No cabe duda de que la lucha de clases en el globo terráqueo ha venido sufriendo un decaimiento a nivel global, lo que ha sido el resultado del éxito que ha tenido la clase social que se ha mantenido en el poder durante varios siglos a nivel mundial.
Hoy más que nunca, los obreros del mundo deben construir su partido de clase y dar la lucha por sus reivindicaciones históricas.
Es cierto que esa clase dominante, llamada burguesía o clase capitalista, ha tenido momentos de crisis que han puesto en entredicho su hegemonía. En el siglo XX, las grandes revoluciones sociales (la Revolución rusa de 1917, la Revolución china de 1949, la Revolución cubana de 1959, el triunfo de Vietnam sobre el imperialismo norteamericano en 1975, los movimientos de liberación nacional en Asia, África y otras partes del mundo que iniciaron en los años cincuenta, etcétera) sacudieron ese poder, pero no lo hicieron caer de forma definitiva.
En 1991 el sistema capitalista se revitalizó con la caída del socialismo en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y el bloque socialista de Europa del Este.
A partir de esos aciagos momentos, los países imperialistas, encabezados por Estados Unidos, proclamaron que el capitalismo era el sistema cúspide del desarrollo humano, que ningún otro orden social podría sustituirlo. Incluso los dirigentes e ideólogos del imperialismo le vendieron a la humanidad la falsa idea de que, con la caída del socialismo, por fin la sociedad entera se liberaba de las trabas que impedían el desarrollo de la sociedad a nivel planetario y que, a partir de esa liberación, las naciones podrían desarrollar con entera libertad el comercio mundial, lo cual acarrearía una era de progreso para todos: “Muerto el perro, se acabó la rabia”, o, al acabarse los “engendros del mal” —los países comunistas—, sobrevendría la era del progreso, de la igualdad y cooperación entre todas las naciones del mundo; sobrevendría un intercambio comercial equitativo y justo entre todos los países, se acabarían los conflictos bélicos, pues los generadores de estos conflictos ya habían sucumbido o estaban en la ruta de su extinción.
Y, sobre todo, la famosa globalización y la aplicación —sin taxativas— de la doctrina neoliberal permitirían que, por fin, se desarrollara sin ningún impedimento el libre mercado y el capitalismo “democrático” y “libertario”; ese capitalismo generador de inmensas riquezas, las cuales —según la “teoría del goteo”, que sostiene que la globalización permitiría que la riqueza social permease en todas las capas sociales y en todos los sectores de la población— generarían una abundancia de productos y de servicios, elevando sus ingresos económicos y acrecentando los niveles de bienestar general en las poblaciones de todo el planeta.
Sin embargo, la aplicación sin trabas de la doctrina económica neoliberal y el desarrollo de la globalización, lejos de generar justicia social y equidad entre las naciones, lejos de acabar con el saqueo de las riquezas de naciones subdesarrolladas y lejos de aminorar la pobreza y la desigualdad económica y social en el mundo, de acabar con la carencia de empleo bien remunerado de los miles de millones de trabajadores, el imperialismo mundial, con Estados Unidos a la cabeza, ha instrumentado políticas neoliberales que han empobrecido aún más a las capas trabajadoras de la mayor parte de los países.
Ha seguido saqueando los recursos naturales de las naciones que tienen riquezas naturales, pero que no son aprovechadas por los gobiernos locales para mejorar los ingresos de las poblaciones autóctonas. Ha invadido países enteros o ha sometido por la fuerza militar a los países que han querido mantenerse fuera del control del imperialismo.
Después de la caída de la URSS y el bloque socialista, intervino en la guerra del golfo Pérsico en 1991; intervino en 1994 en Somalia; lo mismo hizo en 1995 en Bosnia-Herzegovina; bombardeó Yugoslavia en 1999 y logró desmembrarla.
En 2001 Estados Unidos invadió Afganistán y mantuvo esa invasión durante veinte años, en los cuales se calcula que murieron más de 900 mil personas, de las cuales casi la mitad eran civiles.
La OTAN también atacó Irak en 2003 y finalizó su invasión en 2011, dejando cerca de un millón de muertos y un país arruinado. En 2011 la OTAN, encabezada por Estados Unidos, terminó con el gobierno y el orden social más progresista de África: el gobierno de Muamar el Gadafi en Libia.
