En estas fechas de graduaciones escolares, las que siempre me son motivo de felicidad, orgullo y un poco de nostalgia, son las del Colegio de Bachilleres 30, del municipio de Maravatío, Michoacán, la razón está ligada a un afecto como egresada de esta institución, hace un par de años.
En esta ocasión culminaron sus estudios 109 alumnos provenientes de diversas colonias y comunidades de Maravatío y otros municipios cercanos. Desde estas líneas felicito a los hoy egresados, a los padres de familia, a los maestros comprometidos y a todos los que están aquí y allá haciendo lo posible para subir ese escalón más.
Pero sobre todo, felicito al Movimiento Antorchista porque esa escuela es producto del esfuerzo, unión y convicción de toda una comunidad organizada que luchó allá por 1988 (o un poco antes), para que las autoridades de aquel entonces construyeran una preparatoria en un punto del mapa donde los adolescentes podían seguir estudiando después de la secundaria y que también fuera accesible para los padres de familia de más escasos recursos, que veían con preocupación y ocupación también, que el futuro de sus hijos no se viera truncado por falta de dinero. Y fueron ellos, los padres de familia, junto con la guía del maestro Ulises Córdova Morán, quienes hicieron posible ese plantel que hoy, 34 años después sigue haciendo posible la culminación del nivel medio superior de cientos de jóvenes a los que les queda mucho por aprender y recorrer.
En este contexto, es importante no olvidar que la educación en México está atravesando por caminos complejos, donde los alumnos y sus padres están abandonados a su suerte por parte de los organismos gubernamentales que, en principio, son los que deberían velar por el bienestar integral de los mismos, hablo por ejemplo y para empezar, del gobierno federal y de instituciones como la Secretaría de Educación Pública (SEP), que deben trabajar en conjunto para lograr los fines que la educación pública y gratuita exigen; y sí, trabajan en conjunto, pero no son precisamente metas para el colectivo lo que persiguen.
Cada vez son más los jóvenes que abandonan sus estudios por falta de recursos, principal impacto negativo que trajo consigo la pandemia. Por ejemplo, para el ciclo escolar 2020-2021 la SEP dijo que la matrícula de nivel medio superior (preparatoria/bachillerato) era de cuatro millones 985 mil cinco alumnos y de estos, 538 mil 380 dejaron sus estudios en un año o menos (poco más del 10 por ciento), es decir, que tomaron la decisión de ayudar con su fuerza de trabajo para los ingresos familiares en el primer año de pandemia a costa de su formación académica.
Hay que considerar también que, si vemos el rango de edad de este nivel escolar, estamos hablando de 15 a 17-18 años, los suficientes para que en varios negocios acepten trabajadores de estas edades, pues tienen la energía y la inteligencia para desarrollar rápido un trabajo determinado (vender, cobrar, atender clientes, hacer trabajos de limpieza, cargar cosas, hacer trabajos manuales, por ejemplificar), lo que es también un arma de doble filo, porque ante la inexperiencia, los patrones se aprovechan de “cualidades” para explotarlos y dar incluso malos tratos a cambio de un salario raquítico (menos de 150 pesos al día), pero la necesidad es más grande y tienen que aceptarla si quieren el trabajo.
Por eso, quiero reconocer la labor integral de escuelas como el Colegio de Bachilleres 30, y todas las impulsadas por el Movimiento Antorchista Nacional, porque se busca lo mejor para los estudiantes que se encuentran en la disyuntiva de “comer o estudiar”.
Que sepan ellos que Antorcha es casa para todos, que nuestra lucha va más allá de gestionar y construir escuelas, también es acercar el verdadero sentido de la lucha colectiva a los jóvenes, que se sientan bienvenidos y arropados y que tengan la certeza de que cualquier problema, con la ayuda de todos se puede resolver. En nuestra organización tienen un hogar y una familia más.
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