MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

POESÍAS

Poesía

La Huelga de los Herreros

François Coppée
Declama: Ovidio Celis Córdova

-Jueces, la narracion ha de ser breve,

la huelga, los herreros declararon.

Fue el invierno muy crudo, y les cansaron

los rigores del hambre y de la nieve.

El sabado, al pagarnos la semana,

me cogieron del brazo y me llevaron

a la taberna, del taller cercana.

Y uno de los mas viejos, un buen hombre

(ya me he negado a declarar su nombre):

-Juan-me dijo-, esta carga se hace inmensa.

¡Bastante hemos sufrido los de abajo!

O nos dan mas jornal, o no hay trabajo:

nos explotan, y es la unica defensa.

Te escojemos por ser el mas antiguo,

para decir al amo, cortesmente

que ha de aumentar nuestro salario exiguo

o de vivir en fiesta permanente.

¿Demostraras que acierta quien te elige

interprete de quejas tan fundadas?

-Hare cuanto a mis buenos camaradas

les pueda ser de utilidad-les dije.

Yo, que por todos dominar me dejo

no proteste, no vacile un segundo.

Soy, señor presidente, un pobre viejo

amigo de servir a todo el mundo.

Sin que ofender a nadie imaginara

fui a ver al amo, le encontre en la mesa,

oyo mi nombre sin mostrar sorpresa,

me hizo pasar y me ordeno que hablara.

La situacion le expuse sin reparos:

nuestra miseria, nunca interrumpida:

subiendo el pan, los alquileres caros...

"¡Ya no podemos mas! ¡Esto no es vida!"

le hable de sus ganancias colosales,

exhortandole a ser mas compasivo:

le demostre con numeros cabales,

que el negocio seria lucrativo

aun despues de aumentar nuestros jornales.

Y el, avellanas sin cesar partia...

Yo echaba mi discurso, y el comia.

Al fin me dijo: -Eres un hombre honrado.

para ti hay siempre un puesto en la herreria.

diselo a los que a mi te han enviado.

Mas di tambien, que su exigencia es vana.

No sois cabeza del motin los buenos;

se quejan mas los que trabajan menos...

Yo, con cerrar la fabrica mañana,

me quito al fin de estos cuidados graves.

Es la ultima palabra; ya lo sabes.

Respondi: -Bien, señor... -Sali sombrío,

sin una imprecacion ni una protesta,

a dar, con hondo sentimiento mio,

a los amigos la fatal respuesta.

Halle la confusion, halle el tumulto.

Se hablaba de politica; se hablaba

mezclando la opinion con el insulto.

Era un dolor alborotado y loco...

No volver al trabajo se juraba.

¡Y yo jure no trabajar tampoco!

¡Que horror aquella noche! Los que echaron

sobre la mesa la ultima moneda

delante de los suyos, ¿hay quien pueda

imaginar la noche que pasaron?...

¡Que gesto el suyo de dolor sincero!

Sus casas eran ya tristes asilos...

¡Acaso largo tiempo sin dinero!...

¡No, no debieron de dormir tranquilos!

¡para mi fue un buen golpe, os lo aseguro!

Soy viejo y no estoy solo. Entre en mi casa,

¡Y entonces si que se agrando el apuro!l

A mi nietos, sentados en mis rodillas

(mi hija murio de parto, y su marido,

que antes fue un buen muchacho, es un perdido)

mis lagrimas bañaron sus mejillas,

y, arrugada mi frente, cual flor mustia,

contemple aquellas bocas, tan risueñas.

¡Hay, pobrecitas bocas, tan pequeñas,

que iban del hambre, a conocer la angustia!

Extraño ardor el rostro me quemaba

y entonces ya, vencido y humillado,

¡cuanto me avergonce de haber jurado

no trabajar!...¡Pero jurado estaba!

Si el juramento, de cumplir, es duro

mas gloria para el animo sereno.

¡Y no es mas importante, a buen seguro,

el dolor mio, que el dolor ajeno!...

Mi mujer, ¡pobre vieja!, entro en seguida

con un bulto de ropa humedecida.

Venia del trabajo...Lavandera...

Le conte la verdad: le abri mi herida...

¡Gran corazon! ¡Ni se enfado siquiera!

Quedose inmovil y mirando al techo,

hasta que dijo al fin: -¡Lo hecho esta hecho!

Te ayudare: se hacer economias.

¡Hay pan lo menos para quince dias!