Al destruir el régimen de Gadafi, Libia pasó de ser la nación africana con los más altos niveles de vida para su población a ser un país hecho trizas, en el que distintas fuerzas retrógradas se disputan los despojos de la otrora nación más avanzada del continente. Conmocionó al mundo entero la terrible forma en que los terroristas de la OTAN asesinaron a Gadafi.
Pero la intervención de Occidente a veces no fue directa, pues promovió las famosas revoluciones de colores en Túnez y Egipto; intentó esas revoluciones en Georgia, Chechenia y Siria; no siempre pudo triunfar, aunque logró recientemente acabar con el régimen democrático de Siria.
Su última “gran hazaña” fue apoyar el golpe de Estado en 2014 en Ucrania (que se conoce como Euromaidán). Ahí Estados Unidos, ahora se sabe, invirtió más de 5 mil millones de dólares para armar a las bandas nazis que tomaron el poder, destituyendo a un gobierno electo democráticamente.
Desde 2014 los nazis agredieron a la población rusohablante, lo cual derivó en el inicio de la operación especial militar de Rusia en la parte oriental de Ucrania en 2022.
El conflicto en Ucrania fue promovido por Estados Unidos y la OTAN; Rusia no se ha enfrentado a Ucrania como país aislado: Rusia se ha enfrentado a toda Europa y a Estados Unidos. Y ahora ya está ganando esta guerra.
En cuanto al “goteo” que las políticas neoliberales y la globalización de la economía mundial permitirían para acabar con la pobreza, la desigualdad, el desempleo, etcétera, los resultados han sido diametralmente opuestos.
Oxfam Internacional, en su portal de internet, señala que en el periodo de 2020 a 2024:
“La riqueza conjunta de los cinco hombres más ricos del mundo se ha duplicado. Durante el mismo periodo, la riqueza acumulada de cerca de 5 mil millones de personas a nivel global se ha reducido. Las penurias y el hambre son una realidad cotidiana. A este ritmo, se necesitarán 230 años para erradicar la pobreza; sin embargo, en tan sólo diez años podríamos tener nuestro primer billonario” (o sea, podría existir el primer superrico que tenga mil millones de millones de dólares).
Es importante tomar en cuenta dos factores esencialísimos que han sido clave para que el neoliberalismo haya sido aplicado en la mayor parte de naciones del planeta en beneficio de la clase capitalista, que ha logrado amasar capitales inmensamente más grandes comparados con la etapa precedente del capitalismo, la era de la lucha por la hegemonía mundial, era en la que en la mayor parte del mundo se aplicaron doctrinas keynesianas y el modelo capitalista era del “Estado del bienestar”. Veamos:
1. La traición que jugaron los partidos socialdemócratas, “socialistas” y “comunistas” (por ejemplo, los “eurocomunistas”) de los países donde domina la clase burguesa.
Esos partidos, a la caída de la URSS y el bloque comunista, adaptándose servilmente al triunfo en esos momentos del imperialismo, renunciaron a luchar por el socialismo y viraron hacia la derecha, poniendo como su objetivo principal la lucha por la “democracia”.
La lucha por un régimen democrático burgués, en los hechos, los condujo a convertirse en lacayos de la clase capitalista y los llevó a abandonar a las masas trabajadoras en sus reivindicaciones históricas, sobre todo en el objetivo de lograr una sociedad gobernada por el pueblo trabajador que permitiese el reparto justo de la riqueza social.
2. Con una gran astucia y mucha habilidad, el imperialismo logró apoderarse de la conciencia de miles de millones de seres humanos. Instrumentó una estrategia político-ideológica que le dio poderosos y valiosísimos resultados para engatusar a las masas de explotados de todo el mundo.
Esa estrategia fue la creación de la agenda “progresista” (ahora le llaman woke, ‘despertar’), que consiste en impulsar la lucha de una gran variedad de grupos con diversas problemáticas.
Así se impulsó la lucha “feminista” (un feminismo radical que enfrenta a las mujeres con los hombres), la lucha de los diversos géneros sexuales LGBTQ+ (en la que se pueden encontrar decenas de géneros), la lucha “ecologista”, la lucha de los veganos en contra de quienes consumen carne, la lucha de los protectores de animales en contra de quienes los maltratan, etcétera.
