Para la 4T no es prioritario resolver el enorme rezago en materia de vivienda que se arrastra en cada sexenio. El titular de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu), Román Meyer Falcón, declaró que 9.4 millones de viviendas en México presentan algún tipo de rezago habitacional. El 79 por ciento tiene rezagos por el uso de materiales precarios, el 19 por hacinamiento y un dos por ciento por falta de drenaje sanitario. Presumir 187 mil acciones de vivienda en tres años es un despropósito, en nada mejora las condiciones tan precarias con que vive la gente, es tratar de curar una herida mortal con Vitacilina, así como se trata de curar el “covidcito” con Vick VapoRub y con la “fuerza moral”.
Para 2022 las cosas no pintan mejor, se recortó el 22 por ciento de presupuesto a la Sedatu, así que tendrá menos dinero para impulsar las acciones de vivienda. Por ningún lado se ven los beneficios de la austeridad y del ahorro por el combate a la corrupción, incluso tal combate es una quimera como lo revelan los muchos escándalos en los que se han visto envueltos altos funcionarios y familiares del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Ahora su propio hijo, José Ramón López, fue evidenciado por el derroche de lujos en sus casonas en Houston, un modo de vida que contrasta con el discurso de austeridad que pregona su padre. “Primero los pobres” y “la austeridad republicana”, resultaron ser las falsas banderas de AMLO que sólo utiliza para captar votantes ingenuos.
La mágica prosperidad de la familia presidencial no es el común denominador para los más de 56 millones de pobres carentes de vivienda, servicios de salud y alimentación que sufren a diario la inflación más alta en 21 años que se resiente en los bolsillos porque no hay salario que alcance a comprar la canasta básica. Como consecuencia de las medidas económicas equivocadas del Gobierno, el país entero se hunde. El recorte de programas sociales y los disminuidos presupuestos a los Estados han acelerado el empobrecimiento de la gente.
En Yucatán, también impera la marginación. La blanca Mérida es el escenario de una lucha de contrastes, los dos polos de la contradicción: un Norte rico y un Sur pobre. La zona Norte con esplendorosos edificios que denotan riqueza, progreso económico, la icónica avenida Paseo de Montejo custodiada por casas de gran belleza arquitectónica, dignas de postales que circulan por todo el mundo, contrasta con la zona Sur repleta de colonias y asentamientos plagados de carencias; ocultas al turismo extranjero.
La pandemia le ha dado un golpe letal a la economía del Estado; a consecuencia del cierre de empresas y comercios, se ha perdido el empleo formal, ni qué decir del empleo informal que difícilmente se contabiliza. Según la organización Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, en Yucatán hay 281 mil personas sin trabajo. La recuperación del empleo es lenta, pero se trata de empleos precarios, de bajos salarios y sin ningún tipo de protección social.
Debido a la falta de fuentes de ingresos que garanticen el alquiler o la construcción de una casa, cientos de meridanos se aventuran a edificar sus viviendas, utilizando trozos de lámina de cartón, viejas lonas de campañas políticas y palos de madera en asentamientos irregulares donde no hay agua ni luz. Las llamadas “invasiones” se van poblando con rapidez, por quienes ya no pueden pagar dos o tres mil pesos de renta por habitaciones que además de caras son estrechas.
Las condiciones en que vive la clase trabajadora en esos asentamientos humanos son sumamente parecidas a la descrita por Federico Engels en su obra “La situación de la clase obrera en Inglaterra”. En Mérida, se pueden observar retratos similares a la realidad inglesa de 1845: “Desde luego, es frecuente que la pobreza resida en callejuelas recónditas muy cerca de los palacios de los ricos; pero, en general, se le ha asignado un campo aparte donde, escondida de la mirada de las clases más afortunadas, tiene que arreglárselas sola como pueda”.
De las casas de los obreros describe: “No se ve, por decirlo así, un solo vidrio intacto, los muros están destrozados, las guarniciones de las puertas y los marcos de las ventanas están rotos o desempotrados, las puertas -si hay- hechas de viejas planchas clavadas juntas; aquí, incluso… las puertas son inútiles porque no hay nada que robar”.
“Las calles mismas no son habitualmente ni planas ni pavimentadas; son sucias, llenas de detritos vegetales y animales, sin cloacas ni cunetas, pero en cambio sembradas de charcas estancadas y fétidas”.
Así viven los habitantes de las invasiones “La Fuente”, “Las Palmeras”, “Pueblo Unido”, “Los Arbolitos”, “Los Tamarindos”, ubicadas en la zona sur de Mérida. Organizados en el Movimiento Antorchista Nacional, han acudido al Instituto de la Vivienda en Yucatán (Ivey) para que se agilice el proceso de regularización de los terrenos que ocupan. Ante la falta de solución realizaron el pasado 27 de enero una manifestación frente al Palacio de Gobierno para solicitar la intervención del gobernador del Estado, Mauricio Vila Dosal. Además, los antorchistas reiteraron un pliego petitorio que el mandatario no ha resuelto desde hace tres años; demandas como: vivienda, pavimentación de calles, insumos agropecuarios, escuelas, entre otras necesidades.
Una vez más, el Gobierno ignoró las peticiones de sus paisanos y los condena a seguir hundiéndose en el pantano de la miseria y el hambre; negar insumos agropecuarios a los campesinos que además han padecido inundaciones, es condenar a cientos de familias a la inseguridad alimentaria. No atender la regularización de colonias humildes es negar el derecho más elemental de una vivienda digna. En Yucatán no es prioridad abatir la pobreza y marginación.
La falta de solución no desalienta a los antorchistas, curtidos en la lucha seguirán insistiendo, continuarán organizando y educando al pueblo para que exija sus derechos. El señor Gobernador no debería mostrar indiferencia, no puede perder de vista que una de sus responsabilidades es elevar el bienestar de los yucatecos y por lo tanto aminorar la pobreza y la desigualdad, cuando menos esos fueron los compromisos de campaña y ahora los votantes no hacen más que pedir que se cumpla la palabra empeñada.
Sin embargo, menospreciar y enterrar las justas demandas de los más desprotegidos, no priorizar sus necesidades, deja claro que las promesas de los Gobiernos y partidos no son más que mecanismos para ganar elecciones. Ante la ausencia de un verdadero compromiso con el pueblo, a éste no le queda más camino que adquirir conciencia de clase y saber que sólo un Gobierno del pueblo podrá lograr una verdadera distribución de la riqueza.
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