MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Historia breve y contemporánea de Huitzilan

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Aunque, como ya he dicho otras, veces hablar de la historia de los pueblos en México sólo causa tristeza y desilusión, porque, aunque ha habido luchadores muy patriotas a lo largo de nuestra historia como Hidalgo, Morelos, Guerrero, Juárez, Madero, Carranza, Villa, Zapata, Cárdenas y últimamente nuestro muy estimado líder nacional de Antorcha, el ingeniero Aquiles Córdova Morán no se ha podido lograr el bien para los pobres de México, siempre ha triunfado el mal sobre el bien. Traidores, ricos insaciables, que nunca se conforman almacenando riqueza, políticos corruptos de cuello blanco de todos los partidos, que cierran los ojos para no ver la ignorancia, la miseria y la injusticia en que viven más de 100 millones de mexicanos para erradicarlas, porque son las causas fundamentales de los males de México; no les importa, pues, ni su patria ni su partido, no tienen principios.

Dicho esto, como una enfermedad nacional, que yo creo que todos a los que les gusta leer conocen, paso a narrar con tristeza también lo que yo sé sobre la historia de un municipio que ha sufrido mucho, es relativamente chico y está ubicado en la Sierra Norte de nuestro estado poblano: Huitzilan de Serdán.

En el año de 1984, si la memoria no me falla, vi llegar a Tecomatlán un grupo de ciudadanos indígenas procedentes de Huitzilan, eran entre 40 y 50 personas humildemente vestidos con calzón y camisa de manta. Los encabezaba un ingeniero que no era antorchista en ese tiempo, pero sabía de la existencia de la organización en Tecomatlán y conocía al ingeniero Aquiles Córdova Morán.

Explicaron que inicialmente se organizaron con la Unión Campesina Independiente (UCI) para defenderse de los abusos de todo tipo, principalmente del crimen y de la comercialización del café, pues este producto agrícola es el más importante de la región; pero cuando los acaparadores, o sea los caciques, se dieron cuenta que aconsejados por los de la UCI ya no les querían vender el café barato al precio que ellos, los caciques imponían, éstos empezaron a presionar hasta con amenazas de muerte a los de la UCI, hasta que lograron sobornarlos, de modo que después, en lugar de ayudar a los campesinos, empezaron a apoyar a los caciques, traicionando a los que ellos habían organizado. Y fue así como, de líderes campesinos, pasaron a ser pistoleros a sueldo de los caciques y empezaron a matar a todo aquel que se oponía a sus órdenes. Uno de los primeros que cayó fue el presidente de la Cooperativa del grupo antorchista Bartolomé Tadeo Arellano.

Cuando Antorcha llegó se empezaron a hacer denuncias a las autoridades del estado, con marchas, mítines y plantones por un lado, y por el otro se abrió la presidencia, la escuela primaria y la iglesia, porque todo habían cerrado, era un pueblo fantasma, sin ley, las autoridades eran los caciques y la ley las balas de los pistoleros. Después de tantas presiones en masa lograron que se castigara a uno de los malhechores intelectuales, con lo que se calmaron un poco las masacres. Aunque todavía después los UCI mataron a dos expresidentes municipales antorchistas, y a dos presidentes en funciones, primero a Ignacio Gómez Cipriano y últimamente a Manuel Hernández Pasión, a quienes hasta la fecha no se les hace completa justicia. ¿Cómo la ven estimados lectores?

Dicen los antorchistas sobrevivientes de Huitzilan que el número de muertos en esa época criminal rebasó los 100 y entre ellos más de 10 mujeres. Hasta hay un corrido (“Sentimientos de un pueblo”) en el que relata con mucha nostalgia el autor esta historia criminal. Todos los municipios de la Sierra Norte están sometidos a la voluntad absoluta de los caciques, nadie se atreve a levantar la voz para sacudirse el yugo que los domina, sólo Huitzilan, aunque a costa de muchos muertos, tuvo el valor de hacerlo con la única ayuda de los antorchistas de Tecomatlán, que en ese tiempo era el primero y único pueblo organizado en Antorcha.

Por eso mi admiración por Huitzilan, municipio hermano muy querido por la cuna del antorchismo, de Tecomatlán, porque todos los pobres tenemos derecho a la felicidad y a una vida digna, no sólo los caciques.             

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