MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Levantar bandera de la lucha obrera, necesidad impostergable

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“El hombre es, por naturaleza, un ser social”. Esta frase ha sido atribuida, aunque en otros términos, a Aristóteles, y ha generado todo tipo de debates y controversias. Desde un punto de vista personal creo que así es. 

Todo el desarrollo logrado por la humanidad a lo largo de la historia, en su economía y actividad cultural en general; la propia transformación de la especie humana y la evolución de sus relaciones se deben precisamente al trabajo conjunto; ello incluye desde las cosas que en nuestro tiempo pudieran parecer insignificantes, hasta las más sofisticadas, como los medios de comunicación y de producción, hasta los más complejos dispositivos tecnológicos que han transformado las condiciones de vida de todos.

Pero esa apreciación filosófica también ha venido cambiando. En las sociedades más antiguas, en la época primitiva, el grupo humano era sinónimo de sobrevivencia; se necesitaba trabajar en colectivo para y por el bien de todos sus miembros, pero, con el correr del tiempo, hubo quienes, por intereses surgidos al nacer las clases sociales, empezaron a ocultar la idea del hombre en vida colectiva, y a inculcarle que, si se concebía a sí mismo como individuo y no como parte de un colectivo, mejoraría su vida personal.

Mas la historia viene ofreciendo, en la práctica, la refutación de esta tesis clasista. Todas las revoluciones, todos los cambios sociales han ocurrido gracias a la unión de los pueblos. No podríamos hablar de la gran victoria de Lenin en Rusia, en 1917, si esta no hubiera sido respaldada por los millones de obreros y campesinos que se unieron para defender los ideales de una patria más justa; no conoceríamos a Fidel, quien encabezó la revolución cubana en 1959; no conoceríamos la República Popular China instaurada por Mao Tse Tung en 1949, y otras más, todas ellas ejemplo de la unión, el trabajo y la lucha en colectivo. 

Desafortunadamente, la idea del hombre como individuo se ha seguido enraizando en la sociedad, pues eso garantiza a las cúpulas del poder económico y político una vida tranquila, sin altercados sociales, sin manifestaciones populares donde los de abajo griten y luchen por una vida mejor. 

Con esta frase de Aristóteles en mente, dos sucesos llamaron mi atención en estos días: el primero fue que el pasado 3 de mayo se cumplió un año de la tragedia que cobrara la vida de más de 26 personas y dejara heridas a casi 100 más: el desplome de la Línea 12 del Metro de la CDMX. 

Transcurrido ya un año, no se ha detenido o siquiera señalado a ningún responsable, lo cual no solo significa falta de justicia para las víctimas del lamentable accidente, sino inseguridad y alto riesgo para quienes todos los días, por millones, utilizan este medio de transporte, uno de los más utilizados por la clase trabajadora en la Ciudad de México y municipios de la zona metropolitana.

Cada día, desde las 6 de la mañana las estaciones se abarrotan de usuarios, la fuerza de trabajo, que da vida a la economía, que necesita desplazarse diariamente, para sostener al país y alimentar a sus familias; pero esas vidas, poco importan para los gobernantes, pues ni Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la CDMX, ni el mismo presidente de la República han dado respuesta alguna, ni se sabe que hayan emprendido un programa integral de mejoras en las instalaciones del metro. 

El segundo suceso fueron las diferentes manifestaciones celebradas en el mundo en conmemoración del primero de mayo, Día Internacional del Trabajo. En varios países después de dos años de confinamiento por la pandemia, volvieron a levantarse las banderas para exigir mejores condiciones de vida para la clase obrera, pero hay que tomar en cuenta que esta “celebración” es un día más de lucha que como herencia el socialismo dejó a la humanidad. 

La conmemoración de esta día tiene sus orígenes en la Segunda Internacional, que luchaba y proclamaba la idea de la emancipación definitiva de la clase obrera, y eligió el día  primero de mayo como fecha de celebración en homenaje a los obreros de Chicago, que en 1886 en gran número fueron brutalmente reprimidos por exigir el cumplimiento de esos derechos. Se celebró en Londres en 1889, por primera vez, el Día Internacional del Trabajo. 

Hago mención de estos dos acontecimientos porque a diferencia de años anteriores, la celebración en México dejó mucho que desear; pero esto no es casualidad, pues la idea de que el hombre como individuo es superior a un colectivo ha sido tan difundida, que la misma clase trabajadora muestra grietas en sus filas, creyendo que poco o nada se puede hacer ya para mejorar sus condiciones laborales y de vida en general. 

El problema es que esas organizaciones que nacieron para defender los derechos de los trabajadores han perdido completamente su esencia de clase; ya no son los obreros o campesinos quienes las dirigen, sino sindicalistas al servicio de los señores del poder, esto es, de los empresarios y del gobierno, y que han abandonado los auténticos problemas de los trabajadores. Así, cada obrero, cada trabajador, se queda solo, aislado, como el hombre individual modelo que proclama la filosofía individualista. Solo e indefenso, como lo exige el gobierno de López Obrador con su fiero combate contra las organizaciones sociales.

Es urgente que en tiempos como los nuestros, en los que se ha abandonado al pueblo a su suerte, este levante y enarbole de nuevo la bandera de lucha y vuelva a unirse para buscar que las condiciones de los trabajadores mejoren, pues ahora son mucho peores que antes; se habla de un incremento al salario mínimo, pero con la inflación, ese salario no alcanza prácticamente para nada. 

Nuestros trabajadores ahora comen menos y peor que antes; la fuerza de trabajo de campesinos y obreros que sostienen al país está en el olvido. Salgamos, trabajadores de México, nuevamente a las calles, a exigir lo que durante tantos años se nos ha escamoteado. Que el pueblo se ponga en pie y marche por y hacia un futuro mejor. 

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