En nueve meses se acaba el gobierno de López Obrador, quien prometió una transformación en México, y sí, sí lo transformó, pero para mal.
Tras estos cinco años, no quedó nunca claro a qué se refieren con “Transformación”; sin embargo, lo que muchos esperaban era una especie de revolución en el país, la cual, hay que ser muy claros, no se dio.
Las revoluciones de todos los países han ido acompañadas de la destrucción de los modelos educativos viejos para ser sustituidos por nuevos, mejores, avanzados.
Gran parte de los modelos educativos de los países donde una revolución está en proceso demuestran los intereses que busca esa nueva sociedad. Un país que quiera ser independiente tecnológicamente, competitivo laboralmente, con crecimiento económico, donde exista una mayor calidad y esperanza de vida para sus ciudadanos, es inevitable invertir y en su caso revolucionar el sistema educativo.
Pero en México, quienes decían que iban a transformar al país dejaron a la educación a su suerte, llegado al punto en el que se puede decir que están acabando con ella.
Los defensores morenistas han dicho que los “conservadores” le tienen miedo a las cosas nuevas, refiriéndose a lo que llaman “la nueva escuela mexicana”. Pero lo único que han hecho es causarle un grave daño a la educación, como dejar a México entre los países peor evaluados en la prueba PISA, que mide el desempeño escolar entre las naciones que integran la OCDE.
De los estudiantes a los que se les evaluó, noventa de cada mil obtienen un buen desempeño escolar. En México sólo dos de cada mil lo alcanzan. Hay países como Corea del Sur que tienen a catorce estudiantes sobresalientes de cada cien. Bajo ese parámetro, México tiene sólo el 0.2 estudiantes que tienen buen desempeño; es decir, por cada cien, no se alcanza ni medio estudiante sobresaliente.
Hay quienes se preguntan cuál es fondo del problema, cuál es el fondo de estos bajísimos resultados educativos ¿Es que los mexicanos carecemos de talento o estamos limitados fisiológicamente para destacar?
No es así. La gran diferencia entre Corea del Sur y México es el presupuesto que sus gobiernos destinan a la educación de su país, pues, como queda dicho más arriba, sus objetivos son diferentes. El primero pretende ser de los punteros de Asia, para no rezagarse tanto respecto al gigantesco desarrollo de China.
En México, los objetivos no son claros. El gobierno no se ha planteados tareas como país. No se notan objetivos, parece que los recursos están encaminados para perpetuarse en el gobierno de la República, como el programa “La escuela es nuestra”, que es una repartidera de dinero sin un proyecto claro.
Y lo peor es que esto se replica en todos los niveles, peor aún en las alcaldías, donde los gobiernos municipales tampoco ayudan en nada a las escuelas.
En Ixtapaluca, por ejemplo, pese a que jóvenes estudiantes se han manifestado en la presidencia municipal para exigirle apoyo al alcalde Felipe Arvizu, éste no ha salido a dar la cara ante la juventud estudiosa. Se ha ocultado en su palacio y ha sido intransigente para escuchar las demandas sentidas.
No olvidemos que debido a la pandemia (otro gran desastre nacional a causa de la negligencia del gobierno de López Obrador), las escuelas fueron abandonas, por lo que se deterioraron, en muchos de los casos, como en este municipio, fueron vandalizadas y hasta asaltadas.
Sin embargo, no existió ningún programa escolar para recuperar o remodelar esas instalaciones. Hoy muchos jóvenes y niños estudian entre vidrios rotos y salones deteriorados, pero a nivel nacional y local la falta de apoyo es abismal e inhumana.
Cuando Antorcha gobierne esta nación, uno de los intereses fundamentales será el desarrollo educativo en todos los niveles, impulsará infraestructura suficiente, instituciones numerosas, con planes y programas visionarios, además de profesores mejor pagados y preparados para que sea la educación un motor de desarrollo capaz de sacar al país del rezago y de la pobreza en que hoy vivimos los mexicanos.
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