MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La crítica ecologista de Carlos Marx

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Era el siglo XIX, los suelos de Europa y Norte América se hallaban en una profunda crisis de fertilidad. La fertilidad de estos no alcanzaba para soportar la agricultura capitalista. Los agricultores europeos acudían a los campos de las batallas napoleónicas en Waterloo y Austerlitz y desenterraban los esqueletos, estaban desesperados por llevar los huesos y diseminarlos en sus tierras de cultivo para abonarlas. Hechos polvo, los huesos eran un medio poderoso para fertilizar tierras debido a su alto contenido de materia orgánica. Por ello, las importaciones de huesos en Inglaterra crecieron de 14,400 libras en 1823 a 254,600 libras en 1837, según algunos historiadores. 

En la década de 1830, el científico peruano Mario Rivero publicó los descubrimientos sobre las magníficas propiedades del guano: estiércol de aves marinas rico en fósforo, potasio y nitrógeno, reconocido como el mejor abono natural. Inmediatamente, arribó a Liverpool, Inglaterra, el primer bote cargado de guano proveniente de Perú (1835). A partir de 1841, Inglaterra monopolizó la extracción de guano peruano por casi dos décadas. En 1852 Estados Unidos mandó sus barcos a la Isla Lobos; en 1865 barcos españoles ocuparon las islas de Chincha, guaneras por excelencia, lo que desembocó en la Guerra del Pacífico (1879). Todos querían guano para abonar sus tierras agrícolas.

Surgió entonces un movimiento de terratenientes adinerados que formó la Sociedad Real Agrícola de Inglaterra. En 1837, esta Sociedad comisionó a Justus von Liebig para explicar las bases químicas del suelo y su relación con la agricultura. Tres años después, Liebig publicó su obra Química orgánica y su aplicación a la agricultura y fisiología. 

Los economistas clásicos de la época explicaban que las propiedades del suelo estaban en general fijadas ya por la naturaleza; que los suelos fértiles ya se habían explotado y, ante el crecimiento de la demanda de granos por el incremento poblacional, se cultivaban tierras cada vez más deficientes. Por lo que la productividad de los suelos disminuía y los precios aumentaban. Aunque David Ricardo reconocía que la fertilidad del suelo podía mejorar con abono, enfatizaba que la posibilidad de mejora era muy limitada. Así, Malthus justificaba (naturalizaba) la falta de granos para la población que no tenía alimento: la fertilidad del suelo no alcanza para dar de comer a todos y por tanto era natural el hambre en las sociedades.

Los economistas clásicos carecían de la “perspectiva histórica”, de las transformaciones de la materia concretada en el suelo; de un entendimiento científico de la composición de éste y su constante cambio. No estudiaron o no entendieron la obra de Liebig. Pero Marx sí lo hizo. Incursionó en las complejas estructuras y reacciones de la química orgánica y, con su pensamiento dialéctico y materialista, concluyó que las tierras no tenían una fertilidad fija inmutable, que no había tierras siempre fértiles ni siempre infértiles; sino que la fertilidad podía incrementarse o perderse, dependiendo del manejo que se hiciera de estas. 

Así, Marx incluyó en algunas de sus obras, principalmente en El Capital, las características de la agricultura capitalista. Mostró que la agricultura capitalista extraía más nutrientes del suelo de los que le devolvía, dejando a las tierras infértiles; que los cultivos se vendían lejos de los sitios donde eran producidos y, por ello, la materia orgánica contenida en ellos no regresaba al suelo. Para Liebig y para Marx el empobrecimiento del suelo estaba directamente relacionado con la contaminación de las ciudades con desechos humanos y animales; los desechos humanos (también materia orgánica) que se concentraban en las ciudades, debido a la industria capitalista, tampoco regresaban al suelo y se amontonaban en las ciudades generando contaminación. De esta manera, dice Marx, se genera un desequilibrio entre el metabolismo o intercambio de materia entre el hombre y la tierra. 

Pero el problema de la contaminación en las grandes ciudades ya había sido abordado por Edwin Chadwick en 1842 en su Reporte sobre las condiciones de la población trabajadora de Gran Bretaña. Este reporte sirvió de estímulo al movimiento por la salud pública e influyó fuertemente a Engels para escribir La situación de la clase obrera en Inglaterra.

En 1843 el terrateniente y agrónomo inglés John Bennet Lawes creó la primera fábrica de fertilizantes químicos a base de nitrógeno, fósforo, potasio y otros elementos. Pero estas fábricas tardaron en distribuirse fuera de Inglaterra. Fue hasta 1855 que las primeras fábricas de producción de fertilizantes se introdujeron en Alemania; a Estados Unidos llegaron hasta después de la Guerra Civil, y a Francia hasta después de la guerra Franco Prusiana. 

En los Grundrisse (1857-1858), Marx anotó que, en el capitalismo, la agricultura había dejado de ser autosustentable: que ya no disponía dentro de ella de las condiciones naturales para su propia reproducción; tales condiciones, como los nutrientes del suelo, ya no surgen naturalmente, de manera espontánea como antes, ahora estas condiciones existen como una industria independiente a ella (la industria de los fertilizantes). El capitalismo era incapaz de mantener las condiciones necesarias para el reciclaje de los elementos que constituyen el suelo y los medios de reproducción de este.

La industria y la agricultura a gran escala –decía Marx– combinan el empobrecimiento tanto del suelo como de los trabajadores, que también son parte del mundo natural. Más que solo un economista, Marx era un hombre estudioso, un filosofo materialista: entendía que la materia cambia, que el mundo natural tiene sus propias reglas de evolución, que los humanos influimos en nuestro entorno natural, así como éste influye en nosotros… En estos suelos empobrecidos por la agricultura capitalista, y en estas nacientes ciudades que concentraban desechos generadores de contaminación, germinó la semilla del ecologismo moderno; aquí vio la luz la crítica a la explotación capitalista de la naturaleza.

Referencia

Foster, J. B. (2004). La Ecología de Marx Materialismo y Naturaleza. Editorial El Viejo Topo.

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