La drogadicción es un fenómeno complejo que ha afectado gravemente a México en las últimas décadas, convirtiéndose en un problema de salud pública, social y económico. Este fenómeno no sólo impacta a los individuos que consumen drogas: sus repercusiones se extienden a las familias y a la sociedad en su conjunto.
Uno de los efectos más visibles de la drogadicción en México es el aumento de la violencia y la criminalidad. Las organizaciones delictivas involucradas en el tráfico de drogas han aumentado en el país, generando un clima de inseguridad que ha llevado a miles de muertes y desplazamientos forzados.
La desintegración familiar puede manifestarse de varias maneras: conflictos constantes, abuso de confianza al acudir al robo dentro de la misma familia, y violencia intrafamiliar.
El porcentaje de la población privada de su libertad por consumo de drogas es de 4.1 %. Las familias se ven atrapadas en este ciclo de violencia: muchas han perdido a seres queridos y otras se han visto obligadas a abandonar sus hogares en busca de seguridad. México enfrenta una crisis.
El nivel de población en drogadicción en México es un tema preocupante. Según la Organización de Naciones Unidas, el número de consumidores de drogas aumentó un 23 % en una década, pasando de 240 millones en 2011 a 296 millones en 2021 (Unodc).
La drogadicción también tiene un impacto devastador en las relaciones familiares. Los familiares pueden caer en patrones de codependencia, pues sienten la necesidad de rescatar al adicto o de encubrir su comportamiento, aun cuando viven con el miedo constante de encontrar a su familiar muerto por sobredosis o asesinado por cuentas pendientes con su distribuidor.
Cuando un miembro de la familia se convierte en adicto, la situación afecta a todos. La desintegración familiar puede manifestarse de varias maneras: conflictos constantes, abuso de confianza al acudir al robo dentro de la misma familia, y violencia intrafamiliar.
Las familias enfrentan un estigma social que puede llevar a la exclusión y a la dificultad para acceder a servicios básicos, como educación y atención médica.
El consumo de drogas no sólo afecta la salud física de los adictos, sino también su salud mental. Muchos adictos sufren trastornos psicológicos como depresión, ansiedad y trastornos de personalidad, lo que complica aún más su reintegración social y familiar.
Las familias que enfrentan esta situación a menudo se sienten impotentes y desbordadas, lo que puede resultar en un ciclo de desesperanza y sufrimiento emocional.
La drogadicción también tiene un impacto significativo en la economía familiar. Los gastos relacionados con el tratamiento de la adicción, así como la pérdida de ingresos debido a la inactividad laboral, pueden llevar a las familias a la pobreza.
Esto se convierte en un ciclo vicioso, donde la falta de recursos económicos agrava la situación de adicción y dificulta el acceso a tratamientos adecuados.
La drogadicción en México es un problema multifacético y un síntoma de un sistema decadente que no pone como prioridad a la juventud. El sistema en el que vivimos, lejos de crear mejores condiciones, parece querer mantener a la sociedad adormecida.
Hemos llegado al colmo del abandono del país, proponiendo resolverlo con “abrazos, no balazos”. Andrés Manuel López Obrador, en su sexenio, no encontró una salida y creyó que regalando dinero a los jóvenes resolvería su situación, cuando la realidad es que, para atacar la problemática, tenemos que cambiar este sistema por uno que impulse a la juventud a estudiar, practicar deporte, cultura y arte.
Sólo lo lograremos luchando y organizándonos. Construir un futuro más seguro, saludable y equitativo para todos los mexicanos es lo que lleva promoviendo el Movimiento Antorchista nacional por más de cincuenta años.
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