Estamos a unos días de cumplir tres años desde el primer brote del nuevo coronavirus SARS-CoV-2, en Wuhan, China, que se detectó el 17 de diciembre. A partir de ahí, la historia tendría que escribirse en casa, con temor del colectivo por muy disminuido que éste fuera y entre la incertidumbre total, sin indicios de vacuna, sin seguridad sobre las medidas a adoptar, sin papel sanitario, pero eso sí, con un sinfín de tesis a modo: que si era una historia de terror como la de el chupacabras; que si el gobierno lo había provocado para disminuir a la población mundial e incluso unas tan absurdas como que no existía, porque, quien lo aseguraba no conocía a nadie que hubiera tenido covid-19.
Y si a eso le sumamos los traspiés gubernamentales morenistas que recomendaban no utilizar cubrebocas, abrazarse o, como aquél que desde la mañanera, el propio presidente de México con amuleto en mano dictó: “detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo”, asegurando que esos amuletos lo protegían de tan terrible pandemia, hundió a nuestro país entre los cuatro primeros del mundo en número de muertos.
Otros, ya acostumbrados a hacer el ridículo (Barbosa, gobernador de Puebla) afirmaban que la terrible enfermedad se curaba consumiendo un caldito de pollo, con chile picao, cebolla y ajo. Le ofrezco una disculpa, lector carísimo, por transcribirle aquí estas extravagancias, pero, solo quiero dejar constancia de la imprudencia gubernamental de hoy en México.
Simplemente un desastre el manejo de la pandemia en México. “No debió haber habido tantos muertos”, esta afirmación mantiene una fuerza viva en los corazones mexicanos, son de esas cosas que todos saben, pero nadie atina a decirla, de la misma manera que en Crónica de una muerte anunciada.
Por si acaso, algunos han adoptado el cubrebocas como parte de su atuendo y se pronostica lejano el día en que lo abandonen. Algunos otros todavía guardan sana distancia (sobre todo de ciertas personas que no son de su agrado) y, otros, generalizaron la revolucionaria costumbre de saludar con el puño. No pocos tomaron la práctica de abandonar los funerales y, por otra parte, las señalizaciones de espacio a respetar permanecen en el trasporte público, aunque lo concurrido del mismo hace imposible respetarlas. Muchos trabajadores, principalmente los comunicólogos y burócratas, continúan bajo el sistema home office dado que les ha resultado más productivo.
Pero, como la dialéctica lo indica, todo lo malo conlleva algo bueno, y así, el lavado constante de manos, el cuidado minucioso de los pacientes con comorbilidades y adultos mayores, así como la apertura de hospitales, de equipamiento de medicinas y la contratación de médicos serían muy benéficas si otro gobierno nos dirigiera, claro, porque en nuestro país no hay ni medicamento para los niños con cáncer, quienes quizá, mientras esto escribo, están muriendo a falta de insumos en algún hospital de la ciudad.
Por ello, las festividades de este año, compañeros antorchistas, tienen algo muy especial. Es la primera vez, desde aquel lejano diciembre de 2019, que podemos tener la seguridad de no morir al concurrir con nuestros semejantes a un convivio decembrino y, prácticamente, en el colectivo social se ha olvidado este trago amargo. En ellas, además de engrosar los lasos de fraternidad antorchista con sencillez y bonhomía, además de convivir y celebrar juntos un año más de vida, entre nuestras metas de año nuevo debe estar presente siempre la lucha por una vida mejor, no solo para nuestro núcleo familiar, sino para todos, que se distribuya de mejor manera la riqueza social de nuestro México, que haya bienestar permanente, salud para los enfermos, vivienda para los desamparados y seguridad para todos, eso y no otra cosa, reclamará en 2023 el Movimiento Antorchista Sudcaliforniano, por ello, compañeros, ¡enhorabuena! Festejen mucho, porque también a la felicidad tenemos derecho y aquí, en la trinchera de cada uno nos vemos en enero.
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