En tiempos "normales", cuando la vida transcurre en paz, las relaciones entre los hombres fluyen como balsa en aceite. Se le festeja al niño su día, a la madre, al maestro, al estudiante y todos felices con su regalo, su comida; y el 1 día del trabajo y el 3 de mayo día de los albañiles, gozan de comida y parranda patrones y trabajadores. El comercio también feliz con sus almacenes vacíos de ventas de temporada y los informes financieros, caja y bancos, abultados de utilidades. Los gobernantes celebran las fiestas patrias, se hacen discursos con frases célebres sacadas del baúl de la historia de las luchas sociales, descontextualizadas para que no agiten al pueblo bronco. En resumen, gobernantes trabajadores y patronos se "funden" en un abrazo fraterno, conciliatorio donde nadie se debe nada; el país marcha, con estrella y brújula, seguro de llegar a puerto seguro.
Hoy que estamos enclaustrados millones de hombres, huyendo de la pandemia del coronavirus, no a todos nos va bien en este encierro.
A la inmensa mayoría que nunca ha tenido un empleo formal, que no tiene casa, ningún derecho a la vida y que antes en su rebusca de un trabajo y con artes para crear una curiosidad, venderla y ganarse el pan del día siguiente; ahora sobrevive y sufre hambre desde el primer día por su encierro, vive con el temor permanente de enfermarse, de morir en la calle o en los hospitales improvisados. Esta numerosa masa popular que antes era visitada por empleadores para darles chamba y políticos para la foto y el voto, ahora es menos que basura humana, como lo son las masas neoyorquinas, candidatos a fosas comunes o a los hornos crematorios. Un apoyo con una despensa, aunque sea de los impuestos que hemos pagado, se nos niega o si se da es a la fuerza, porque no es tiempo de elecciones y su voto y vida están a la baja. Los trabajadores estamos exfoliados, solos, desnudos, tal como dios nos arrojo al mundo.
Siguen luego los asalariados de las fábricas y algunos del campo, que contaban con un ingreso regular, "seguro médico", derecho a la vivienda; ahora viven con medio salario o una despensa semanal en casa o despedidos temporalmente, mientras pasa la crisis y en zozobra pensando si se les recontratará o serán víctimas del despido masivo, por la mortandad de empresas, víctimas de la crisis mundial y del ajuste productivo de los monopolios. Según las estadísticas que publican investigadores serios, estos dos grupos de trabajadores suman alrededor de 76 millones en México.
Los pequeños propietarios están entre el abismo de la quiebra de su empresa y, sus dueños del engrosamiento de los desempleados, o si subsisten, gracias a la sumisión total al capital financiero o a la gran empresa trasnacional.
Los grandes empresarios que contaban con grandes ganancias en nuestro país, los dueños de las fábricas de automóviles, aviones, celulares, refresqueras, cerveceras, etc., y que ahora, ante la crisis, se han refugiado en sus casas en ranchos y playas aisladas de la prole del contagio; han movido sus capitales financieros, secando de dólares nuestro país y elevando los precios de las mercancías, a otros países donde sustraen las mismas o más cantidades de dinero y su capital fijo en México, como león al acecho, está a la espera de la mortandad de empresas para apropiarse, de sus fuentes de materias primas, de su producción y de ese mercado. Todo previsto, acelerando el proceso, para agrandar su capital y su monopolio. A ellos la crisis le viene como anillo al dedo; a nosotros como dedo en el anillo.
La paz y el discurso demagógico echan siempre sombra para ocultar la profunda desigualdad social entre la clase trabajadora pobre y numerosa y cada vez más indefensa y miserable, y su contraparte, la clase capitalista cada vez en menor número y colmada de riquezas, lujos y dispendios.
Nadie desea una crisis como esta, pero como dijo nuestro músico poeta Agustín Lara: "en los encajes de la fortuna está la decepción", y al revés como es en esta crisis, suele ser también cierto, que de la decepción deviene la fortuna, siempre y cuando la desgracia se reflexione.
Bien nos anticipó Lenin, el maestro de los pobres del mundo: "La crisis pone al descubierto lo oculto, deja a un lado lo convencional, lo superficial y mezquino, barre la escoria política y revela los verdaderos resortes de la lucha de clases que se libra en la realidad"
Los trabajadores de México debemos luchar como un solo hombre en torno a un solo ideal: construyamos una organización que nos defienda, dé fuerza, patria, vida y libertad.
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