El uso de la expresión “lágrimas de cocodrilo” se refiere a aquellos individuos que aparentan sentir remordimiento o arrepentimiento por sus acciones, pero en realidad no lo hacen. Suelen utilizar las lágrimas como una estrategia para manipular a los demás y evitar las consecuencias de sus actos. Dicha expresión también es asociada con la falsedad y la hipocresía como una forma de engañar a los demás y conseguir sus propios objetivos.
A principios del año 2022 un encabezado del diario El Economista decía: “Empresas de Querétaro con ínfimas utilidades” y agregaba: “A decir del empresario (Jorge Camacho Ortega presidente de la Coparmex en Querétaro) algunas compañías no podrán erogar utilidades, mientras que en otros casos serán escasas, estimando que 50 % de las compañías no podrá pagar utilidades a sus trabajadores.”
La riqueza social en nuestro país está injustamente distribuida: los que principalmente la producen no la disfrutan y de ella obtienen magros ingresos semanales que sólo les alcanzan para irla malpasando.
Por las mismas fechas (marzo de 2022) El Universal de Querétaro informaba: “Sólo el 20 % de las empresas en Querétaro entregarán utilidades a sus trabajadores; se trata de alrededor de 120 empresas de las 600 que forman parte del organismo, indicó el presidente del organismo (Coparmex), Jorge Camacho Ortega”.
También El Universal pero ahora en mayo de 2023 encabezaba una nota: “70 % de las empresas en Querétaro no podrá otorgar utilidades, informa la Canaco. Todavía están en proceso de recuperación por las afectaciones de la pandemia, señala dirigente (Fabián Camacho Arredondo)”.
En los días que corren de 2024, en muchas de las empresas obligadas a cumplir con ese derecho laboral de los trabajadores, se comienza a escuchar la misma cantaleta chillona que en los años anteriores: “A las empresas les ha ido mal; no habrá utilidades.” ¡Son las lágrimas de cocodrilo!
Así fue en los años anteriores a la pandemia de covid, con mayor razón en los años en que esta duró y la seguimos escuchando ahora después de que dicha contingencia se dio por terminada. Los trabajadores en general siempre han sufrido el regateo de esta prestación a lo largo de muchos años, tanto en las épocas de bonanza y peor aún en las de crisis.
Habrá que decir primero que lo que la Ley Federal del Trabajo (LFT) establece como derecho de los trabajadores a participar de las utilidades de las empresas es un porcentaje muy raquítico: apenas el 10 % de la utilidad gravable de las empresas, mientras que los patrones se quedan con el restante 90 %.
Esto es algo inequitativo que a todas luces no se corresponde con las funciones que unos y otros desempeñan en la producción: los empresarios pueden no estar físicamente en sus empresas o pueden no asistir diario o nunca a hacerse cargo de sus dineros, y su producción seguirá viento en popa… pero si los obreros encargados de hacerla funcionar faltaran (así fueran diez, cien o mil), simplemente esta no podría llevarse a cabo.
Y a pesar de ese papel trascendental que cumplen los trabajadores en la economía de un estado o de todo el país, el porcentaje del que participan en la utilidad producida, es muy poco y peor aún, este poco todavía se les regatea de una y mil maneras.
En algunas empresas simplemente se limitan a informarles con la mano en la cintura, sin ningún rubor y sin ninguna comprobación de por medio, que “no hubo utilidades o que hubo “poquitas” y como esas empresas se han prevenido para tener de taparrabos a sindicatos charros que les sirven de parapeto (y de amenaza contra los que protesten), todo queda en paz.
Existen otras que “cumpliendo con lo que marca la ley”, entregan la llamada “carátula” de su Declaración Anual de Impuestos (e incluso los Anexos correspondientes de los que habla la Ley) con los que prueban que “no hubo utilidades” y ya con eso suponen que cumplieron con sus trabajadores.
Y si, formalmente cumplen al comprobar con su declaración que “no hubo” o que hubo “poquitas” utilidades, porque la ley les permite poner a resguardo primero las inversiones y gastos para el funcionamiento de su empresa y ya luego, lo que quede, hacerlo aparecer como “utilidad a repartir”.
Pero ni con eso cumplen realmente a tono con lo que tanto le pregonan y aun les reconocen de palabra a los trabajadores de “que se pongan la camiseta” y de que “la empresa es una gran familia” y demás expresiones melifluas con las que pretenden conformar año tras año a los trabajadores sobre el hecho de que no les tocará nada o casi nada de utilidades.
Lo que se ocasiona con eso es un enojo completamente justificado por parte de los trabajadores, que muchas veces estalla en movimientos de protesta y paros laborales que descomponen aún más el ambiente laboral o, en el “mejor” de los casos, en un desaliento y apatía por parte de los obreros para cumplir con empeño su trabajo y de una rabia contenida que también empeora el ambiente laboral. Así es que los patrones deberían pensarlo mejor.
La riqueza social en nuestro país está injustamente distribuida: los que principalmente la producen no la disfrutan y de ella obtienen magros ingresos semanales que sólo les alcanzan para irla malpasando y unas raquíticas prestaciones que les son regateadas (como el caso de las utilidades, el aguinaldo y las vacaciones) que todavía son reducidas al mínimo por los voraces tarascadas de impuestos que se cobran los gobiernos.
Eso está mal y debe cambiar.
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