Muchos hemos crecido con la idea de que cualquier persona puede lograr todo lo que se proponga si trabaja lo suficiente para conseguirlo. Bajo esta idea creemos que nosotros también podremos ser millonarios algún día solo con esfuerzo y dedicación, mientras que las personas que menos se esfuerzan están naturalmente condenadas a ser pobres.
¿A cuántos de nosotros nos han querido vender la idea de que debemos simplemente echarle ganas para tener éxito en la vida?, al punto incluso de que tenemos una percepción negativa sobre el ocio y el descanso. Somos explotados y nos sentimos orgullosos de ello.
Hasta 2020, en México, el promedio anual de horas trabajadas fue de 2,124, es decir, casi 6 horas diarias incluidos los fines de semana (El Economista, martes 17 de agosto de 2021), siendo el país miembro de la OCDE en el que las personas dedican más tiempo en trabajar. Entonces, ¿Realmente no nos esforzamos lo suficiente? ¿O cómo explicamos que el 1 por ciento de México concentre aproximadamente el 30 por ciento de la riqueza de México?
Lamentablemente, nuestra realidad nos muestra que la distribución de la riqueza tiene como base la herencia y no el mérito. En México, nacimiento es sinónimo de destino. Las oportunidades son un sorteo que se reparten desde que nacemos y las probabilidades de salir ganadores juegan en contra.
La meritocracia está presente incluso en la idea del previous accumulate de Adam Smith con la cual justificaba la existencia de grandes masas trabajadoras viviendo en la pobreza, mientras que la riqueza de cada vez menos personas va en aumento; los economistas clásicos pregonaban la idea de que en algún momento determinado de la historia existió un grupo minoritario con cualidades como la inteligencia, era trabajadora y, sobre todo, ahorrativa, que acumuló riquezas a través de su esfuerzo y a su vez el resto de personas (la gran mayoría), por haraganes y dedicar su tiempo a la vagancia, terminaron por no tener nada más que vender que su fuerza de trabajo.
Muy diferente es la respuesta de Karl Marx. En el tomo I de El capital nos dice que en el ciclo de acumulación capitalista, el dinero se convierte en capital; este a su vez genera plusvalía y de esta surge nuevo capital, parece que se tratase de un círculo vicioso sin principio ni fin.
Marx nos dice que el proceso de acumulación originaria es el inicio de este ciclo. La acumulación originaria es un proceso histórico en el que el productor es separado, de manera violenta, de los medios de producción, se crean así las condiciones para el desarrollo del ciclo de acumulación capitalista, en otras palabras, para que el capitalismo pueda ser es necesario que existan, por un lado, trabajadores que no posean nada más que su fuerza de trabajo y por otro los propietarios de los medios de producción.
Un ejemplo claro de este proceso es la conquista, guiados bajo la idea del progreso y con la necesidad de construir la civilización se considera a la naturaleza como algo que no puede cumplir otra función más que el de ser modificada para satisfacer las necesidades del hombre, justificando el dominio y desplazamiento de los pueblos originarios. La expropiación de minerales como el oro y la plata (y demás recursos económicos y culturales) abrieron paso a la monetización que fue pieza clave para el desarrollo del capitalismo a nivel mundial. Este proceso de acumulación originaria no fue un proceso pacífico, sino todo lo contrario, estuvo plagado de sangre, un proceso de genocidio al punto de desaparecer casi por completo a una raza.
Y así, al seguir su curso la historia nos encontramos en un punto en el que es visible que nos han arrebatado nuestra dignidad, estamos sometidos ideológicamente y resignados a que las cosas son así porque tienen que ser así. La realidad de México necesita un cambio, en primer lugar, ideológico, liberarnos de nuestras cadenas mentales. Nosotros como estudiantes tenemos la responsabilidad y la obligación de cambiar estructuralmente la realidad, por los que ya no están y por los que vienen. Vale la pena.
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