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Tatuana

Autor: Gabriel Hernández García
Año de Edición: 2010

Situar en la mente de los lectores los acontecimientos triviales de un sector de la sociedad que solo posee por riquezas las bellezas y beneficios de la vida del campo y una fuente inagotable de circunstancias que difícilmente trasciende, no es un cometido fácil. En tiempos donde el encantamiento del internet funge como el gran monstruo, se necesitan del tacto suficiente para atrapar con la lectura a un público poco asiduo a descubrir la vida de otros en una obra literaria. Gabriel Hernández García, autor de Magia indígena, con el peculiar estilo de su primera serie de documentos populares plasma una enseñanza que va más allá de una simple presencia. Tatuana es una nueva creación. Historias con diferentes matices en cada situación. Esta vez el prosista con una agudeza que posee, pone en cada cuento tonalidades irónicas, ocurrentes y capaces de conmover. Relatos con imprevistos como la realidad distinta que se vive en Los Manantiales, La Tierra o la estampa de un individuo que ha luchado con la vida y metafóricamente se convierte en Juan colibrí. Los elementos que dan el valor adicional a esta serie de cuentos, están ahí, en la sencillez, en la originalidad y la precisión con que están reflejados los momentos de vida de un pueblo y en las anécdotas que enamoraron de la imaginación del autor.

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Prólogo

El lector tiene en sus manos el segundo libro de cuentos, salido de la pluma de Gabriel Hernández García. Se trata, como en el primero, de una serie de relatos campesinos e indígenas de nuestro país, aunque preferentemente enfocados a la Mixteca oaxaqueña, región pobre y marginada si las hay, que el autor conoce de primerísima mano y por las que, como lo evidencian sus relatos, siente un profundo cariño nacido de ese mismo conocimiento, pero también del humanismo y la solidaridad del escritor con esa tan lastimada porción del México profundo. 

El propósito de la narrativa de Gabriel Hernández es claro: busca hacer de cada uno de sus cuentos una tesela, primero bien escogida y luego bien trabajada y bien pulida entre sus diestras manos del narrador vernáculo, para construir con todos ellos, como con las piezas de un rompecabezas, el cuadro completo de la vida de esos pueblos y dar así, a través de ese medio sencillo y agradable, un conocimiento profundo, pleno y objetivo, de la situación actual, material y espiritual de esa masa humana que ¡todavía hoy! sigue esperando justicia y solución a sus más urgentes necesidades.  

Es bien sabido que todas las obras de imaginación, toda obra artística en general, aún las de apariencia más sencilla, es siempre una realización complejísima que somete a su creador a la existencia máxima a que puede verse sometida la inteligencia humana. Es por principio de cuentas, un acto de creación, o, más exactamente la recreación porque implica volver a crear, de acuerdo con la sabiduría, la sensibilidad, las inclinaciones políticas y sociales, la educación estética, etc., de su autor, un episodio, un hecho, un fragmento de la realidad preexistente libremente escogida por él. No se me escapa que, sobre este punto existe desde hace mucho tiempo, desde siempre, una discusión entre los mismos creadores que, bien entendida, resulta ser un problema sin solución definitiva. Justamente por eso, no sé, no tengo ningún reparo en declarar abiertamente que yo alineo con quienes piensan que nadie, absolutamente nadie, puede considerarse como razón un creador absoluto capaz de crear “algo” de la “nada”, de la nada absoluta. Concuerdo con ello que afirman que nadie saca nada de su inteligencia pura, de su cerebro manejado como única materia prima de su creación, por grande que sea su genio, que todos tiene (tenemos) la necesidad ineludible de nutrirse previamente con conocimiento, con los datos que les proporcionan la realidad material y social que los rodea. 

Gabriel no sólo no intenta ocultar, en ningún grado ni manera, el contenido filosófico, político y social de su obra. Todo lo contrario, se esfuerza al máximo para que, sin caer en el panflentismo, sin abandonar el misterio de la verdadera creación literaria, misterio que surge del contenido y de la belleza de la forma (en este caso, del lenguaje narrativo del escritor), a nadie le queda duda de a qué sector social intenta atraer, qué ángulos fundamentales de su vida social, económica y política lo modifican y conmueven y cuál es su posición personal frente a la realidad que refleja y recrea. Diríase que, por el profundo humanismo y rigor con que el narrador observa, estudia, selecciona y trata sus materiales, humanismo y rigor que se truecan en su obra en amor y plena solidaridad hacia los desamparados de sus narraciones, Gabriel siente orgullo y una urgente necesidad, nacida de lo más hondo de su sensibilidad, de que nadie se confunda ni se engañe sobre lo que siente, piensa y quiere ante la dura realidad que retrata.

La sencillez de su lenguaje y la casi total ausencia de enredos y complicaciones en la trama de sus relatos (lo que ciertamente los priva del encanto de los desenlaces inesperados), pudiera pensarse que en ellos hay poco de arte, poco de un estilo refinado, depurado y trabajado, y llevar a la conclusión errónea de que estamos ante verdaderos balbuceos literarios. De ninguna manera. Sin desconocer que el estilo de Gabriel puede y debe seguir madurando, evolucionando, puliéndose, para hacerse más eficaz e incisivo, no hay ninguna duda de que ha logrado ya lo más difícil, esto es, la plena correspondencia entre forma y contenido. Todo el encanto, toda la simpleza, toda la ingenuidad y la falta de complicaciones inextricables en la vida real de nuestros pueblos campesinos y sus habitantes más desvalidos, encuentra su expresión plena, su mejor cauce para hacerse visible a los ojos de todo mundo, en el lenguaje claro, trasparente, fresco como el agua de los arroyuelos que aparecen de vez en cuando en sus relatos, carente de academicismo y los alambicamientos retóricos, con que Gabriel cuenta sus anécdotas. Y tras la aparente trivialidad de éstas, se esconde una madura y completa concepción social no sólo sobre la vida campesina de la mixteca oaxaqueña, sino del país entero. Es obvio que el narrador no piensa, como dicen las teorías políticas y económicas al uso, que la pobreza, el desamparo, la ignorancia, el primitivismo de la vida de sus personajes, se culpa de ellos mismos o fruto de la casualidad. El autor no es ingenuo ni intenta engañar a sus lectores, y pone en claro, sobre todo si se juzgan sus relatos en conjunto, que tras de lo que aparentemente casual se mueven fuerzas e intereses poderosos, que son la causa última y verdadera de la sordidez del mundo que retrata. Y que Gabriel no relata de modo frío, “objetivo”, sereno y “sin partidarismos dogmáticos”; no teme que lo tachen de panfletario y escribe con amor, con pasión, con indignación mal contenida. Sus relatos no son para entretener sino para conmover, denunciar y exigir. Se perfila, por eso, como un testigo de altísima calidad de la vida de nuestro pueblo pobre; como uno de sus mejores representantes y calificados defensores; como alguien decidido a hacer de su arte, no un anestésico, sino un agudo aguijón que no deje en paz a nadie que tenga que ver con esta problemática y con su solución. Quien escribe este prólogo, que ve la vida de México de la misma manera que Gabriel, se declara totalmente de acuerdo con esta gallarda actitud del narrador; un sincero admirador por la honestidad y claridad que respiran sus páginas y, por tanto, un entusiasta propagandista de la necesidad y convivencia de leer este su segundo libro de cuentos.

Ing. Aquiles Córdova Morán