MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

El necesario cambio de régimen

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Hay quienes sostienen que el más grande acto de corrupción es aceptar un cargo sin estar capacitado para el correcto desempeño de este. Pero este planteamiento deja de lado el aspecto fundamental del fenómeno, del que derivan todos los demás problemas sociales.

En una sociedad capitalista o burguesa como la nuestra (así se llama porque predomina en ella el capital o valor que se revaloriza, cuya clase social dominante es la originada en los burgos a finales de la sociedad feudal), todo depende de la extracción de la plusvalía, obtenida del trabajo vivo del obrero mediante el pago no de su trabajo, sino de otra mercancía que da origen a este, es decir, de su fuerza de trabajo.

La corrupción desbordada, la inseguridad rampante, la pobreza generalizada, la falta de una salud pública eficiente, el atraso en la educación, etcétera, son consecuencia del modelo económico, o, más propiamente dicho, del modo de producción capitalista.

El valor del trabajo está determinado, como el de cualquier mercancía, por el trabajo socialmente necesario para su producción, que en este caso particular equivale a la suma del valor encerrado en todos los medios de vida que necesita el trabajador para producir esa fuerza de trabajo y, además, reproducirla a través de sus hijos, que serán la futura generación de carne de fábrica o del jornal agrícola como él; pagada, además, a través del salario, por cierto, cuando ya ha consumido la mercancía el patrón y no a la hora de cerrarse el trato, como es lo normal en todo contrato de compraventa.

También en esta sociedad de la máxima ganancia a toda costa, las relaciones sociales de producción —llamadas en palabras propias del derecho “relaciones de propiedad sobre los medios de producción”— están determinadas por el desarrollo de las dinámicas fuerzas productivas (el grado de desarrollo de los medios de producción y la productividad del trabajo del hombre), a las cuales, sin embargo, pueden servir, a su vez, de impulso o de freno a su desarrollo; en este último caso, necesariamente no por mucho tiempo.

Esto equivale a decir que cuando las relaciones sociales de producción o jurídicas de propiedad sobre los medios de producción detienen el avance natural del desarrollo de las fuerzas productivas y se convierten en una camisa de fuerza, en una traba para el crecimiento de estas, terminan por modificarse y muchas veces de manera abrupta, como un “salto de cualidad”, volando por los aires las obsoletas relaciones de producción para dar paso a las nuevas requeridas, sí o sí, porque la realidad, la dinámica social, no se ajusta a los deseos y caprichos de los individuos, y tienen que ser las ideas y las instituciones, en suma, la conciencia social, las que se adapten a la realidad material existente.

De aquí se desprende, desde mi punto de vista, que tanto la corrupción desbordada que vemos por muchos lados y en todas sus manifestaciones, la inseguridad rampante que desangra al país, la pobreza generalizada, la falta de una salud pública eficaz y eficiente, el atraso en la educación, etcétera, son consecuencia del modelo económico, o, más propiamente dicho, del modo de producción capitalista en que vivimos los mexicanos, que, aunque tardío y subdesarrollado, no deja de ser capitalista, explotador de la mano de obra y concentrador de la riqueza social en muy pocas manos, mientras la inmensa mayoría, para decirlo gráficamente, es pobre o muy pobre.

Es este sistema, con su bancarrota global, con su incapacidad de poder ofrecerle a la sociedad entera solución a las necesidades más apremiantes y urgentes, así como a las de mediano y largo plazo, el causante de todos los males que está padeciendo el mundo en estos tiempos, desde las guerras “proxy” por interpuestos países e invasiones directas del capitalismo decadente por apropiarse territorios llenos de riquezas y recursos naturales que ocupa para tratar de mantener viva su industria y así poder salvar su economía en crisis, o de mercados para vender sus armas y realizar la plusvalía encerrada en esa mercancía para verla convertida en dinero. Hasta de lo que pasa en el país y en cada rincón de este.

Esta conclusión, sin embargo, nos debe llevar a la comprensión de que es necesario para las masas empobrecidas, para el pueblo, distinguir claramente la diferencia que existe entre tipo de Estado y forma de gobierno, para que no nos mareen con terminajos, con propaganda facilona, ni con demagogia que suena bonito pero que, al no reflejar la realidad, a nada compromete verdaderamente y, por tanto, ningún resultado real y profundo produce para los trabajadores. 

Y es que el tipo de Estado, entendido este como el aparato jurídico-político mediante el cual la clase dominante ejerce su poder y control sobre el resto de la sociedad en una etapa de desarrollo determinado de la misma, es la superestructura social encargada de velar, cuidar y garantizar los intereses de la clase dominante, principalmente los económicos, que son los fundamentales para la sociedad, y puede adoptar, por tanto, la forma más diversa para conseguirlo: autocracia, aristocracia o democracia; república o monarquía; etcétera, siendo, en esencia, el mismo resultado.

Por eso, el cambio de color de los partidos que se disputan el gobierno y llegan a él no reporta beneficios a las masas trabajadoras, sino que sigue manteniendo el mismo estado de cosas, pese a lo que digan de sí mismos.

Por eso, el interés de todos no debe estar puesto sólo en la forma de gobierno que nos rige en la actualidad, sino, además y fundamentalmente, en el tipo de Estado que necesitamos los mexicanos para que los intereses y las necesidades de la población, de las masas trabajadoras, de inmensas mayorías empobrecidas, que vivimos fundamentalmente de la venta de nuestra fuerza de trabajo porque nada más en propiedad tenemos bajo este régimen, pase a ser el centro de atención de este, y se pueda construir, por esa vía, una sociedad más desarrollada y próspera, pero para todos y no sólo para unos cuantos ricachones, antiguos o nuevos, sino para toda la sociedad, para todos los mexicanos, y esto se puede lograr si, en vez de procurarse o dejar hacer y dejar pasar que la riqueza se concentre, sea esta distribuida, de tal manera que, a la par, se logre una sociedad mejor avenida, más armónica, a través de la justicia y la igualdad real y material.

Y para eso, se hace necesario, sin dudarlo, un cambio de modelo económico y, aún más, un cambio de sistema económico o de producción. Pero este sólo será posible cuando el pueblo se politice, se concientice y se organice para lograr él, y sólo él, dirigido por un partido de nuevo tipo que represente sus genuinos intereses, pueda acceder al poder político y, desde lo político, hacer realidad esta sociedad más justa y equitativa para todos. Tarea difícil, pero estrictamente indispensable si queremos, en realidad, un México nuevo y mejor.

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