Yo respondi -¡Se arreglara!...¡Quien sabe!...-

¡Pero mentia! ¿Que esperanza cabe,

si ligan al dolor los juramentos?

Ademas, para colmo de rigores

¿no habian de saber los descontentos,

para agravar la huelga por momentos,

espiar y castigar a los traidores?

Y la miseria vino...¡Oh jueces, jueces!

¿Exigireis de mi que yo os convenza

que, aun en el colmo del dolor, mil veces

sintiendome incapaz de soportarlo,

no seria un ladron? ¡No! ¡De verguenza

me moriria solo de pensarlo!

Aunque al desesperado, al miserable

que doquiera su mal se representa,

no cupiera pedirle estrecha cuenta

cuando comete alguna accion culpable;

aun asi, del invierno en los rigores

viendo yo a mi mujer, viendo a mis nietos

sumidos en la angustia, en los dolores,

con lividez de tristes esqueletos,

de frio tembloroso y de espanto,

ante sus quejas y su eterno llanto,

¡por ese grupo tetrico y sombrio,

carne petrificada por el frio!

-¡por este crucifijo yo os lo juro!-

¡ni en los momentos de mayor apuro,

jamas, jamas se presento en mi mente

la accion furtiva, el pensamiento insano

de aguardar en las calles impaciente,

de ir al acecho, de alargar la mano!

Y si ahora mismo desfallezco y lloro,

si esta humildad mi orgullo contradice

¡no es por mi!, ¡es que recuerdo a los que adoro,

por quienes hice el bien, o el mal que hice!

y sucedio lo que ocurrir debia:

llegaba la miseria de tal modo

que era el pan duro el pan de cada dia.

Comimos mal y lo empeñamos todo.

¡Era inaudito lo que yo sufria!

Para los pobres que la vida entera

debemos dedicar a nuestro oficio,

la casa es una jaula verdadera,

y quedarnos en ella es un suplicio.

Cuando aprendi despues, por experiencia,

a vivir en la carcel prisionero,

os juro que no halle gran diferencia.

Me aburri mucho en casa; soy sincero.

¿Descansando sufri? ¡Quien lo creeria!

¡Con los brazos cruzados todo el dia,

el paso torpe, errante la mirada!...

¡Hay tormento mas grande todavia

que el mucho trabajar: el no hacer nada!

¡Maldita ociosidad, triste sosiego!

¡Ve uno que ama su taller, y que era

su fe, su casa, su existencia entera,

la atmosfera del oxido y del fuego!...

¡Todo se fue! ¡Ni un centimo quedaba!

Yo andaba triste por la calle, andaba

siempre sin rumbo entre el humano enjambre,

entre el rumor que la ciudad ofrece,

rumor que os emborracha y adormece

como el alcohol, que hace olvidar el hambre.

Una tarde de otoño, gris y helada,

cuando en mi casa entre, vi acurrucada

a mi mujer en un rincon sombrio,

a los dos pequeñuelos abrazada

y temblando los tres, de hambre y de frio.

Viendo en silencio la angustiosa escena:

-Soy su asesino- murmure con pena.

Y me dijo la anciana: -¡Viejo mio!

¡Que triste porvenir nos amenaza!

El ultimo jergon que hoy he llevado,

el Monte de Piedad nos lo rechaza.

¿Como hallaras trabajo? ¡Esto me aflige!

¿Donde ir por pan?...-¿Donde?..¡.Alla voy!-le dije

Senti nuevo valor y fuerza nueva,

y sali de mi casa esperanzado

con intentar aun la ultima prueba

de volver al trabajo abandonado.

Y corri a la taberna donde estaban

los que a la huelga, a su placer, guiaban.

¡Que cuadro aquellos hombres ofrecian!

Me crei, al verles, victima de un sueño.

¡Todo era alegre alli, todo risueño!...

¿Que moriamos de hambre? ¡Ellos bebian!

¡Aquello era un escandalo, un delirio!

Si hay quien les diera, con el mal consejo,

los medios de alargar nuestro martirio,

¡caiga sobre el la maldicion de un viejo!

Hasta el grupo llegue. Cuando observaron

mi frente baja y mis turbados ojos,

de ira encendidos y de llanto rojos,

sin duda mi proyecto adivinaron.

