MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Al viejo Canek

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Dijiste una vez, querido Canek, que ahora nos toca entender cómo y en qué tiempo debemos de librarnos de este mal. Has dicho bien, viejo, nos fijaste un rumbo: entender. Y eso significa, cuando menos, conocer cómo funcionan las cosas, cómo suceden los fenómenos y sus causas, cuáles son sus fuerzas motoras, sus contradicciones e interrelaciones y hacia dónde se dirige el barco de la sociedad. Al mismo tiempo nos has dado la tarea de actuar, ¿de qué otra manera podríamos librarnos del mal, si no es con la acción transformadora? Pero tu dicho también implica que somos nosotros mismos los que nos libraremos de esta opresión, no un mesías salvador ni un desesperado terrorista: nadie puede sustituir nuestra gigantesca fuerza ni hay cordel suficiente para atar las manos de todo el pueblo. 

Sin embargo, ahora el tiempo ha cambiado, y el cómo ya no es el mismo. La pena ha crecido tanto que el dolor no alcanza para condolerse de tanta desgracia que nos ahoga por doquier. Ahora, querido viejo, hay millones de niños Guy por los que llorarías hasta secarte… aunque supuestamente no fueran tu familia… carentes de médicos y de medicinas, con programas sociales cancelados, incluso hasta atentar contra sus vidas al dejarlos sin vacunas, o bien condenados a llevar una vida de robot insensible con celular en mano y su respectiva cabeza inclinada. No nos alcanzan las lágrimas, viejo, ni las gargantas para contener el nudo amargo de esta opresión en que nos tienen los dictadores disfrazados de buenas gentes. 

Los blancos se han dividido, Jacinto, ya no son uno solo frente a ti y tus mayas, ya no son uno sólo contra todos los que a ti se parecen. Ahora hay más millones de blancos tan desgraciados como tus mayas; no se diga mestizos que en las noches se van a dormir agobiados por las carencias, entre suspiros que el pinche viento nomás no se lleva. Pero también ahora entre tus mayas hay blancos de espíritu, del mismo espíritu blanco que sacrificó a tu pueblo en 1761 y que después crucificaba yaquis sonorenses en las púas del henequén, del mismo que hoy endiosa a los nazis ucranianos que pregonan la extinción del pueblo ruso, empezando por sus Guys.

En realidad, los mismos caciques que tú conociste se hicieron burgueses, acólitos del imperio, su malinchismo finalmente parió su fruto ansiado: fascistas autóctonos todopoderosos. Ahora, también, hay burgueses yaquis y mayas y purépechas y nahuas, hay ricos de piel morena y muchos pobres de piel canela tan desgraciados como siempre… bueno, más que siempre. La pobreza, viejo, le perdió el respeto al color de la piel, mientras que el dinero ama todo tipo de piel, siempre y cuando le garantice seguir comiendo sudor y sangre para parir más dinero. Al capital no le interesa qué tono de piel tenga su capitalista; si fuera necesario, su dedo de Dios omnicorruptor puede blanquear cien mil michaeljacksons, o dorar para que se parezcan a ti a cien mil pálidas burguesas con el tratamiento médico de sol administrado en mil distintas playas exóticas.

Nos toca, pues, entender lo que te acabo de decir para hallar el cómo, para cumplir tu encargo. Pero el entendimiento no surge de forma milagrosa, innata, Canek: esto ya lo sabías bien, por eso predicabas cambios, si no, qué necesidad había de exhortar con los discursos de tu doctrina. Sí… tú lo sabías bien, viejo. La conciencia de nuestras condiciones de existencia, de la situación propia, el entendimiento profundo de las posibilidades de transformarla y hacia dónde dirigirla conscientemente, no surge desde la mente del oprimido por generación espontánea, ni por llamados a misa, mucho menos por la lucha economicista, que sólo garantiza el triunfo del egoísmo, del individualismo y el fraccionalismo que tanto nos debilitan: esa conciencia hay que insertarla, como quisiste hacerlo, como dedicaste tu vida a hacerlo con tu doctrina superior. Hay que combatir las ideas degradantes con ideas superiores, enaltecedoras del espíritu humano y hay que realizarlas en el combate por un mundo sin injusticias.

Seguimos comprando el viento que respiramos, viejo, pagado con el agotamiento de nuestras fuerzas, a costa de nuestra felicidad, pero quiero que sepas que ya no queremos hacerlo, simplemente queremos respirarlo, como debe ser y que al hacerlo no nos cause dolor; que sepas que ya no estamos dispuestos a que nuestra única meta posible y segura sea la muerte, porque además de que esa maldita nos hace causar más desgracias a los nuestros, es la muerte más indigna que podemos tener, la del oprimido, que así muere, sojuzgado: sin empleo o sin que sea dignamente remunerado, sin salud, sin educación, sin el disfrute de la cultura y el deporte. Morir con hambre y sin esperanzas de algún día cambiar, qué desolador. La única muerte dichosa es como la tuya, la del transformador, el revolucionario y esa es la que anhelamos. 

La tía Charo estaba equivocada, el niño Guy sí era tu familia, pero era un nexo de tipo superior, distinto y nuevo de familia, por eso lo amabas; hoy, la familia proletaria es mi familia, nuestra familia y está evolucionando a un nivel ideológica y moralmente superior, de clase, aunque la acusen de clasista; se trata de un vínculo social real, imborrable, existente, aunque no lo quieran: la clase proletaria, que, si estuvieras aquí, la amarías por ser tuya también.

Ahora, viejón, queremos alimentar a la generación del amor, como dijo Bob Sinclair, la que genere amor, pero un amor muy concreto, amor al trabajo, a la creación, al estudio, amor a la clase proletaria para acabar con sus condiciones de vida miserables, amor a su revolución. Lo grandioso de todo esto, querido amigo, es que, sólo movida por el amor a lo mejor de la humanidad, esta clase de hombres proletarios es la única capaz de llevar a cabo la tarea que nos has dado. Este, querido Canek, es otro entendimiento que nos enseñaron los maestros del proletariado y los millones que se sacrificaron desde 1872 hasta la fecha por hacerlo realidad: todos ellos nos comprobaron, “como una clara luz encendida en la luz”, la posibilidad objetiva de librarnos de la opresión, y de la realización de nuestra liberación definitiva.

Y me siento contento al informarte, querido maestro, que tu gente, tus pueblos, tu clase, por fin han encontrado una antorcha que ilumine el arduo camino de su entendimiento y que el tiempo de su liberación definitiva está más cerca que nunca.

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