Nos dice el reporte "Panorama de la Educación 2022", de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), que México se distingue entre los países por tener la tasa más baja de educación superior, pues solo el 27% de las personas de entre 25 y 34 años alcanzan este nivel. En general, el 82% de los mexicanos entre 25 y 64 años no cuenta con estudios de educación superior, (en comparación con un promedio de la OCDE de 63%), o sea, que sólo el 8% de la población en México cuenta con estudios superiores. Peor aún, sólo el 0.1% de la población, de 25 a 64 años, en México cuenta con doctorado, la proporción más baja entre los países de la OCDE. Esto contrasta con países como Israel, donde los niveles educativos mayores a la universidad son de 50%; en Australia es de 44; Noruega de 43%, y en Italia de 18%.
Esto ocurre, en parte, porque las condiciones para educarse no son las mismas para todos los estudiantes mexicanos, por ejemplo, al menos 25 millones de niños, niñas y jóvenes de cero a 17 años de edad que viven en condiciones de pobreza moderada y extrema -y que representan la mitad de la población de asistir a la educación obligatoria-, están en riesgo de ser excluidos del derecho a aprender porque no están logrando, incluso, asistiendo a la escuela, el aprendizaje básico que se requiere para poder seguir estudiando o para vivir una vida digna, señaló la maestra Sylvia Schmelkes del Valle, vicerrectora académica de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México (El Economista, 22 de mayo, 2021). Esta investigadora sostiene: el 80% de los niños y niñas indígenas, al finalizar su educación primaria, no logran los niveles básicos de comprensión lectora y de matemáticas. Para esta especialista, una de las razones por la que existe mala educación para los más pobres es por falta de presión política (SIC): “al encontrarse en una situación de desventaja por ser pobres o una minoría cultural, los habitantes de zonas indígenas, rurales y marginales urbanas ejercen mucha menos presión política por tener una educación de calidad, lo que se traduce en que a sus lugares de origen se destinen menos recursos para infraestructura y equipamiento educativo, calidad y capacitación de los docentes”.
En efecto, las colonias, pueblos, comunidades marginadas donde más se requiere educación, como palanca de progreso para esos sectores sociales, son los más olvidados en inversión porque la población exige muy poco, por desconocimiento o por sometimiento de los programas clientelares.
Aunado a ello, ¿por qué a los gobiernos les interesa un comino la educación de los hijos de los trabajadores? Sencillo, porque el gobierno se guía por los intereses de los más ricos del país, no de los más pobres. Para nuestra elite educar a las mayorías no es una prioridad, sólo se debe fomentar una educación adecuada y conveniente a los intereses de la clase empresarial, mano de obra barata, para atraer inversiones (en México se gana 4.8 dólares por hora, muy por debajo de los 6.5 dólares que se cobra en muchas regiones de China, señalan Thomson Reuters y Baker Tilly).
Por eso, la lucha de la Federación de Estudiantes Revolucionarios “Rafael Ramírez” tiene objetivos orientados a un progreso más equitativo para todos; un empeño, ciertamente que enfrenta las políticas neoliberales más reaccionarias, como la que practican algunos funcionarios del municipio de San Luis Potosí, quienes niegan, por la vía del hecho, atención a las solicitudes de los moradores de la Casa del Estudiante “José Martí”.
Como pasa con los políticos empotrados en la 4T, las políticas para combatir las desigualdades no pasan de ser mero slogan publicitario. Hoy más que nunca, la lucha de los estudiantes puede marcar un hito para romper esta política de abandono para los hijos de los trabajadores, para la paz y progreso de todos.
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