MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

De la incapacidad de incapacitar a los trabajadores

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La indignación y el coraje de decenas de miles de trabajadores sonorenses con la 4T, con Morena y con AMLO, fueron descomunales y no se han extinguido, permanecen en el fondo de su pecho como una humillación que será difícil de borrar: son los enfermos por Covid-19 que no han podido obtener un documento de incapacidad laboral expedido por el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) —quizá pronto serán cientos de miles porque los contagios se multiplican incontenibles en proporciones catastróficas—. Los medios sonorenses reportaron este nuevo viacrucis proletario y tomaremos el ejemplo del diario Expreso, en su edición del 20 de enero pasado que dedicó cinco notas en portada y las páginas 3A y 4A: “Se vuelcan al IMSS por falla en portal”, dice la principal en referencia al Programa de Incapacidades en línea colapsado, y muestra, apoyado con fotografías de cada ciudad, a decenas de trabajadores enfermos de Covid-19 que hacen largas filas durante horas —hasta 72— para realizar trámites sin éxito en los principales municipios de Sonora. Impaciencia, desesperación, maldiciones, caos, desinformación, promesas incumplidas, aglomeraciones en las filas de no infectados con infectados, de todo hubo.

La respuesta del IMSS fue impecablemente burocrática: “…no podemos entregar incapacidades a personas sospechosas, sólo a casos positivos”. Pero está difícil demostrarle al IMSS que uno es positivo porque no hay pruebas suficientes en donde son gratuitas, se tardan horas para que le digan al trabajador que no hay, y las que hay en lugares privados están carísimas. Los que pudieron pagarla, se quedaron con ella en la mano, inútil, porque el sistema en línea “se saturó” a nivel nacional y no se puede hacer nada.

Nada. En un momento tan duro para el pueblo trabajador lo dejan solo, no hay autoridad solidaria. Hasta para dar incapacidades oportunas la 4T es incapaz. El desarrollo de la ciencia y la tecnología permitía prever este escenario, se tenían todos los elementos para hacerlo, pero no se tomó ninguna precaución, no se actuó ni con método científico ni con ganas de evitarle tan grande frustración a la gente que, para no ser despedido, acude enfermo a su empleo. Contagio seguro, pero que no se detenga “la economía”, es decir, la generación de ganancias para los ricos empresarios.

El Programa digital de incapacidad es por siete días. Los trabajadores piden inútilmente que se les garanticen sus ingresos y se les otorgue el salario completo, al menos por ese tiempo, que no se les descuente de su pago, pero lo más que les promete “el sistema” es que, de esos 7 días de incapacidad, reciban sólo el pago de 4 días al 60 por ciento: un golpazo a millones de trabajadores en México, otra dentellada bestial al salario de la clase proletaria. Con este plan, la clase capitalista y sus gobiernos se ahorran millonadas. Pero en realidad la promesa morenista era falsa, no les basta, quieren todo, al cabo que los pobres trabajadores están desunidos, desorganizados y sin educación política. Mejor hacerle al Tío Lolo con las incapacidades. “El sistema” está convenientemente “colapsado” para que los capitalistas no dejen de ganar, pagando míseros salarios, por la producción y venta de sus mercancías. El problema es que cada vez menos trabajadores pueden comprárselas. Quizá aflojen un poco, para no reventar la cuerda, pero lo ya hecho es prueba suficiente de lo que en realidad es Morena.

Y para mirar mejor el verdadero rostro de ese partido, veamos lo que ha sucedido con las incapacidades a nivel mundial. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que en el mundo se producen más de un millón cien mil muertos en el trabajo al año y cientos de millones de trabajadores son víctimas de accidentes en el lugar de trabajo y de exposición profesional a sustancias peligrosas. Aproximadamente, una cuarta parte de estas muertes son producidas por la exposición a dichas substancias peligrosas, que causan enfermedades de incapacidad como el cáncer y los trastornos cardiovasculares, respiratorios y del sistema nervioso. Cada año, dice la OIT, se producen 250 millones de accidentes que tienen como consecuencia la ausencia del trabajo.

 El mundo moderno se construyó sobre la base del descuartizamiento de la clase trabajadora, literalmente. Al respecto cabe citar a F. Engels que en su obra La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), señalaba que “¡He aquí, pues una buena lista de enfermedades, debidas únicamente a la odiosa codicia de la burguesía! Mujeres incapacitadas para la procreación, niños lisiados, hombres debilitados, miembros aplastados, generaciones enteras estropeadas; condenadas a la debilidad y la tisis, y todo ello, ¡únicamente para llenar la bolsa de la burguesía!”. Y más adelante: “En Manchester, se puede ver, aparte de numerosos lisiados, un gran número de mutilados; uno ha perdido todo el brazo o el antebrazo, otro un pie, aun otro la mitad de la pierna; tal parece que se halla uno en medio de un ejército que regresa de una campaña”. La novela La Cabaña del Tío Tom, de Stowe, o la tragedia del pueblo Yaqui también son recordatorios del origen sangriento de las riquezas que hoy dominan al mundo.

