MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La Comuna de París y su alcance histórico

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En 2021 se cumplen 150 años de la Comuna de París (18 de marzo a 28 de mayo de 1871). Para entender su significado, importan algunos antecedentes. Con la Revolución Francesa de 1789 la burguesía tomó el poder, que se consolidaría, aunque revestido en forma monárquica, primero con el golpe de Estado de Napoleón, con su coronación como emperador en 1804 y su enfrentamiento contra el feudalismo reinante en Europa. En 1815, vendrá la Restauración: con Luis XVIII la aristocracia terrateniente recupera el trono. En las revueltas de inicios de los treinta sube Luis Felipe de Orleans, “el rey burgués”. “La revolución de 1830, al traducirse en el paso del Gobierno de manos de los terratenientes a manos de los capitalistas, lo que hizo fue transferirlo de los enemigos más remotos a los enemigos más directos de la clase obrera” (La guerra civil en Francia, p. 231, Marx-Engels, Obras escogidas en tres tomos, Vol. II, Editorial Progreso [Nota: para no repetir el título de la obra, en lo sucesivo solo indicaré Ibíd. y la página citada].
En 1848 estallaron revoluciones en Alemania, Francia, Austria, Italia, realizadas por los obreros, pero que, dado su incipiente desarrollo como clase, carecían de la madurez y fuerza necesarias para tomar el poder, que terminó en manos de los capitalistas. Cae Luis Felipe y gana las elecciones presidenciales Luis Bonaparte, quien mediante un golpe de Estado el 2 de diciembre de 1851, se convirtió en el emperador Napoleón III.
Entre julio de 1870 y mayo del siguiente año ocurrió la guerra entre Francia y la Prusia de Bismarck. La batalla de Sedán (septiembre de 1870) marcó el inicio de la derrota francesa y el emperador fue hecho prisionero. “El Imperio se derrumbó como un castillo de naipes y nuevamente fue proclamada la república. Pero el enemigo estaba a las puertas” (Ibíd., pág. 192). Asumió la presidencia provisional Luis Adolfo Thiers, su gobierno firmó la paz con Prusia y pretendió desarmar a la Guardia Nacional –integrada principalmente por obreros–, pero esta resistió, e impidió la entrega de París a Bismarck. Aquel vacío fue llenado por el proletariado parisino, organizado en un Consejo General que asumió el gobierno: la Comuna de París. El gobierno de Thiers se trasladó a Versalles.
Llegados a este punto, es necesario precisar algunas acciones concretas de la Comuna, muestra de su naturaleza de “gobierno del pueblo y para el pueblo”: condonó los pagos de alquiler de viviendas; suspendió la venta de objetos empeñados en el monte de piedad y clausuró las casas de empeño. Fijó un sueldo máximo para funcionarios de gobierno (con salarios de obreros). “La Comuna nombró a un obrero alemán su ministro del Trabajo” (Ibíd., pág. 240). “Al igual que los demás funcionarios públicos, los magistrados y los jueces habían de ser funcionarios electivos, responsables y revocables” (Ibíd., pág. 234). Decretó la separación Iglesia-Estado; “Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo”; en acto simbólico mandó quemar la guillotina; “… prohibición, bajo penas, de la práctica corriente entre los patronos de mermar los salarios imponiendo a sus obreros multas bajo los más diversos pretextos, proceso este en el que el patrono se adjudica las funciones de legislador, juez y agente ejecutivo, y, además se embolsa el dinero…” (Ibíd., pág. 241). Algo muy significativo, y de plena actualidad: durante los días de la Comuna “Ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos, ni apenas hurtos; por primera vez desde los días de febrero de 1848, se podía transitar seguro por las calles de París, y eso que no había policía de ninguna clase. ‘Ya no se oye hablar’ –decía un miembro de la Comuna– de asesinatos, robos y atracos…” (Ibíd., pág. 243). Solo un gobierno realmente popular había podido terminar con la delincuencia. Fue aquel, pues, un programa concreto de gobierno para el pueblo.
