El 3 de octubre de 1921 se fundó la Secretaría de Educación Pública (SEP). Desde entonces, la educación en México ha avanzado enormemente. Sin embargo, aún queda mucho por hacer. La SEP tiene, todavía, una deuda con los mexicanos.
Antes de empezar, sin embargo, cabe hacer dos advertencias. En primer lugar y como dice el título, este texto quiere dar un panorama general del acceso a la educación básica en México. En este sentido, quedan fuera otros problemas relacionados con la calidad, la inclusión o la equidad. En segundo lugar, este panorama no busca ser exhaustivo. De hecho, es un análisis bastante acotado, dedicado a analizar, fundamentalmente la cobertura y expansión, pero sin considerar otros temas propios del acceso, como la gratuidad o la desigualdad. Todos estos y otros problemas, serán objeto de trabajos posteriores. Hechas las aclaraciones, prosigamos.
Empecemos considerando el analfabetismo. En los últimos 50 años (1970-2020), las personas (mayores de 15 años) que no sabían leer ni escribir pasaron de ser una de cada cuatro a solo una de cada veinte. Sin embargo, ese 4.7%, registrado en 2020 y que pudiera parecer poco, representa a casi 4.5 millones de personas (4,456,431), lo que equivale casi a la mitad de la población de la CDMX (9,209,944) y que es más que la población de cualquier capital de estado.
Fuente: INEGI.
Por supuesto, el grueso de estas personas se ubica en los grupos de mayor edad, mismas que no pudieron beneficiarse del viejo sistema educativo, pero que tampoco han podido beneficiarse posteriormente, mediante la educación para adultos. Por eso llama la atención la sostenida reducción del presupuesto destinado a este rubro. Tal parece que el Estado mexicano hubiera decidido dejar que el problema del analfabetismo se resuelva “naturalmente”, con el recambio generacional.
Fuente: INEGI.
Fuente: SHCP
Sigamos con la educación básica. Esta parte del sistema educativo nacional (SEN) está integrada por la educación inicial (0 a 2 años), preescolar (3 a 5), primaria (6 a 11) y secundaria (12 a 14). De estas cuatro modalidades, la primera es la más incipiente, contando con una cobertura de apenas 3.8% en el ciclo escolar 2019-2020. Los otros tres niveles educativos, por el contrario, se han expandido bastante en los últimos años. Esto se puede observar en la evolución de su tasa neta de cobertura. Esta tasa, indica qué porcentaje de las personas en edad de estudiar cierto nivel educativo están de hecho inscritas en dicho nivel. La tasa neta de cobertura difiere de la tasa bruta de cobertura o cobertura bruta en que esta última contabiliza a todos los estudiantes inscritos en determinado nivel, independientemente de su edad, y los divide entre el número de personas en edad de cursar dicho nivel educativo. La cobertura neta, para hacer esta operación, solo considera a los estudiantes inscritos que cuentan con la edad normativa.
La cobertura neta en preescolar ascendió de manera sostenida hasta el ciclo 2016-2017. En 2001-2002, solo uno de cada dos niños y niñas de entre 3 y 5 años, asistía al preescolar. En 2016-2017, eran tres de cada cuatro. Sin embargo, y desde entonces, ha habido una reducción más o menos tendencial que se acentuó con los últimos dos ciclos escolares. Del ciclo 2019-2020 al ciclo 2020-2021, la cobertura neta pasó de 71.4 a 65.6%, respectivamente, lo que representa una reducción de 5.8 puntos porcentuales en la cobertura. Esta es la contracción de cobertura más grande observada en el SEN. En términos absolutos, esta reducción puede estimarse en un total de 380,941 niños y niñas.