Ante esta auténtica guerra que sufre en su contra todos los días, era natural que la clase trabajadora del mundo demandará la protección mediante la declaración oficial de incapacidad temporal para no perder sus puestos de trabajo ante un accidente ni su salario mientras durara su recuperación, o bien la indemnización completa en caso de quedar definitivamente discapacitado a consecuencia del trabajo. “Fue en este contexto que se empezó a utilizar el concepto de «Discapacidad», entendida como la incapacidad para ser explotado con el objeto de generar ganancia para la clase capitalista” (“Breve historia de las personas con discapacidad: de la opresión a la lucha por sus derechos”, por Luciano Andrés Valencia). Los así discapacitados fueron considerados, pues, un estorbo, inexplotables, una carga indeseable que no merece la pena ninguna inversión social. Un desecho humano que ha perdido la posibilidad de tener valor como mercancía fuerza de trabajo.

Pero, tras la Revolución Socialista de 1917, surgida la Unión Soviética (URSS), este segundo gobierno de los obreros en el mundo aprobó más de 100 decretos para proporcionar cobertura social al pueblo y en especial a niños, ancianos y personas con discapacidad. En 1918, a pesar de luchar contra la guerra de intervención que le hicieron 14 potencias imperialistas hasta 1921, el naciente Estado Obrero aprobó un Código que establecía, en caso de divorcio, la pensión alimentaria al cónyuge discapacitado. La reforma de 1926 amplió la cobertura al cónyuge “discapacitado, necesitado o desocupado”. Aún en medio de la guerra de 1918-1921, esto significó la implementación del primer sistema de pensiones en el mundo para personas con discapacidad debido a la guerra o accidentes laborales, que benefició a más de un millón y medio de personas y sus familias. Con el posterior desarrollo económico de la década de 1930 se implementó un ambicioso plan de pensión por vejez. La Constitución Soviética de 1936 contaba con un artículo (el 120º) que establecía que “los ciudadanos de la URSS tienen derecho a la asistencia económica en la vejez, así como en caso de enfermedad y de pérdida de la capacidad de trabajo”. En el caso particular de las personas con discapacidad se garantizaba una pensión de por vida y la gratuidad de todos los tratamientos.

Luego de la crisis mundial del capitalismo en 1929, conocida como la Gran Depresión, el imperialismo estadounidense, temeroso de que sus trabajadores, inspirados por la URSS, llevaran a cabo una revolución similar, se apresuró a realizar una reforma en 1933 llamada New Deal, o Trato Nuevo, en el cual los ricos del mundo acordaron aflojar un poco las cadenas de opresión sobre los trabajadores, implantando en todos los países capitalistas, entre otros beneficios, sistemas de Seguro Social similares a los soviéticos, incluyendo la incapacidad o licencia laboral con pago. Así, les crearon a los trabajadores de sus países un sistema de seguridad social al que llamaron “Estado de Bienestar”, que incluyó generosas inversiones y gasto social. Con eso, y las campañas negras para desprestigiar a la URSS, quitaron a sus trabajadores la necesidad de hacer revoluciones.

Sin embargo, el gran experimento soviético, como todos sabemos, fue traicionado y acabó desapareciendo lastimosamente en 1991. Entonces quedó claro a los poderosos capitalistas que el “Nuevo Trato” ya no tenía razón de ser, que el “Estado de Bienestar” era demasiado caro y desde mediados de los años 1980 comenzaron a desmantelarlo, más lenta o más rápidamente según las condiciones de cada país: ordenaron los recortes a todos los programas sociales, que comenzaron por todas partes y dejaron morir por inanición a las instituciones encargadas de ellos: surgió el neoliberalismo. “Estados Unidos no cuenta con leyes nacionales de baja por enfermedad” (www.cnnespanol.cnn.com/2022/01/21/estadounidenses-enfermos-trabajo-omicron-trax/). Así, en nuestro país han ido en caída libre el IMSS, el ISSSTE, los hospitales y clínicas públicas, Fonacot, la Conasupo, Diconsa, todos los DIF, los Pronasol (con sus diferentes nombres), guarderías, comedores populares, créditos a la palabra, etc. Morena y su 4T particularmente se han ensañado con todos los fideicomisos y fondos: ordenó la extinción de casi todos en abril de 2020 (109 relacionados con la ciencia, tecnología, cultura y demás). Y, por supuesto, las incapacidades laborales.

Así pues, la “incapacidad” de Morena para proporcionar incapacidades a los trabajadores debemos comprenderla como está escrita, entre comillas, porque se encuadra perfectamente en la agresiva tendencia imperialista de ya no gastar más en el bienestar de los trabajadores y en la obediencia servil de las burguesías del mundo a los dictados de sus amos. No debemos confundirnos ni conformarnos con tachar a la 4T sólo de inepta o incompetente, hay más de fondo: Morena y la 4T son el disfraz perfecto del neoliberalismo porque nos aplasta con nuestro consentimiento. Urge que los trabajadores nos unamos, nos organicemos y estudiemos afanosamente cómo funciona esta sociedad para transformarla de una vez por todas.

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