Después de leer los tres espléndidos artículos, Algunos apuntes sobre la identidad indígena de Yásnaya Elena Aguilar Gil, Maturana: El futuro de la humanidad no son los niños, son los mayores, de Alejandra Jara y Revoluciones sexuales: del optimismo al desconsuelo y viceversa, de Sandra Lorenzano, quedé convencida de cómo detrás de una infinidad de temas sociales encontramos, en el fondo, como subyace la importancia de los derechos humanos como expresión democrática e incluyente en la sociedad moderna.
Considerando el artículo 1° de nuestra Carta Magna que establece que: “En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección […] Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el género, la edad, las discapacidades, la condición social, las condiciones de salud, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra la dignidad humana y tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas.”, y , por otro lado, el acuerdo de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que señala que los derechos humanos: “…son el conjunto de prerrogativas sustentadas en la dignidad humana, cuya realización efectiva resulta indispensable para el desarrollo integral de la persona. Este conjunto de prerrogativas se encuentra establecido dentro del orden jurídico nacional, en nuestra constitución política, tratados internacionales y las leyes”, se puede afirmar que existe un marco regulatorio en dónde apoyarnos para exigir respeto a los derechos humanos de los sectores más vulnerables de la sociedad como pueden ser, en referencia a los artículos citados, la pluralidad cultural, la inclusión de las personas mayores, el feminismo y la diversidad sexual, entre otros.
Elena Aguilar Gil, de manera brillante nos dice en Algunos apuntes sobre la identidad indígena, que la identidad es una operación mediante la cual las personas se piensan y existen como entes discretos que necesitan del contraste para configurarse. Haciendo referencia a los pueblos indígenas, en particular al Mixe de Oaxaca, nos describe cómo una mujer mixe cobra conciencia de ser indígena cuando sale de su pueblo y llega a la ciudad: el contraste con la ciudad le permite entender su identidad como mixe y, por tanto, como indígena.
En una segunda referencia, Aguilar Gil reflexiona sobre la Guelaguetza, conocida como la fiesta folclórica más importante de Latinoamérica. Nos muestra dos visiones de un mismo fenómeno: la visión gubernamental enfocada en atraer turismo y, en contrapartida, el profundo significado que tiene la Guelaguetza para la comunidad migrante oaxaqueña en California, Estados Unidos, cuya celebración les permite fortalecer su identidad. Aquí, el contraste con la vida estadounidense les permite a los migrantes entender su identidad como indígenas mexicanos.
La autora nos enseña que las identidades colectivas se forman potenciando ciertos rasgos contrastantes en común a través de la historia, por medio de símbolos, himnos, bailes, historias, folclor, gastronomía, narrativas, rituales y demás aspectos que terminan formando parte de la identidad propia de los individuos.
Agrega, Aguilar Gil que, al formarse los países en el mundo, al constituirse los Estados, se conformó también una nacionalidad oficial. De esta manera miles de pueblos quedaron encapsulados dentro de 200 países, el Estado moderno monopolizó la identidad nacional y silenció a otras identidades históricas clasificándolas como “pueblos indígenas”.
Finalmente, la autora orienta correctamente la solución al problema de la discriminación por motivos étnicos al señalar que ser “mujer”, “mexicana”, “oaxaqueña”, “indígena” o “mixe” son solo variantes o subconjuntos de una identidad integral que debe ser socialmente incluyente y respetarse como un derecho humano.
Por su parte, Alejandra Jara en Maturana: El futuro de la humanidad no son los niños, son los mayores, después de entrevistar a Humberto Augusto Maturana Romesín, destacado biólogo, filósofo y escritor chileno, Premio Nacional de Ciencias en 1994, quien fue invitado a inaugurar un curso académico en la escuela Hipólito Toro y Salas, en la Ciudad de Chiguayante, región del Biobío, Provincia de Concepción, en Chile, donde expresó su mensaje al que tituló “Amar educa”, nos presenta un artículo sobre la importancia del amor en la tarea educativa: saber escuchar, dialogar, ser incluyente y reflexionar con nuestros interlocutores siempre sombre el mismo plano de premisas básicas.
En su mensaje Maturana nos dice que enseñar es saber guiar al individuo hacia la reflexión con seriedad y autonomía. Cuando decimos amar educa, lo que decimos es que debemos crear un espacio donde se escuche al niño, en donde se diga la verdad, donde se le destina tiempo a los niños para transformarlos en personas reflexivas y responsables, capaces de hacer lo que quieren hacer y decir lo que quieren decir.
Maturana termina su mensaje con un pensamiento incluyente y complementario afirmando que “el futuro de la humanidad no son los niños, son los mayores”, porque los niños y jóvenes se van a transformar con nosotros, con los mayores, con los que conviven, según sea el nivel de dicha convivencia. “Nosotros hoy somos el futuro de la humanidad. Los niños se transforman con nosotros. Van a reflexionar, van a mentir, van a decir la verdad, van a estar atentos a lo que ocurre, van a ser tiernos, si nosotros los mayores, con los que conviven, decimos la verdad, no hacemos trampa o somos tiernos”.
