MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Folclor por la fraternidad

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La vida es movimiento. El movimiento corporal artístico es reflejo de la vida de los pueblos, más o menos fiel. No quiere esto decir que la danza o el baile sean automáticamente una calca de la realidad de cada pueblo, sino que de alguna manera reflejan sus condiciones de vida. Y éstas determinan, en su complejidad, desde el carácter popular hasta los estados anímicos, pasando por la vestimenta, con que el movimiento se expresa; condiciones de vida que son distintas dependiendo de los sectores de las poblaciones y de sus momentos. Y así pasamos de la parsimonia de un vals vienés a la exuberancia de un mambo, tan hermoso uno como el otro, tan humanos ambos.

En el movimiento, el ritmo, la periodicidad, tienen un importante papel. Son ambos una expresión de la regularidad que existe en el universo en infinitas formas. Pero la regularidad está preñada de irregularidades que le dan viveza y dinamismo al propio movimiento. Ambas forman una contradicción que a cada instante se mueve, latente o brusca, pero imparable. Lo único eterno es el movimiento, de ahí que su expresión corporal artística, el arte del baile y la danza, sean, como él, eternos, al menos mientras en el mundo haya seres humanos, al menos mientras las agresiones del imperialismo yanqui no den como resultado nuestra extinción ni como pueblos ni como especie.

El ritmo forma parte de nuestro ser de manera integral. Desde que fuimos cigoto nos dividimos y multiplicamos internamente con un ritmo frenético. En el seno materno escuchamos el rítmico latir del corazón maternal durante nueve meses y allí, nadando en el líquido amniótico, aprendemos a ponernos nerviosos también con cualquier irregularidad en sus latidos; aprender a caminar significa aprender el ritmo en piernas y balance de brazos; correr, para nuestra bípeda constitución, significa control de un ritmo superior de piernas y su correspondiente braceo. El trabajo mismo es rítmico, el acto de producir nuestros satisfactores es rítmico. Podríamos decir que el hombre es ritmo, que la vida social lo es.

Pero también somos melodía. Una mirada, una caricia, una llamada de atención, un llanto, una felicidad inusitada, todas tan humanas, son melodía. Y también la expresamos dependiendo de nuestro ambiente cultural, desde un bravío huapango mexicano, hasta la más sentida canción folclórica japonesa o “min’y?” y ambas, como todas las formas folclóricas del mundo, tienen su correspondiente forma corporal.

Pero cada sociedad humana se desarrolla en condiciones sociales y naturales peculiares, con una historia propia, con un ambiente cultural que, aunque variado y múltiple, es suficiente para darle identidad y comunidad. Cada ambiente cultural es un conjunto de creencias, idiomas, costumbres, actividades productivas, sistemas jurídicos y tradiciones diversas que forman parte de la cosmovisión del pueblo de que se trate y cada uno tiene, necesariamente, sus propios ritmos y melodías sin que ello constituya un delito en sí mismo. La universalidad del hombre sólo puede existir en la particularidad de sus manifestaciones: la diversidad cultural es legítima porque es necesaria, es un derecho que debe ser incuestionable.

Los pueblos del mundo son movimiento y los cuerpos de sus hijos expresan bailando no sólo sus peculiaridades, sino también las características de su audiencia. Ambos, artista y espectador, tienen características sociales, económicas, religiosas, ideológicas y sicológicas comunes, que los vinculan y les permiten ser a cada uno lo que es: ejecutante y contemplador, ambos satisfechos y conmovidos por el efímero momento dancístico. Así, una danza tradicional tailandesa será impensable en la costa guerrerense de México, y viceversa.

No es fácil para ningún pueblo del mundo, pues, ni ser ejecutante de una danza o de un baile extranjeros ni ser su espectador, simplemente no es lo suyo: en ambos casos se requiere una sincera mentalidad abierta para acercarse a la comprensión de nuestros hermanos de otras regiones del planeta. No, no es fácil, porque, además, ejecutar y presenciar un baile extranjero hoy se enfrenta a un ambiente de agresión cultural doble: por un lado, el imperialista, que pretende romper todo lazo de unión al interior de los pueblos y entre ellos, que pueda representar un peligro para sus intereses hegemónicos; y, por otro lado, la de las burguesías locales, a la agresión que significa no apoyar las actividades culturales, como en México, donde es práctica común disminuir, desaparecer o desviar sus presupuestos en aras de campañas electorales ilegales, esconderlos, negarlos en los hechos aunque las palabras digan lo contrario, actitud, esta última de las clases ricas y sus gobiernos.

Estamos en un momento histórico en que un baile ruso o una danza china son considerados adefesios, repudiables tal cual lo era una danza africana en la Europa decimonónica o una danza ritual azteca con consumo de amaranto en la época de la conquista de Tenochtitlan. Hoy, el neonazismo que alienta la agresión imperialista contra Rusia desde Ucrania considera delito el hecho mismo de ser ruso y quiere contagiarnos de miedo a las culturas rusas. Pronto pasará, abierta y descaradamente, a una guerra fría cultural también contra milenios de desarrollo cultural chino.

Promover la unión entre los pueblos del mundo, la solidaridad y la fraternidad entre sus clases proletarias tiene un benéfico componente en la comprensión mutua de sus culturas, de las formas en que existen, de sus movimientos, pues, y es deber de los hombres más sensibles y progresistas de cada cultura dar una batalla por el entendimiento amistoso entre los pueblos y en contra de las campañas de manipulación de sus intereses mediante el odio. Esto hace altamente apreciable el esfuerzo del Movimiento Antorchista Nacional por organizar los concursos de folclor internacional, que están por iniciar su sexta edición este próximo domingo 23 de octubre en Oaxaca. Son un esfuerzo honesto por abrir nuestro entendimiento como mexicanos a la diversidad cultural mundial, a aceptarla también como un patrimonio nuestro, requisito indispensable para construir la unión y la fraternidad de todos los países. ¡Conéctese a esta batalla cultural, su trinchera lo espera!
 

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