Es tarea real de todo revolucionario, el estudiar con atención los procesos emancipadores que han existido a lo largo de la historia de la humanidad.
Analizar las condiciones en las que se encontraban, el papel que juega siempre la masa, los aciertos y dificultades a superar y, tal vez con un mal sabor de boca, pero no con menos atención, los desaciertos cometidos que, en ocasiones, llevan a estos intentos a su fin.
Así pues, nuestra organización se ha encargado de estudiar a Rusia y China, como los bastiones más grandes hasta el momento, de la oposición al imperio estadounidense; a la URSS como el ejemplo más grande de la edificación de una sociedad distinta, las revoluciones latinoamericanas y cómo Cuba, Venezuela, Colombia y Ecuador, entre otras naciones, lucharon por mejorar las condiciones de vida de su población.
Estos análisis nos ayudarán a edificar sobre nuestras condiciones, posibilidades y de acuerdo con las circunstancias del momento, la revolución propia, la de nuestro pueblo, no copiando de los otros intentos revolucionarios sino más bien, adecuando aquellos elementos que consideremos fundamentales para transformar nuestra realidad.
En Francia, el 18 de marzo de 1871, los obreros tomaron el poder en su ciudad, lo cual se materializó en mejoras cuasi inmediatas para la clase proletaria. Lo que hoy conocemos como “Comuna de París “fue el primer ejemplo de la construcción de un Estado proletario”, que empapó como raudal la conciencia de los explotados de todo el mundo.
Esta revolución, llevada a cabo por los trabajadores y sectores populares de la ciudad de París que, “tomaron el cielo por asalto” es un ejemplo real que todos los humildes de nuestro país debemos hacer nuestro, recordando que aquellos que han sufrido la pobreza, cómo nosotros, sí tienen la posibilidad de luchar por una patria distinta, una patria de todos.
Cuando Francia era gobernada por Napoleón III, queriendo dar un golpe tremendo al general prusiano Bismarck, dejó en manos de los parisinos las armas para que fuera este pueblo, quien diera la batalla y sumara los muertos necesarios con tal de librar a Prusia de las manos del dictador. Y así fue, en efecto.
Pero como sucede en estos relatos maravillosos de la humanidad, el pueblo, inconforme, no cedió aún ante la victoria, y con las armas con las que había logrado colocar los laureles en sienes ajenas, ahora luchaba por liberar a sus semejantes y un gigante dormido, el proletariado, volteó las armas contra los explotadores edificando una nueva patria, la de los comuneros.
En Francia, el 18 de marzo de 1871, los obreros tomaron el poder en su ciudad, lo cual se materializó en mejoras cuasi inmediatas para la clase proletaria. Lo que hoy conocemos como “Comuna de París “fue el primer ejemplo de la construcción de un Estado proletario”, que empapó como raudal la conciencia de los explotados de todo el mundo
El pueblo, se alzó con pañuelos y banderas rojas y, derribando la estatua de Napoleón, la bandera de la revolución social del proletariado se alzó alto, tan alto que sigue ondeando en la mente de los revolucionarios.
Muy pocos meses duró, pero sustituyó al ejército por milicias populares, separó la iglesia del Estado, se promulgó el decreto mediante el cual, las fábricas abandonadas pasaban a ser de las cooperativas de obreros, etcétera.
Todos los salarios de los funcionarios eran iguales al de los obreros, los servidores públicos eran revocables también, la legislatura estaba constituida por estudiantes, obreros, intelectuales, artistas que, ante la amenaza de nuevas invasiones, buscaban cómo armar su defensa.
Sí, el pueblo podía gobernar para el pueblo mismo, lo estaban demostrando. Sin embargo, las fuerzas contrarrevolucionarias, temiendo el contagio de otras naciones, por el ejemplo de los comuneros, el 21 de mayo de 1871 el ejército de 180 mil hombres tomó París para bañarla de sangre y matar a todo aquél que dijese esta boca es mía. Hombres, mujeres y niños contra el ejército y su artillería… ¡Una masacre!
Tras una semana, el 28 de mayo de 1871, cayó la última barricada, que era defendida por un solo hombre, contra el ejército. Sí, los revolucionarios no podían derrotarse y lucharon literalmente hasta la muerte por el gran ejemplo que al mundo daban.
Los líderes, fueron llevados al panteón y ahí fueron fusilados, 30 mil hombres, mujeres y niños sucumbieron. ¡Los más grandes hombres! Pero hoy, sabemos que la clase obrera debe construir su propio Estado, no apoderándose del aparato estatal de este podrido sistema, sino alzando el suyo propio.
La comuna de París nos deja grandes ejemplos, uno de los más grandes el saber qué los humildes están, irrestrictamente condenados a levantar su propia revolución, nadie lo hará por ellos y otro, tal vez el más amargo, es que la construcción de un nuevo Estado debe ser también una prioridad pues las fuerzas contrarrevolucionarias con todo el aparato encima, harán lo imposible por recuperar el poder como fiera maltratada que, ante sus más abiertas y punzantes heridas, asesta los más mortales zarpazos.
Hoy, la comuna de París debe alzarse no sólo como un momento histórico sino como uno de los más fervientes ejemplos de que la organización del pueblo puede y debe llevarlo a culminar con su tarea histórica. No es intención de quién hoy escribe hacerles un recuento histórico profundo y detenido, pero sí despertar su curiosidad para que, ante este hecho, sigamos estudiando y aprendiendo.
Compañeros, sigamos el ejemplo de nuestros hermanos revolucionarios para que el pronto día de la victoria nuestra, estemos más que preparados.
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