La Comuna generó valiosas lecciones para la lucha de la clase trabajadora del mundo entero, que aprende de su experiencia, más aún de sus derrotas que de sus triunfos, y aquella gesta exhibió que la historia de la lucha de clases marcha a través de saltos bruscos, pero también, en una continuidad, memoria histórica que resurge cuando las condiciones lo exigen. El impulso revolucionario de 1848, a simple vista parecía extinguido, pero la Comuna mostró que ahí seguía, latente, como fuerza telúrica, y alcanzaría cotas aún más altas. La marcha de la historia, aunque con retrocesos momentáneos, es irreversible y su tendencia es siempre ascendente, un proceso objetivo de profundas fuerzas motrices ante el cual, en el largo plazo la violencia es ineficaz. Su impulso no es única ni fundamentalmente subjetivo, cuestión de pura voluntad (lo es solo en la forma): está determinado por necesidades que dimanan de leyes en acción. Tiene sus raíces en las acuciantes y crecientes necesidades insatisfechas de las masas populares. Y si en algunos líderes flaquea la voluntad, el proceso mismo les transmitirá renovados bríos –como la Tierra a Anteo–, o levantará a otros y los pondrá en marcha. El cambio social crea a los hombres que necesita.
En esa tesitura, toda derrota es siempre temporal y relativa, y puede ser fuente de aprendizaje. El fracaso de hoy contiene en embrión triunfos futuros. Por ello, cuando se tienen una perspectiva histórica y metas claras, no cabe el desánimo ante los reveses temporales. Estos enriquecen la experiencia, y la teoría misma se nutre de la práctica, se corrige y profundiza, elevando su efectividad como instrumento guía.
Mostró asimismo la Comuna –como formuló Marx en su obra–, que el pueblo no puede limitarse a tomar el aparato de Estado existente, diseñado ad hoc para servir a la clase capitalista: debe crear uno nuevo, que responda a sus propias necesidades. Además, al evidenciar que el Estado es vulnerable y podía caer, echó también por tierra la veneración supersticiosa en él. “… veneración supersticiosa que va arraigando en las conciencias con tanta mayor facilidad cuanto que la gente se acostumbra ya desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden gestionarse ni salvaguardarse de otro modo que como se ha venido haciendo hasta aquí, es decir, por medio del Estado y de sus funcionarios bien retribuidos” (Ibíd., pág. 199). Muchos aún son víctimas de esta ilusión. 
Enseñó que la contradicción principal no es entre naciones, sino entre clases sociales y exhibió el carácter internacional del dominio capitalista. Primero guerreaban entre sí la burguesía francesa y los ricos de Alemania, pero ante el enemigo común se unieron. Igual ocurre hoy cuando, olvidando agravios mutuos, fracciones de la clase dominante, nacionales o extranjeras, se dan la mano si de someter a los trabajadores se trata. Los hechos patentizaron asimismo que, sea en monarquía o en república, mientras la clase capitalista ejerza su poder, lo hará siempre en su beneficio: con la Tercera República, Thiers y los prusianos se coordinaron para aplastar al gobierno popular.
La Comuna fue un ensayo pionero: primera ocasión en que los obreros tomaron el poder; mas por lo incipiente del proceso, inmaduras aún las condiciones, es entendible su carácter temporal y ulterior derrota. Pero como bien prueba la continuidad en el curso de los acontecimientos en Francia, un hilo conductor recorre la historia, y ha llevado a que en nuestra época podamos ver, aunque con diverso grado de éxito y consolidación, gobiernos de trabajadores, como en Vietnam, Rusia, Cuba, y el más avanzado: China. Son evidencia viva de que el pueblo puede y sabe gobernar y de alguna forma constituyen el fruto maduro de la Comuna de París.

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