Por otro lado, la cobertura neta en primaria está muy cerca del 100% desde hace ya bastante tiempo. Solo a mediados de la década pasada, esta cobertura tuvo una reducción de 1%, de la cual se recuperó parcialmente, para volver a caer en los últimos tres ciclos escolares, donde la cobertura pasó de 98.3% en el ciclo 2019-2020 a 96.3 en el presente ciclo 2021-2022. Este retroceso de apenas el 2%, sin embargo, representaría, aproximadamente, a 264,735 estudiantes. En otras palabras, la reducción de 2% que observamos en la cobertura neta, con respecto al ciclo 2019-2020, supondría una reducción estimada en las inscripciones de un cuarto de millón de niños y niñas. Por supuesto, es muy probable que esta reducción en la cobertura se deba al contexto de pandemia, aunque no necesariamente se trata de casos de abandono, entendiendo por abandono a estudiantes que ya estaban inscritos en el nivel primaria y que se dieron de baja o que ya no se inscribieron al ciclo siguiente. También puede tratarse de un retraso en el ingreso a primaria; es decir, también puede tratarse de niños y niñas que, habiendo terminado el preescolar, no ingresaron a la primaria cuando debieron hacerlo, quizás esperando el regreso a clases presenciales, lo que, no obstante, constituye otra forma de interrupción de los estudios.
Ahora bien, en secundaria, la cobertura neta ascendió de manera importante durante los primeros quince años del siglo XXI, pasando de 69.6% en el ciclo 2001-2002 a 86.2 en el ciclo 2016-2017. Sin embargo y después de una caída de caso 2% en 2017-2018, la cobertura ha oscilado en torno al 84%. Curiosamente, y en contraposición con los niveles de preescolar y primaria, en secundaria no se observó una contracción de la cobertura durante los últimos ciclos escolares. Pero aquí hay que poner atención, porque una cobertura neta de 84% quiere decir que, como contrapartida, 16 de cada 100 jóvenes en edad de asistir a la secundaria, no asiste. En términos absolutos, esto representa, para el ciclo escolar 2020-2021, a 1,058,366 jóvenes. Las razones pueden ser muchas: algunos interrumpieron sus estudios durante la primaria o al terminarla, otros más se rezagaron en el nivel escolar previo o en la transición a la secundaria y otros más, quizá los menos, nunca ingresaron a la escuela. Al final, todos estos casos se juntan para configurar este nivel de cobertura neta.
Fuente: elaboración propia con datos del INEE.
Por supuesto, los estudiantes más propensos a enfrentar interrupciones y rezago son los estudiantes más pobres. En su informe sobre educación básica de 2019, el extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), reportó, de acuerdo con datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), que, solo el 56 por ciento de los jóvenes de entre 17 y 21 años, en situación de pobreza extrema, contaba con al menos secundaria concluida; es decir, que 44% de estos jóvenes no había terminado dicho nivel. Entre los jóvenes en situación de pobreza moderada, este porcentaje es de solo 14.2, y entre los jóvenes fuera de pobreza, dicho porcentaje se reduce a cero.
Estos son, a muy grandes rasgos, los niveles de acceso a la educación básica. Ciertamente, hay grandes y muy importantes avances. Sin embargo, también hay grandes fisuras. Estas fisuras, vistas como porcentajes, pudieran llegarnos a parecer poco relevantes. Sin embargo, representan grandes retos que nuestro SEN debe enfrentar. Y estos retos resultan tanto más urgentes por cuanto los más afectados resultan ser precisamente los sectores más vulnerables: las niñas y niños en pobreza, indígenas y de zonas rurales. Además, cuando pasamos de porcentajes a absolutos, nos damos cuenta de que se trata de cientos de miles, e incluso millones de personas, cuyo derecho a la educación se ve vulnerado. Y tal vulneración, que en muchos casos es resultado de carencias socioeconómicas y que se traduce en desventajas educativas, también es algo que el SEN debe atender. Sin las políticas de inclusión y equidad adecuadas, el sistema educativo tiende a reproducir, e incluso contribuye a legitimar, las desigualdades sociales que permean a la sociedad. De aquí la urgencia que hay por atender los problemas de la educación básica y de aquí la urgencia de atender los problemas más básicos de acceso. Sin acceso, que es la condición sine qua non para que cada persona, cada niño y niña, pueda ejercer su derecho a la educación, difícilmente podremos atender otro tipo de problemas.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario