Estamos en la etapa final de esta carrera por ocupar un cargo público. Recordemos que en esta elección se estarán disputando 20 mil 286 cargos populares con una lista nominal de 98 millones de mexicanos, información dada por el mismo Instituto Nacional Electoral (INE). Para algunos expertos en política, es una de las elecciones más importantes y que impactará el destino de nuestra nación para los próximos años.
En estas últimas semanas, hemos visto a los candidatos y candidatas de todos los partidos recorrer las calles polvorientas, los mercados populares, tocar casa por casa, tomarse fotos con personas de la tercera edad, con niños y niñas, comer en la calle, abrazar al albañil, a las amas de casa.
Ahora las encuestas ya no dan datos confiables; ahora presentan información “inflada” que el que paga quiere que la ciudadanía conozca: las casas encuestadoras se venden al mejor postor.
En fin, nos han dado un verdadero banquete de humildad y de compromiso con su pueblo, aunque este tipo de acciones ya casi nadie se las cree.
Ante esta situación de poca credibilidad, los aspirantes (de todos los niveles y de todos los partidos) han optado por recurrir a una burda forma de hacerle creer a la ciudadanía que van arriba de todos sus contrincantes, que sus propuestas son las mejores, y no porque lo digan ellos, sino porque así lo percibe la población. Me refiero a la publicación de las famosas encuestas que realizan “prestigiadas casas encuestadoras”.
No se niega que en un primer momento las encuestas en temas políticos eran el termómetro, más o menos real, del sentir de la ciudadanía y los datos que arrojaban servían, en primera instancia, a quien las mandaba hacer.
Con esa información se podía cambiar de estrategia, hablar más de un tema en específico, incluso influían hasta en la forma de vestir y hablar de tal o cual persona.
Pero, ¿qué está pasando ahora? En las últimas elecciones se comenzó a dar un fenómeno particular en la publicación de las encuestas, en particular en los comicios del 2021, donde la gran mayoría de estas ya se presentaban como una forma burda, manipuladora y vulgar de propaganda electoral.
Ahora las encuestas ya no dan datos confiables; ahora presentan información “inflada” que el partido, candidato o empresario quieren que la ciudadanía conozca. Es decir, las casas encuestadoras ya se venden al mejor postor, a quien más pague, convirtiéndose así en propaganda fraudulenta.
Como mencioné al principio, estamos a escasos días de que se realicen las elecciones más importantes en estos tiempos, donde se va a elegir a nuestro próximo presidente o presidenta de México.
Cada uno de los aspirantes, como lo constatamos en las redes sociales, presenta datos que le favorecen. Por ejemplo, la candidata oficialista, en los datos de las encuestas que presenta, va en algunas hasta 40 puntos arriba de su contrincante más cercano, tratando de influir con ello en el ánimo de la ciudadanía para votar, como diciendo… “¿para qué vas a votar por otra u otro si yo voy arriba?”.
Ante esto, no queda más que hacer caso omiso de toda la información que se presenta como verdadera. En definitiva, una encuesta no define quién va a ganar, quien debe decidir eso es el pueblo, un pueblo organizado y consciente de su realidad y que esté claro que los próximos comicios electorales son fundamentales para darle el rumbo correcto a nuestra gran nación.
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