Ya se siente la nostalgia de las fiestas decembrinas y el cierre del año 2024. Esta es una temporada en la que muchas personas organizan convivencias familiares y colectivas en medio de espiritualidad y felicidad relativas, aunque los problemas sociales persistan y conviertan estas celebraciones en una breve evasión de la realidad.
Pasadas las fiestas, la realidad se impone, mostrando las calamidades que el gobierno niega desde Palacio Nacional mientras el pueblo lucha por justicia y desarrollo.
En México, las festividades comienzan el 12 de diciembre con la visita al santuario de la Virgen de Guadalupe, que reúne a cerca de doce millones de personas cada año en la Ciudad de México. Además, en todo el país se celebran actos públicos en honor a la “morenita del Tepeyac”. Posteriormente, la nochebuena y la navidad conmemoran el nacimiento de Jesús, quien nació hace más de dos mil años en Belén, Palestina, una región que hoy sufre las devastadoras consecuencias del conflicto armado entre Israel y Palestina. Desde el 7 de octubre de 2023, más de 44 mil mártires y 106 mil heridos han sido reportados por el Ministerio de Salud palestino en Gaza.
Mientras las guerras continúan, también lo hacen las celebraciones. En enero, los niños reciben regalos en honor a los Reyes Magos, tradición que culmina el 2 de febrero con el Día de la Candelaria.
Sin embargo, la desigualdad económica marca estas festividades, dejando a millones en pobreza extrema, incapaces de satisfacer necesidades básicas como alimento, vestido y salud.
La clase política y empresarial aprovecha estas fechas para explotar el sentimentalismo religioso, promoviendo discursos de paz mientras lucran con la venta de mercancías. Esta manipulación encuentra su origen en la historia, donde la religión ha servido como herramienta de control social, adaptándose a las necesidades de las clases dominantes.
En la actualidad, el sistema capitalista exacerba la concentración de riqueza, generando desigualdad y polarización social. Las manifestaciones religiosas, muchas veces alentadas por el propio gobierno, buscan desviar la atención de la población de las carencias materiales. Sin embargo, la fe no puede reemplazar las acciones concretas que mejoren las condiciones de vida de la ciudadanía.
Al final de las festividades, la realidad se impone, revelando problemas como la inseguridad, el desempleo, la migración y el alza de precios. Esto exige que el pueblo se eduque, se politice y se organice en busca de una patria más justa para todos.
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