El 5 de febrero se conmemoró el aniversario de la promulgación de nuestra carta magna que según la doctrina al uso fue una de las más avanzadas de su tiempo, no por cierto gracias a las aspiraciones de la clase que se entroniza en el poder sino a la presión social que significaba la todavía revolución en la que las masas campesinas, fundamentalmente del sur y los obreros mineros del norte, encabezados por Zapata y Villa, que pugnaban por ver reflejadas sus legítimas aspiraciones en la ley primordial y piedra angular de nuestro estado de derecho.
Es cierto que ya no es la constitución original, que el texto ha variado a lo largo del tiempo por las múltiples reformas que le han hecho los gobiernos en turno, algunas muy regresivas que van en contra, sobre todo, de los intereses mediatos e inmediatos de las clases pobres aunque vayan envueltas en palabras melosas y falsas, respaldada en toneladas de propaganda, como las impulsadas y realizadas por la 4T, es decir Morena y sus aliados. A pesar de todo, sigue conservando la de 1917, derechos fundamentales que no obstante estar vigentes plenamente, no se les respetan a las grandes mayorías; juzgue usted un par de ejemplos: el derecho a la vivienda digna, el derecho al acceso al agua potable, a la educación… etc.
Viene a cuento esta reflexión precisamente ahora porque, en la semana que termina, los antorchistas de la capital del estado, se manifestaron para solicitar, entre otras cosas, introducción de servicios básicos a sus colonias y otras cuestiones dependientes de la autoridad municipal, por lo que tuvieron que hacer uso de su derecho a la manifestación, sin que hubieran sido atendidos por algún funcionario público de la administración que encabeza Enrique Galindo Ceballos. Llama la atención varios detalles del hecho, porque, en primer lugar, dicen los cercanos al presidente que se trata de un buen conocedor del derecho que no desconoce, por tanto, que la norma jurídica, por ser bilateral implica que lo que es derecho de los habitantes de la ciudad tiene su correlato en una obligación para la autoridad que él encabeza por lo que no se explica tal desatención; el otro detalle que resalta es no sólo la combatividad del contingente sino la claridad de los oradores, humildes colonos y amas de casa, que hicieron manifiesta su inconformidad también por el olímpico desprecio de que son objeto sus derechos.
Tal situación es una buena ocasión para que los pobres, como en otros muchos casos cotidianos, puedan aprender con base en hechos concretos, que a pesar de que en la ley máxima del país estén consagrados sus derechos, en la práctica se les escamotean y se los vuelven aire quienes debieran cumplirlas, o cuando menos tienen la obligación legal de hacer que se cumplan, y esto es así no sólo porque la mayoría de ellos en lo individual cada gobernante tiene, en mayor o menor medida, una arraigada concepción patrimonialista del poder muy natural en el tipo de sociedad en que vivimos, sino también porque, al final de cuentas, todo gobernante es el representante de una clase social específica, es decir de una parte de la sociedad, parte, en la mayoría de los casos, que por cierto, por su dominio sobre el resto, pudo, y puede, fijar los derechos de cada uno de los miembros de ésta, los cuales, muchas veces no quiere hacer válidos.
Esto hace necesario hacer consciente (por parte de las masas empobrecidas que nos tronamos los dedos a diario preocupados por sobrevivir, el verdadero pueblo, que somos quienes resentimos y padecemos los efectos de esta injusta distribución de la riqueza, misma que vemos concentrarse cada vez más en un menos número de manos, a pesar de que tal riqueza se produce con el trabajo de obreros, campesinos y toda suerte de productores directos, que al final de cuentas que se quedan con una parte tan pequeña de ésta, que no le alcanza ni para satisfacer sus necesidades más elementales), que: honrar la ley de leyes es acatarla y cumplirla cabalmente en todos los preceptos que en ella se contemplan, haciendo que los derechos de la sociedad se respeten y cumplan.
Desgraciadamente esto sólo será una realidad cuando el pueblo represente la fuerza real y tangible que necesita ser para que las cosas se hagan, características alcanzables sólo a través de su organización, educación, concientización y politización, que las ponga en condiciones de conquistar el poder político de la nación por la vía democrática y desde allí llevarlas él mismo a cabo. Aprovechemos la lección.
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