"La demagogia es la degeneración de la democracia, consiste en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder".
Esta definición cae como anillo al dedo al gobierno del Presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien haciendo uso de la demagogia logró obtener el poder político del país y continúa empleándolo con más ahínco para conservarlo. Por eso, aunque una gran mayoría de columnistas políticos una y otra vez lo conminan a reflexionar sobre la idea de que el período electoral quedó atrás y debe hoy asumir su papel de Presidente de los mexicanos dichos llamados se estrellan una y otra vez ante la terquedad, cerrazón y soberbia del Presidente, no porque no lo entienda o no lo sepa, sino porque sabe su juego, sabe lo que quiere y sabe cómo conseguirlo: mantener el poder con demagogia, demagogia y más demagogia.
Por eso, desde mi muy modesto punto de vista, a quien hay que convencer, a quien hay que demostrarle que la demagogia como forma de gobierno no le conviene, es al pueblo. A López Obrador le es muy redituable seguir utilizando la demagogia como forma de gobierno y por eso no la abandonará jamás. Eso es lo que intento demostrar con los siguientes ejemplos.
¿No es demagogia vil presentar a la opinión pública como un acto justiciero, revolucionario y digno de aplausos interminables, el hecho de convertir la Residencia Oficial de Los Pinos en museo e irse a vivir a Palacio Nacional? Por esa acción, los pobres de México no hemos dejado de ser pobres y no por eso hay más empleos y mejor pagados en el país. No encuentro ningún argumento que me permita calificar esta acción como revolucionaria y, por lo dicho anteriormente, sólo merece el calificativo de una acción demagógica.
Es demagogia abusiva, grosera y ofensiva para el pueblo humilde anunciar la transferencia directa de recursos agitando una tarjeta ante multitudes empobrecidas, como se agita un trozo de carne ante una jauría de canes hambrientos y presentarla como la solución mágica al problema de pobreza que azota a la inmensa mayoría de nuestra Nación. Y es igual de abyecto echarle la culpa a Antorcha Campesina de la ineficacia de estos programas, para fundamentar como inéditos programas de transferencia directa, más vistos que las películas de Cantinflas y tan ineficaces para acabar con la pobreza como un mejoral para un mal canceroso.
A sabiendas de que mienten sin ningún rubor, el presidente y adláteres, una y otra vez repiten hasta el hartazgo, esas gigantescas mentiras que demuestran no sólo deshonestidad intelectual sino también la escasez de argumentos para sustentar su política demagógica. Es demagogia de la más corriente presentar la aprobación de la Reforma Educativa como un acto de justicia para el magisterio nacional y como la forma única y perfecta para elevar la calidad de la educación en México. La verdad es que no hay tal injusticia, que se está luchando contra molinos de viento, y lo que se busca realmente es recompensar el apoyo político que la CNTE y el SNTE le brindaron a López Obrador, en la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia de la República. Esta reforma abre la vía para devolverle a las expresiones sindicales el manejo de plazas y ascensos, acotada con la reforma anterior. ¿Quién alimentó esta inconformidad? López Obrador, quien para llegar al poder, halagó los sentimientos del magisterio, los que hoy exigen les cumplan lo prometido. Y si para eso hay que engañar al pueblo, presentando un retroceso como un avance, no importa: la demagogia lo justifica todo.
Como se puede deducir de los tres ejemplos aquí enumerados (aún hay más, pero sería muy prolijo citarlos) nos gobierna la demagogia personificada en el Presidente de México, López Obrador, cuyo fin último es conservar el poder por el poder mismo y no para resolver los agudos problemas que enfrenta la nación. Esto debe saberlo y entenderlo el pueblo, para que aprenda a distinguir quién lo engaña y quién le habla con la verdad, quiénes son sus amigos y quiénes son sus enemigos aunque se vistan con ropaje revolucionario.
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