El proceso histórico de transformación de las viejas relaciones económicas de producción del régimen feudal, a las nuevas relaciones económicas del régimen capitalista, modificaron inevitablemente la vida política, social e ideológica que exigía la sociedad moderna y, por tanto, el concepto de opinión pública y su relación con el Estado, en la sociedad burguesa, fue adquiriendo una nueva significación.
El feudalismo encabezado por las dinastías monárquicas y aristocráticas, estaba guiado por el fundamento teológico y la ética medieval, por tanto, la vida económica, política y social del régimen, estaba sujeta a la decisión y visión del soberano en turno que era el encargado de establecer los ordenamientos públicos, dictar las leyes y asegurar el orden y la paz social. Sin embargo, fue precisamente al seno del régimen feudal y sus condiciones históricas las que engendraron y determinaron la aparición de un nuevo régimen social y, con él, una nueva
concepción política e ideológica en la que cobra relevancia la opinión pública.
El Estado moderno burgués, finalmente, tuvo que romper con el fundamento teológico y la ética tradicional del feudalismo, para sustituirlos por la argumentación racional y el principio universal de la libertad individual. Sobre esta base se va transformando entonces el papel de la opinión pública hasta adquirir la trascendencia que hoy posee.
La opinión individual se considera como el juicio común que se tiene sobre algún fenómeno o cosa en particular, pero dicha opinión se limita tan solo a la simple percepción subjetiva que el individuo tiene del fenómeno o cosa, sin que ésta esté sujeta a una comprobación. Sin embargo, al pasar del ámbito individual o privado, al ámbito público o social, esta percepción colectiva que tienen las masas sobre una realidad concreta, adquiere una mayor significación.
Al respecto, el filósofo y sociólogo alemán, Jürgen Habermas, nos dice en su obra Publicidad Burguesa, que “…la opinión pública de un público raciocinante no es ya una simple opinión, no coincide ya con la mera inclinación, sino con las reflexiones privadas acerca de los asuntos públicos y con la discusión pública de éstos”. Es decir, que la población al irse involucrando en los asuntos públicos, al contrastar su opinión con la realidad y someterlos a la discusión colectiva, va construyendo una opinión pública con mayor peso y veracidad.
En este mismo sentido, cabe recordar que Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) afirmaba que “la opinión pública equivale a la opinión del pueblo”, y que, cuando se trataba de un público ilustrado, la opinión pública adquiría una nueva significación, que basada en la discusión crítica de la realidad concreta, le permitía desentrañar una opinión verdadera.
Pero en el feudalismo las masas desposeídas, plebeyas y analfabetas, con una profunda concepción religiosa del mundo y de la sociedad, y sin instrumentos de comunicación masiva a su alcance, estaban imposibilitadas de construir una opinión pública. Por tanto, es hasta el tránsito de la sociedad feudal a la sociedad capitalista que aparece la opinión pública como respuesta a la exclusión y limitaciones que tenían las masas de expresar su opinión sobre la realidad concreta en que vivía. Con el capitalismo surge entonces la libertad de opinar sobre los asuntos públicos, sobre el contenido y forma de las decisiones gubernamentales.
En este sentido Luis Aguilar Villanueva, en su obra Una reconstrucción del concepto de opinión pública, nos dice que: “uno de los problemas que la opinión pública pretendió plantear y resolver fue, en sentido estricto, el de la formación de la decisión política de Estado y, más específicamente, bajo cuáles criterios de decisión política de Estado puede ser justificada como decisión políticamente válida.” Y agrega: “La libertad de opinar sobre la legislación y el gobierno no podía más que formar parte - y ser la parte principal- de un Estado producido y puesto por las libertades individuales como ordenamiento normativo fundado en el principio de la libertad individual.”
Bajo el nuevo régimen burgués, las “masas” demandan intervenir en la esfera pública, en los procesos legislativos y de gobierno, con el fin de resignificar la vigencia de los derechos iguales y universales, en un sentido de igualdad social concreta: comienza a socializarse así la esfera pública en el nuevo régimen burgués. La masa y sus organizaciones políticas son ahora nuevos sujetos políticos que participan en la esfera pública al llevar al nivel de la política sus reclamos de justicia social. Se convierte ahora lo privado en público comenzando a borrarse la separación entre el Estado y la sociedad civil.
No obstante, la opinión pública no tiene intención de ser el poder político mismo, sino la de asumir una posición crítica frente a las decisiones políticas del Estado, por tanto, la opinión pública demanda que exista entonces aceptabilidad, conceso y argumentabilidad nacional.
La opinión pública se desarrolla y madura en el tránsito del régimen feudal al capitalismo, como un mecanismo de intercomunicación que conecta a los sujetos racionales demandantes de la “sociedad civil” con el nuevo Estado burgués. Y para que esta opinión pública adquiera aceptabilidad, exige que sea producto de un debate colectivo, que contenga un carácter racional con base en argumentos fundados, comprensibles y verificables, capaces de superar las opiniones erróneas y obtener así consensos generales.
Sin embargo, no podemos perder de vista que el Estado burgués necesita del control permanente sobre la opinión pública como una vía más que le garantice a las clases dominantes la paz y el control social. Por tanto, sabedores de que la burguesía promoverá permanentemente una opinión pública que utilizará en favor a sus intereses, la opinión del pueblo requerirá, en contraparte, de una dirección que le permita, con base en argumentos fundados, comprensibles y verificables, expresar también sus verdaderos intereses.
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