Recientemente, se llevaron a cabo las elecciones de los consejeros que integrarán el Congreso Nacional de Morena en el que se decidirán cuestiones importantes para ese instituto político, como los integrantes de los órganos de dirección de este, el método de selección de los candidatos para las venideras elecciones federales, y a los candidatos, incluido el abanderado a la presidencia.
De ahí la ferocidad con que la que los morenistas se pelearon los cargos de consejeros. En San Luis Potosí eligieron a 70 consejeros, se vivió a todo color la llamada democracia participativa.
¿Qué vimos en esas elecciones? ¿Vimos acaso un modelo de proceso democrático? Nada de eso. Lo que vimos fue un proceso lleno de los vicios que las pseudoizquierdas tanto criticaron del pasado hegemónico del priismo: acarreos, compra de votos, coacción, intimidación y otras lindezas. Vimos una muestra de la moderna y cacareada democracia participativa que pregona Andrés Manuel López Obrador.
En San Luis, los medios de comunicación escritos y digitales informaron: “Asimismo en los alrededores de los centros de votación se pudieron ver numerosos autobuses de transporte urbano estacionados en sitios como la Calzada de Guadalupe o la propia Avenida Reforma en donde se transportaron por parte de algunos liderazgos a contingentes de personas, en una práctica a la que se le conoce como ‘acarreo’” (El Universal San Luis Potosí, 31 de julio de 2022).
“Algunas personas que estuvieron presentes en la Plaza Fundadores para emitir su voto compartieron las pequeñas hojas de papel que les proporcionaron con los nombres por quienes debían votar” (Astrolabio, Diario digital, 1 de agosto, 2022). ¿Y el voto libre y soberano de la democracia participativa? Queda en el discurso.
Suma y sigue. “Golpes, jaloneos, compra de votos, coacción e intimidación con el personal de seguridad se registró en San Luis Potosí, durante la elección interna de Morena para la selección de consejeros” (El So del San Luis 31 de julio 2022). Un resumen de lo sucedido.
Basta lo anterior para darnos cuenta de que Morena representa todos los vicios y aberraciones de los partidos políticos que han tenido el poder en nuestro país. No es un partido democrático y que busque un México más justo y equitativo para sus hijos, y la democracia participativa no es el despertar del pueblo bueno y sabio, como dice AMLO, sino es la manipulación y corrupción de la conciencia política de la gente.
La democracia participativa de AMLO, solo se reduce, como dice acertadamente el secretario general del Movimiento Antorchista, Aquiles Córdova Morán, “a convocar a las masas, casi siempre sin la mínima información ni preparación previa de ningún tipo, para que acudan a las urnas y decidan con su voto sobre asuntos que le son totalmente desconocidos o apruebe decisiones previamente tomadas por el presidente de la República”.
Todos sabemos que Morena se conformó con políticos, que, como ratas de barco, abandonaron al PRI, al PAN y demás partidos; políticos que cargaron con todos sus vicios, mañas, formas de proceder, aspiraciones inconfesables; políticos que buscaban el poder por el poder para enriquecerse ellos y sus allegados y conservar el sistema que lo hace posible. Y si Morena les ofrecía, y ofrece, a estos viejos políticos acceder a un puesto de elección popular, no escatimarían en cambiar de camiseta, abandonando sus supuestos principios y buenos propósitos hacia el pueblo. Por eso se hace dicho que Morena es un camión recolector de basura: recoge lo peor entre lo peor de la clase política.
La tarea de los verdaderos luchadores sociales es elevar la conciencia política de las clases humildes para que tenga plena conciencia de sus intereses y, que sean estas, a través de sus representantes más genuinos, los que lleven al país a una verdadera vida democrática para hacer los cambios que necesita el país para salir de la crisis en que nos tiene sumida la 4T. Una nueva clase gobernante representante de los pobres, que pueda tener un programa como lo ha planteado el Movimiento Antorchista, con 4 ejes de acción: uno, dé trabajo a toda la población en edad de trabajar; dos, que sea un empleo bien remunerado que alcance para una vida digna; tres, una política fiscal progresiva, donde pague más impuestos quien más ingresos tiene; y, cuarto, que haga un reparto equitativo del gasto social para que se atienda la educación, la salud, la infraestructura urbana en pueblos y colonias pobres.
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