Finalmente, en el tercer artículo, Sandra Lorenzano en sus Revoluciones sexuales: del optimismo al desconsuelo y viceversa, nos muestra el desarrollo histórico de la lucha feminista en México, la legítima lucha por los derechos de las mujeres mexicanas y, posteriormente, se refiere a la lucha por los derechos de las minorías sexuales que también exigen respeto.
El feminismo, nos dice Sandra Lorenzano, se constituye a la vez como una reflexión teórica y un movimiento social que busca básicamente la reivindicación de los derechos de las mujeres. Un movimiento que nace como herencia de las mujeres que lucharon por el sufragio en Inglaterra, materializado inicialmente en nuestro país a través de los congresos feministas de Yucatán, en 1916, organizados por Hermila Galindo y Elvia Carrillo Puerto, y, décadas después, el 17 de octubre de 1953, coronado con la obtención del derecho de la mujer al voto ciudadano.
Sin embargo, para eliminar no solo la violencia de género, sino cualquier situación de injusticia contra la mujer ocasionada por su género, es necesario hacer un verdadero cambio en el funcionamiento de toda la estructura social.
Luego vendría la segunda ola del feminismo, en los años 70, con la incorporación masiva de las mujeres a los estudios superiores y al campo laboral. La discriminación y la violencia sexual se convirtieron en los principales temas de discusión. El feminismo se convirtió entonces en uno de los motores de los cambios sociales, culturales y sexuales de nuestro país. Las mujeres cuestionaron los modelos familiares y de pareja, se enfrentaron a los convencionalismos, desafiaron al machismo de derecha e izquierda, reivindicaron su derecho al trabajo remunerado, a la independencia y al placer.
Aparece en 1960 la píldora anticonceptiva en el mercado mundial marcando un punto de ruptura fundamental en la historia de la sexualidad en México, transformando la relación de las mujeres con el placer, el deseo y la libertad sexual.
La lucha feminista continuó y en 2007 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal aprobó la despenalización de la práctica del aborto inducido: entendido éste no como un problema moral e individual, sino como un problema de salud pública y justicia social. No obstante, este avance de la democratización sexual ha sido muy focalizado y, por tanto, aún está lejos de cobijar a millones de mujeres mexicanas.
Después de señalar que entre 2000 y 2014, el número de mujeres asesinadas en México ascendió a más de 26 mil, Sandra Lorenzano se pregunta ¿qué podemos o debemos decir ante la violencia de género, ante los feminicidios, ante los índices de violaciones sexuales en nuestro país? ¿Cómo llegar a las obreras de la maquila, a las trabajadoras domésticas, a las campesinas, a las migrantes, etcétera?
La contundencia y fuerza de este artículo me invitan a complementarlo, en este punto, actualizando algunas cifras: el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), en noviembre de 2019, publicó datos nacionales que revelan que de los 46.5 millones de mujeres de 15 años y más que hay en el país, 61 por ciento (30.7 millones) ha enfrentado violencia de cualquier tipo y de cualquier agresor, alguna vez en su vida.
Por consiguiente, el feminicidio, entendido como la forma extrema de violencia que culmina con el homicidio de mujeres, también sigue en aumento: en la Ciudad de México, de 2018 a 2019, se registró un incremento de 58.9 por ciento en los feminicidios, según datos proporcionados por el Observatorio de la Ciudad de México; durante 2019 se registraron 976 feminicidios en el país, de acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública; y en 2020, en los primeros dos meses transcurridos, se registraron cerca de 265 feminicidios (lo que representa cinco o seis feminicidios al día).
Estas cifras por sí solas son alarmantes, pero si descendemos un poco más en el problema encontramos aspectos impresionantes: se calcula, por ejemplo, que 20 de estos asesinatos fueron cometidos contra niñas menores de 14 años.
El panorama es desolador y debemos tomar partido. Por tanto, me parece que la iniciativa #UnDíaSinNosotras impulsada por el colectivo feminista Las Brujas del Mar, en la que, el pasado 9 de marzo, se convocó a las mujeres del país a un Paro Nacional con el objetivo de exigir un alto a la violencia de género, es un paso adelante en la prolongada lucha en defensa de los derechos de las mujeres.
Sin embargo, para eliminar no solo la violencia de género, sino cualquier situación de injusticia contra la mujer ocasionada por su género, es necesario hacer un verdadero cambio en el funcionamiento de toda la estructura social.
Las causas del machismo, la violencia, homicidios y vejaciones en contra de la mujer, surgen como resultado de un proceso histórico de desigualdad económica, política y social, por eso, para eliminarlas se tienen que trazar acciones concretas de corto, mediano y largo plazo, que las ataquen de raíz, es decir, que se deben replantear todas las acciones del aparato del Estado y de la sociedad entera.
La realidad apunta a que la justicia que las mujeres mexicanas exigimos de manera legítima, desde hace más de un siglo, se materializan ahora con el impulso de iniciativas como la del colectivo feminista Las Brujas del Mar, y deben ser apoyadas por todos los mexicanos, mujeres y hombres, haciéndonos reflexionar sobre la urgente necesidad de desarrollar formas de lucha y organización permanentes, con objetivos bien definidos, sumando la participación conjunta de mujeres y hombres, ya que no debemos olvidar que las mujeres no son las únicas marginadas y violentadas por el régimen que vivimos.
Sin duda, la liberación de las mujeres estará en franca dependencia con la liberación de la humanidad en su conjunto.
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