Yo, sin fijarme en su frialdad severa,

me acerque y les hable de esta manera:

-Oid, amigos mios. Yo he pasado

de los sesenta y tengo a mi cuidado

a mis nietos y aquella pobrecilla

que por mi amor envejecio a mi lado.

¡Todo lo hemos vendido o empeñado!

¡No hay ni un cacho de pan en la guardilla!

Con irme al hospital yo me arreglaba

sin estimar mi suerte dolorosa.

Mas si a mi, con morirme me bastaba...

¡mis nietos, mi mujer!...¡ya es otra cosa!

Voy a pedir trabajo; pero quiero

que me lo permitais; pues os he dado

mi juramento de seguir parado,

y yo, ante todo, soy buen compañero.

Vengo a pedir vuestra licencia, hermanos.

Desde que era muy joven era herrero,

y ostento, como titulo altanero,

blanco el cabello ya, negras las manos...

Intente mendigar, mas no he sabido:

mi edad acaso mi disculpa ha sido.

Del bien de los demas yo no me quejo,

tal vez merezco mi contraria suerte,

pero se injusto que se humille el viejo,

al socorro del joven, porque es fuerte.

¡Os pido que movidos de mis penas,

me consintais volver a mis faenas! -

Nadie al principio contestarme supo,

hasta que, dando un paso, uno del grupo:

-¡Cobarde!- dijo, sin mirarme apenas.

Tuve frio, la sangre me cegaba,

y mire al que la injuria me lanzaba.

Era alto, joven, blanco, afeminado.

Sus ojos se burlaban de mi estado,

y todo el grupo, menos el, callaba.

Senti en el corazon recios vaivenes,

entre ambas manos me oprimi las sienes,

y exclame: -¡Mi mujer, mis pequeñuelos

moriran! ¡pero juro por los cielos

que tu, que me has lanzado tal afrenta,

vas al instante de ella a darme cuenta!

Nos batiremos cual los hombres finos.

¿Hora? ¡Ahora mismo! ¿Cual mejor seria?

¿Arma? ¡El martillo! La eleccion es mia.

Vosotros, compañeros, sois padrinos.

Dos martillos traed. ¡A prisa! ¡A prisa!

¡Y tu, que has insultado a un pobre anciano,

quitate ya la blusa y la camisa

y aprieta bien el arma con la mano!

Avance como un loco, abri camino

entre el grupo de obreros, temerario

en los brazos me eche de mi destino...

y di el arma mejor al adversario.

El se reia aun de la aventura.

Aun estoy viendo, como en un espejo,

reflejada su estupida figura,

diciendome: ¡No juegues, pobre viejo!

Yo conteste con atrevido embate,

moviendo al avanzar, de arriba abajo,

mi querida herramienta de trabajo,

ya convertida en arma de combate.

¡Jamas, ni el perro, al latigo rendido,

mostro expresion de suplica rastrera

como en aquel momento ese bandido

retrocediendo ante mi audacia fiera!

¡Inutil ruego! ¡Aquello fue instantaneo!

¡de un golpe nada mas le parti el craneo!

Sangrienta nube con sus tonos rojos,

separaba a aquel hombre de mis ojos.

Soy asesino. Todo me condena.

Si; fue un asesinato, no fue un duelo.

Merezco la prision y la cadena...

¡Aun lo veo a mis pies, alli, en el suelo!

No hubo gemidos de dolor ni voces.

La cabeza en las manos me escondia,

y todos los inmensos, los feroces

remordimientos de Cain sentia.

Al fin mis compañeros se acercaron,

y, queriendo cogerme, me tocaron.

Les detuve diciendo de esta suerte:

-¡Dejadme a mi,! ¡Yo me condeno a muerte!

Al comprenderme se quedaron quietos.

Yo, alargando la gorra con la mano,

de uno en uno pedi. -¡Para mis nietos

y mi mujer! ¡Una limosna, hermano!

Se reunieron diez francos y con eso

ellos tuvieron pan...yo me di preso.

y aqui teneis, oh jueces, relatados

los sucesos del modo mas preciso,

por lo cual puede hacerse caso omiso

de lo que van a hablar los abogados.

Fueron al hospital mis nietezuelos.

Mi vieja compañera esta en los cielos.

Y a mi, ¿que me dareis? ¡Poco me importa!

¿Carcel? ¿Cadena? ¡Bah! ¡La vida es corta!

¿Que me absolveis? ¡No endulza mis rigores!

¿Que a la horca me enviais? ¡Gracias, señores!