MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Sociedad anónima

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En un recorrido a bordo del transporte público por las calles de la ciudad, siempre nos topamos con mucha gente, obreros, amas de casa, estudiantes. Algunos ensimismados en su móvil, otros buscando con la mirada algo sobre la calle.

A los que van solos, por lo regular los envuelve el silencio, uno que otra plática por teléfono, los más jóvenes, sobre todo, con risas estridentes, los mayores son los más silenciosos, tienen miradas de preocupación, el cuerpo, con esa pesadez de cargar problemas, se descansa un rato sobre su asiento, no hablan, solo miran, tratando de esconderse tras de una sonrisa o un saludo; apretados siempre, unos tras otros, cómo piezas de dominó.

Sobre la calle hay más gente, camina con prisa, en ocasiones pausadamente; otros se mueven en vehículos al ritmo que marca el ajetreo citadino, aceleran y se detienen, desde lejos se ven mudos, a pesar del ruido y el humo de los escapes de los carros de modelos atrasados, que hace llorar lo ojos, algunos van solos, unos más acompañados, con el autoestéreo reproduciendo canciones de moda. Todos, conductores y transeúntes, usuarios de transporte y agregados, tenemos una cualidad: somos una sociedad anónima.

Lo único que conozco de mi vecina de butaca automotriz es que sus zapatos son blancos, que su chaleco es azul, por su mirada deduzco que es ama de casa, no sé nada más, su nombre lo desconozco ya ni se diga su oficio; algunos se descubren, pues van uniformados, Gamesa dice su camisola, la del traje blanco puede ser estudiante de medicina o enfermera; pero sigue siendo anónima. Así somos todos, anónimos unos de los otros.

En el pueblo, pueblito o comunidad rural nos conocíamos todos y sabíamos que doña Gaby tenía su tienda, que el señor gordo era mecánico, si teníamos alguna necesidad o algún apuro sabíamos a quién acudir. En la sociedad anónima solemos ir a lugares que en la parte superior anuncian su servicio, pero las personas casi siempre aparecen anónimas al que pasa por la calle por primera vez.

Esta sociedad anónima no siempre fue así, la población creció e hizo imposible saber los nombres de todos y sus oficios. Los más jóvenes se fueron a trabajar a empresas grandes, dónde se olvida la individualidad, ya no es Ulises el ingeniero, en términos de control de recursos humanos, pasó a ser el obrero 8545; los nombres se convierten en números, cómo los presos en un reclusorio.

Antes, dicen los manuales de historia, el artesano producía sólo el producto que comerciaba, tenía las facultades de llevar el control total de su producto; la manufactura lo fue separando y especializando en tareas más técnicas, ya no cocía, pintaba y empacaba, ahora desempeñaba solo una tarea; el desarrollo industrial junto con la mejora de la división técnica del trabajo y la maquinización de la producción fueron haciendo del artesano solo un apéndice de la máquina. El artesano con nombre y apellido que dejaba su sello personal en sus productos ahora es solo uno de cientos, a veces miles de obreros, que contribuyen a producir una sola mercancía. La sociedad se volvió anónima, el artesano que tenía nombre ahora es un obrero.

En efecto, la gran industria moderna ha provocado que las personas seamos anónimas, el anonimato sirve para facilitar la movilidad de los trabajadores que están detrás o a un lado de la máquina. Las personas que salen a la calle forman parte de un ejército industrial que trabaja independientemente de los nombres, y en ocasiones hasta obviando las capacidades, que solo tienen una cualidad que interesa a la producción Industrial: tener necesidad de trabajar.

Pero paradojas de la vida. Esta sociedad anónima se necesita más que nunca. Si bien es cierto que la gran industria ha ido reduciendo a lo mínimo indispensable la intervención del obrero en la producción, también es cierto que la producción se ha ido socializando cada vez más.

Así como el artesano necesita de la naturaleza para obtener las materias primas y medios para producir; la manufactura ocupaba de materias primas que ya no se encontraban en su entorno y tenían que buscarlas en otros lugares; lo mismo la gran industria ocupa materias primas y medios de producción que ya no se encuentran ni es su entorno, ni su país, ocupan de medios de transporte, maquinarias, herramientas elaboradas en otras partes del globo. Evidentemente esa mercancías o medios de producción de otras latitudes son igualmente elaborados por manos de obreros anónimos de otros países con idiomas distintos al nuestro.

¿El obrero de la empresa china que ensambló el televisor que está en la pared de la sala sabe que sin su trabajo no estaría mirando mi programa favorito? ¿El trabajador, que le pagan apenas lo indispensable para vivir, de la armadora de circuitos eléctricos de Volkswagen sabe que contribuye a una cadena enorme de trabajo para tener como resultado un auto último modelo que se vende en miles de pesos o hasta en dólares? Seguramente lo sabe a medias. Pero algo que sí podemos saber, o deducir, es que una paradoja del gran sistema capitalista es que en cuanto más anónimos son los obreros, más social es la producción. Y si está contradicción de la sociedad se entendiera en todos los rincones del mundo se podría fácilmente ver qué la sociedad anónima puede poner contra la pared a los reyes del capitalismo y preguntar. ¿Si son los obreros los que producen la riqueza por qué solo unos cuántos millonarios disfrutan de ella.

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