Esta agenda “progre” tuvo desde su inicio como finalidad eliminar la lucha de los explotados en contra de los explotadores; es decir, la verdadera lucha de clases. Se buscó atomizar los movimientos y enfrentar a los ciudadanos por posiciones polarizadas artificialmente, con el claro fin de mantener a los obreros y campesinos pobres divididos para evitar que luchasen por sus demandas genuinas e históricas.
Así, la clase capitalista logró el “desclasamiento” de cientos de millones de seres humanos y, por supuesto, con esas luchas “progresistas”, la burguesía mundial pudo evitar que cientos de millones de trabajadores y sectores oprimidos lucharan por un mundo sin explotación ni opresión, un mundo más justo y equitativo, mientras la clase capitalista lograba engordar descomunalmente sus riquezas.
Ahora, con el triunfo de la burguesía “antiglobalista” en Estados Unidos (que se ha dado con la elección del presidente Donald Trump), esta burguesía quiere imponer el proteccionismo y fomentar la producción nacional dentro de sus fronteras, para volver a ser productores de bienes que se exporten a otras partes del mundo.
Este proteccionismo busca que las grandes empresas que se instalaron en países con mano de obra más barata, lo que les aseguraba mayores volúmenes de extracción de plusvalía y, por tanto, un mayor enriquecimiento, regresen a Estados Unidos.
Ahora esa burguesía norteamericana, partidaria del proteccionismo y que busca generar riqueza suficiente para acabar con el endeudamiento estratosférico del gobierno yanqui, ha promovido guerras por todo el mundo para que los dueños del complejo industrial-militar se enriquezcan fabulosamente.
Su objetivo es que las grandes compañías automovilísticas, fabricantes de aviones, de maquinaria, de computadoras, de tractores, de medicinas y de todo tipo de instrumentos y artículos vuelvan a invertir en su matriz originaria.
Esa burguesía nacionalista y antiglobalista, encabezada por Donald Trump y Elon Musk, está utilizando, como lo hicieron los globalistas, a los grandes gigantes de la tecnología como Meta, X, Google, etcétera. Pero ahora no emplean la agenda woke.
Ahora ya no es la lucha LGBTQ+ ni el feminismo. Ahora los algoritmos de Facebook, Instagram, Google, YouTube, etcétera, alineados con el poder de los “trumpistas”, están impulsando el odio a inmigrantes, el chovinismo, el supremacismo racial.
Esta nueva agenda persigue lo mismo que la de los llamados globalistas: busca que los miles de millones de seres humanos que pertenecen a la clase trabajadora no luchen por sus intereses genuinos ni por sus objetivos de clase, sino que se enganchen al odio racial y al nacionalismo que favorece a la gran burguesía.
La clase trabajadora del mundo debe sacudirse esas agendas impuestas por las aves de rapiña imperialistas. Hoy más que nunca, los obreros del mundo deben construir su partido de clase y dar la lucha por sus reivindicaciones históricas.
Los obreros del mundo no deben olvidar que pertenecer a una clase no es producto de una forma de pensar; se pertenece a una clase, recordando la sabiduría de Lenin, por tres factores de índole económica:
a) Ser o no ser dueño de medios de producción.
b) El papel que cada individuo juega en el proceso de producción
c) Cuánta de la riqueza social se percibe de lo que se produce.
Los obreros y sectores explotados de la población mundial, que son esos miles de millones de personas que menciona Oxfam, no son dueños de medios de producción, son quienes directamente con sus manos, cuerpo y cerebro producen la riqueza y quienes perciben solo una pequeña parte de esa riqueza social que ellos mismos generaron, dado que la parte mayor —muy mayor— se la quedan los dueños de los medios de producción.
Ahora que los proteccionistas y antiglobalistas se están adueñando del poder, están cayendo las mentiras de la agenda neoliberal, pero esos nuevos dueños del poder político a nivel mundial no van a dejar de utilizar todos los medios de control mental para imponer su ideología.
Por eso hoy la clase obrera del mundo debe retomar el marxismo, para relanzar la lucha de clases, la lucha de los explotados contra la explotación, la lucha por un mundo mejor.
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