdesarrolladas del resto del continente (y después de otros continentes) y la superioridad armamentística, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial y el uso de las únicas dos bombas nucleares que se han lanzado sobre la humanidad.

También debemos destacar que después de la Primera Guerra Mundial, como fruto de la lucha de las clases explotadas, en el viejo Imperio Ruso se dio la primera revolución proletaria.

Tal gesta fue encabezada por los revolucionarios del partido bolchevique de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, que puso en el poder de esa gran nación a la clase trabajadora, que inició la construcción de un nuevo modelo de economía y de sociedad, logrando increíbles éxitos en la política social, demostrando que el capitalismo no es ni la única ni la mejor forma de construir una sociedad.

Era la primera nación del mundo que estaba dirigida por la clase trabajadora y era, por ello, más hermana no de las otras naciones, sino de las clases trabajadoras de todas las naciones, más hermana suya de la clase trabajadora de cada nación, incluso más que los burgueses de esa nación; porque las diferencias que importan, y, por tanto, las coincidencias que importan igual, no son las de la nacionalidad, sino las de clase.

Esa nación, que fue la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS), fue, pues, más hermana de los trabajadores mexicanos y los de todo el planeta que cualquier otro intento político local promovido por los nacionales, por muy bueno que pareciera, solamente porque, desde el punto de vista de las clases sociales, ese sí era de nuestra clase.

En un siguiente trabajo veremos cómo se tradujo esto en las relaciones entre las naciones y cómo debemos verlo los trabajadores mexicanos.


 

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