El agua dulce es fuente de vida y, por tal motivo, indispensable para la supervivencia del ser humano. Sin embargo, no se le administra ni cuida adecuadamente y los pobres del mundo son los que más sufren su escasez. Esto se debe a las sequías cíclicas y generalizadas; pero también a que durante el medio siglo pasado las crisis hídricas no fueron atacadas por los gobernantes y hoy han puesto a la humanidad en alerta roja.
Sin agua no puede haber salud, higiene, comida, agricultura, economía, comercio, industria, turismo, ni otra actividad productiva, porque las personas la necesitan para realizarse, ya que dos terceras partes de nuestro organismo son agua y, sin ella en la Tierra, todo estaría muerto como ocurre en la Luna y los demás planetas del Sistema Solar.
En días recientes, la información científica internacional reveló que dos tercios de la población mundial (unos cinco mil millones de personas) han padecido grave escasez de agua durante al menos un mes al año; que casi tres mil millones viven en naciones donde no hay agua suficiente; que, en 2024, 780 millones no tendrán acceso al agua potable y que, en 2025, el 50 % de la población mundial podría carecer de agua suficiente.
El informe más reciente del Monitor de Sequía, de la Conagua reveló que el 81.8 % del territorio nacional sufre escasez de agua.
Estos diagnósticos se han difundido en múltiples foros internacionales y masivamente; pero los gobernantes, que deben atender y resolver este problema vital, los han omitido y, con discursos demagógicos, se distraen de su responsabilidad para concientizar a los ciudadanos, pero en especial a las grandes empresas, para que no usen desmedidamente el agua y aprendan a cuidarla; porque el futuro del mundo está amenazado por el cambio climático.
Por falta de agua o por el consumo de agua contaminada, hoy muere una persona cada diez segundos (3.6 millones al año), de las que el 61 % son niños. Una tragedia que había sido prevista, pero que los gobiernos ineptos, corruptos o crueles no atendieron, a la fecha no han atendido aún y seguramente la archivarán durante décadas hasta que las crisis hídricas aumenten en letalidad.
En México, la sequía es extrema. Recordemos que, en 2022, los medios de comunicación reportaron frecuentemente que, a Monterrey, la capital de Nuevo León, le había llegado el día cero por la grave crisis de agua en la segunda ciudad más poblada de México, debido a una sequía que no había visto en las últimas décadas.
Recordemos también, que el gobernador neoleonés Samuel García, en respuesta a una pregunta de la prensa sobre la crisis hídrica, se expresó frívolamente: “no soy Tláloc”; una actitud que, para infortunio del país, se halla presente en todas las autoridades mexicanas.
Así lo evidencia la reducción presupuestal de 12.6 % de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y del 15.7 % en las obras de construcción y mantenimiento de la infraestructura hidráulica en 2024.
Tal actitud linda en el absurdo criminal, porque el 52 % del territorio mexicano tiene un clima árido o semiárido y está expuesto a largos periodos de estiaje.
El informe más reciente del Monitor de Sequía, de la Conagua reveló que el 81.8 % del territorio nacional sufre escasez de agua; que en los primeros quince días de este año se registró sequía 6.7 % mayor con respecto a 2023 en 61.3 % del país; y previó que la sequía será aún más grave por la falta de lluvias en los próximos meses. También hay advertencias muy serias de que la Ciudad de México (CDMX) se quedará sin agua en 2028.
La falta de agua en México y en el mundo es un problema que no podrá evitarse debido al uso irracional de los recursos hídricos, la escasez de aguas pluviales y el calentamiento global. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) advierte que nuestro país reportó el mayor índice de temperatura al alza en América Latina entre 1991 y 2022; ya que mientras en los demás países de la región se elevó 0.2°C. promedio, en el caso de México, el incremento fue de 0.3°C.
Esta situación debería obligar a todos los mexicanos a organizarse para elegir gobernantes que se preocupen por diseñar un plan hídrico nacional integral que programe y distribuya equitativamente el agua y detenga la destrucción de nuestros ecosistemas.
Hoy, en tiempo de elecciones y de promesas, ningún candidato ha emitido una sola propuesta para evitar que el agua se nos acabe y pasemos “de la sartén a la lumbre”. Por el momento, querido lector, es todo.
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