MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La “blasfemia” del espectáculo olímpico como inconsistencia

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Fiero escándalo causó la irreverente representación de La última cena, de Leonardo Da Vinci, durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos París 2024.

Los personajes sacros fueron satirizados al sustituirse con figuras representantes de la comunidad LGTB: un grupo de drag queens, una modelo transexual y un cantante desnudo disfrazado del dios griego Dioniso.

Aunque no fue el tema central del espectáculo, pues hubo una variedad de símbolos culturales y sociales de Francia, personajes de la vida pública y políticos de derecha de aquel país y del mundo expresaron su repudio en las redes sociales.

La supuesta moral cristiana de algunos se escandaliza y se desgarra las vestiduras, pero parece no tener voz para decir, por lo menos pío, ante el genocidio en Palestina.

La presión por parte de varios grupos religiosos y de poder, entre ellos la Iglesia Católica, terminó obligando al Comité Olímpico a disculparse. Además, algunos patrocinadores retiraron su inversión de tal evento para no manchar su imagen pública.

Los responsables de la presentación buscaron atenuar la crítica diciendo que no se trataba de una insinuación de La última cena: 

“Quise hacer una ceremonia que reparara y reconciliara, además, la escena no fue inspirada en La última cena, sino en un gran festival pagano, conectado con los dioses del Olimpo”.

Pero la referencia fue harto evidente. Con todo, no es la primera vez que existen versiones sarcásticas de este ícono religioso. Quizás la más emblemática es la del cineasta español nacionalizado mexicano Luis Buñuel con Viridiana, hace 63 años. 

Buñuel la presentaba en Cannes (Francia); este film, protagonizado por Silvia Pinal, cuenta la historia de una mujer que, a punto de ordenarse monja, pasa un tiempo en la hacienda de su tío para probar su fe. 

Y lo mismo ocurre en Nazarín (1959), donde Buñuel explora las fibras más profundas de la naturaleza humana —con cualidades y defectos— para contrastarla con el ideal humano exigido por la religión cristiana. El resultado es paradójico y agridulce.

En Viridiana, los pasajes considerados como blasfemos no tienen significados superficiales. Por ejemplo, unos vagabundos acogidos por Viridiana aprovechan la ausencia de los dueños de la casa y organizan un festín, donde despilfarran las provisiones de la casa, con la aria más conocida de El Mesías, de Händel, como banda sonora.

De este modo, toman una fotografía en la que posan como Jesús y los doce apóstoles. Jesús es un mendigo ciego. En España, el sanguinario dictador Francisco Franco prohibió toda mención en radio y prensa y oficialmente fue declarada como inexistente; también ordenó la destrucción de la cinta.

Afortunadamente, Silvia Pinal logró escapar a México con una copia. En España, la película sólo pudo exhibirse diecisiete años después de la filmación, cuando la dictadura ya había desaparecido.

Es interesante registrar la saña con que se obsesionan los dictadores del tipo de Franco ante semejantes expresiones artísticas y que contrasta terriblemente con su modo de actuar en contra de sus prójimos: con la doctrina son toda ceremonia y escrúpulo, pero ante otros seres humanos son peores que demonios.

Lo mismo ocurre hoy con la mencionada polémica: la supuesta moral cristiana de algunos se escandaliza y se desgarra las vestiduras, pero parece no tener voz para decir, por lo menos pío, ante el genocidio en Palestina, por sólo mencionar un ejemplo. 

Millones de personas sufren pobreza, violencia y hambre en el mundo (incluida Europa) y esto no ha generado un posicionamiento igual de contundente.

Sin embargo, señalemos que tampoco este espectáculo, respaldado por un presidente como Macron, es una contribución relevante al humanismo. A veces estos posicionamientos “incluyentes” y controvertidos lavan la cara a actores políticos que todos los días exprimen y ningunean a la clase trabajadora (por generar desempleo, pasando por la falta de una vida digna, hasta la abierta represión y persecución contra todo aquel que exija o critique), ya sea por ser refugiado o migrante, parte de una minoría étnica o por su preferencia sexual.

El respeto de los derechos humanos de personas con preferencias sexuales diversas no debe ser tomado únicamente como bandera de mercadotecnia y espectáculo; el avance en el reconocimiento y respeto de sus derechos debe ir de la mano de otras reivindicaciones igual de importantes, como la plena justicia social en todos los países.

Al fin y al cabo, sus problemas tienen un mismo origen: una economía de mercado que genera cruel injusticia y marginaciones de todo tipo.

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