Con mi padre aprendí las labores del campo, fue mi primer gran maestro. “Ahora, mi querido viejo ya caminas lento”, dice la canción. Platicábamos mientras limpiábamos la milpa del “mozote” y otras malezas correosas, o sembrando el maíz. Un día mi padre me preguntó: ¿qué materia escolar es la que menos te gusta? ¡Matemáticas!, –respondí–. “Tienes que estudiarlo hijo; las Matemáticas es el dedo con que Dios mueve el mundo”, y agregó: “se usa en la cocina, en la albañilería, en todo; hasta en la poesía”, sentenció. Cada tarde lo veía leer con mucho interés una revista que le llegaba por correo; las guardaba con mucho aprecio, y en su plática resaltaba siempre de un país en progreso permanente, muy diferente al nuestro; nos mostraba imágenes de un pueblo iluminado con energía eléctrica que parecía de día, de la que nosotros carecíamos; centros escolares, con bibliotecas y jardines, niños uniformados y con buen calzado; yo iba a la escuela descalzo y con ropa con remiendos; mucho muy diferente era mi escuela, de una sola y enorme pieza, parecía una galera. Mi padre leía la información de la Revista de la URSS.
Duro y difícil fue mi maestro Wenceslao Osorio, Lalo, así le decía la gente; un maestro rural respetado y que era consultado en cuestiones propias del pueblo, por ser persona letrado, que se había ganado el cariño de la gente por sus años de servicio dentro de la comunidad; más de una ocasión lo vi firmando papeles junto con mi señor padre, para hacer peticiones de la comunidad a las autoridades correspondientes. Más tarde lo supe. Él fue mi maestro de mis primeras letras. Recuerdo que nos mantenía embelesados escuchando sus cuentos, y dábamos rienda suelta a la imaginación
En medio siglo de camino que llevo en esta vida he conocido a muchos maestros, verdaderos artistas de la vida que me han regalado sus fracasos y sus aciertos; otros tantos más, que he estado muy cerca de ellos a través de sus libros, artículos y conferencias que he seguido pacientemente; maestros como Omar Carreón Abud, Brasil Acosta Peña, Abel Pérez Zamorano, Homero Aguirre, Carlos Martínez Leal, Samuel Aguirre, Maricela Serrano, Odila Gloria Medina, Guadalupe Orona y un largo etcétera, que mucho me han ayudado a comprender con su ejemplo nuestra realidad social.
No recuerdo en que momento llegó a mis manos un periódico que llamó con fuerza mi atención por el título: Tlanese se llamaba, que coincidía con los temas que abordaba de aquellas pláticas de mis días de infancia. La movilización de hombres y mujeres que luchaban por mejorar sus condiciones de vida, como aquéllas historias de los pueblos de la URSS; ahora, con el pueblo mexicano era posible, lo que me parecían historias de un pueblo lejano, aquí, también se podía hacer, se podían construir escuelas, centros de salud, electrificación en los pueblos etc., si se luchaba organizados hasta conseguirlos. Entendí, que la mano con una antorcha, era la esperanza para el pueblo.
Un maestro rural de la sierra mixteca poblana, llamaba al pueblo de México a luchar y organizarse, denunciaba con valor los atropellos que vivían los campesinos, los tratos ventajosos con el café, cacahuate y otros productos más, que hacían los caciques de la región con los campesinos indígenas de los pueblos tepehuas y otomíes. El maestro Aquiles Córdova Morán había encendido la chispa de la Antorcha, el fuego que calienta la sangre del trato inhumano de nuestros semejantes. La tarea era enorme: educar y organizar a los obreros y campesinos, despertar a ese gigante de masas de trabajadores para luchar contra otro gigante.
Con el maestro Aquiles, líder del Movimiento Antorchista Nacional, he aprendido una filosofía materialista, una filosofía de vida, más humana, más solidaria con los explotados de siempre, es decir, los obreros y trabajadores del campo que, aún produciendo la riqueza de nuestro país, carecen de lo necesario para vivir dignamente. El maestro Aquiles Córdova es un científico de las ciencias sociales, a creado en el pueblo, una conciencia de clase, y, una estructura social capaz de hacer sonar la voz de los oprimidos. He escuchado muy de cerca sus conferencias a las que he asistido. Me puedo contar entre los que han escuchado hablar a un hombre gigante.
Otro gran maestro más cercano a quien admiro y respeto, un estadista que, viendo números lee datos concretos de la vida política del estado de Colima; que es perseverante, tesonero y disciplinado, que nada se calla y llama a las cosas por su nombre, que parece un tanto exagerado, algunas veces (“más vale pecar de exagerado que de negligencia”, leí un día en el libro La guerra y la paz, de León Tolstoi); que cree y confía en su gente que le rodea, que ha sido impulsor de grandes obras que benefician a comunidades estudiantiles, populares y campesinos. Estudioso y comprometido, muy exigente consigo mismo y con los demás. Es quien ha logrado que hoy, como un milagro, pueda yo escribir medianamente lo que pienso; se llama él Luis Enrique López Carreón, otro ejemplo a seguir.
“Ser antorchista, no basta con gritarlo. Ser antorchista es estar dispuesto a sacrificarse hasta romper el cerco ideológico del sistema económico capitalista que nos oprime. Y solo así, ser útil a los demás”. Lo ha dicho más de una vez el maestro Luis Enrique.
Si gestionamos una y otra vez y no atienden nuestras peticiones, entonces es momento de luchar por conquistar posiciones políticas electorales. Esa es la tarea actual del momento, conquistar el poder político para crear mejores condiciones de vida para todos. Este 6 de junio los invito a votar por los candidatos antorchistas. Sirvan estás breves, pero sinceras palabras, para recordar el día social de todos los maestros. A todos ellos, ¡felicidades!
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