Después de que los maestros del país han advertido que no regresarán a clases mientras no sean vacunados contra la covid-19, el gobierno de la Cuarta Transformación se ha relajado como si hubiese sido derrotado por la pandemia y en esa circunstancia prefiere continuar como al principio, donde cada quien se rasque con sus propias uñas, donde se muera quien tenga que morirse adhiriéndose al tipo de acciones que en anteriores enfermedades graves se ha aplicado, denominada la “inmunidad de rebaño”.
Pero no tan solo son los profesores, millones de padres de familia no están dispuestos a experimentar con sus hijos para ver si la pandemia ya no está presente, después de que únicamente se ha logrado vacunar o inmunizar a menos de una cuarta parte de mexicanos.
Recordemos que la “inmunidad de rebaño” surge en la época en que la medicina estaba en pañales y nadie hacía nada contra la peste, porque nadie sabía qué hacer ni cómo hacerlo.
Es, en realidad, el simple esperar a que la naturaleza de cada quien haga lo suyo y resignarse a que sobrevivan los más fuertes y vigorosos y sucumban todos los demás.
Esa situación habla de entrada de un lento genocidio, donde se espera a que la gente adulta o quienes tienen algún padecimiento en su salud -muchos de ellos- a pesar de haber recibido la vacuna contra la covid-19, fallezcan sin remedio, reduciendo así la sobrepoblación de México y demás naciones del mundo.
La intención de bajar la guardia frente a esa pandemia, consiste en enarbolar lo que piensan podría ser el mejor camino para la superación de la humanidad, poniendo fin a toda la escoria social, donde ya no estén más, los enfermos, los viejos, los deformes, los inválidos y los débiles, para dejar únicamente a los sanos, vigorosos y triunfadores.
Según los partidarios vergonzantes de la “inmunidad de rebaño”, los que se tengan que morir que mueran; que se acaben los débiles, enfermos y viejos, y también los pobres que no puedan pagarse un buen hospital y una buena atención médica.
Tal vez por eso, desde un principio ocultaron la letalidad del coronavirus y negaron la necesidad del distanciamiento y el confinamiento social. En su lugar, llamaron a la población a salir sin miedo, a disfrutar del sol y el aire puro.
También se negaron a efectuar pruebas masivas a la población, prohibieron a los hospitales públicos recibir enfermos no graves aunque claramente infectados, ocultaron las cifras reales de contagiados y muertos y se rehusaron a declarar oportunamente la alerta en las poblaciones de mayor riesgo.
La urgencia de que la niñez y juventud retornen a las aulas es una preocupación que comparte el mundo entero. En Europa, en Asia, en América Latina y en los mismos Estados Unidos, hay muchas voces autorizadas que plantean el retorno de niños y jóvenes a las aulas como una necesidad inaplazable, para no seguir ahondando los daños que ya está causando el cierre de escuelas y universidades.
Sin embargo, son más los que se oponen después de confirmar la débil acción del gobierno lopezobradorista para enfrentar ese grave problema de salud, quien se ha dedicado a sencillamente recomendar a los mexicanos a no salir de sus casas, como si ello fuese suficiente, para después con la mano en la cintura lanzar la invitación a retornar a la normalidad pero estando aún el enemigo presente, cada vez más fuerte, cobrando más vidas humanas.
En México como en el mundo, muchos opinan que hay que apoyarse en los recursos que proporcionan la ciencia y la experimentación científica, y los que fingen aceptar esto pero, en realidad, piensan que lo correcto es procurar la “inmunidad de rebaño”.
Así se explica que estos últimos se opongan y critiquen medidas tan elementales como el uso del cubrebocas; el confinamiento social; la utilidad de efectuar el mayor número de pruebas; si deben recibir atención médica todos los infectados, graves o no; etc. Detrás de esta discusión aparentemente absurda, se esconde el deseo de imponer la “inmunidad de rebaño”.
Y es en medio de este poco alentador panorama que se viene intensificando ostensiblemente una campaña de medios en favor de la rápida normalización de la actividad económica y de la reapertura de escuelas y universidades. Se busca convencernos de que, si no queremos sufrir las consecuencias de un colapso económico universal y de una catástrofe educativa, debemos aceptar que obreros y jóvenes de ambos sexos regresen de inmediato a las fábricas y a las escuelas aun a riesgo de contagiarse y morir por covid-19.
No está a discusión si nuestros niños y jóvenes deben ser rescatados de la inactividad intelectual, de la pésima educación “virtual”, del daño psicológico, anímico y relacional que les pueda causar la ausencia de sus maestros, amigos y compañeros. La duda radica en si en verdad no hay otro camino que exponerlos al contagio y a la muerte a cambio del retorno a la vida normal a que tienen derecho.
En caso de que los padres de familia tomen la decisión de exponer a sus hijos, enviándolos en la circunstancia actual a clases presenciales, el gobierno de la 4T se estará lavando las manos como Pilatos, responsabilizándolos a ellos por no haber logrado soportar a los pequeños en casa.
Lo cierto es que el Gobierno de México hubiese adoptado desde un principio una estrategia seria y responsable sobre ese problema de salud y está obligado a vacunar a todos los niños y jóvenes antes de decretar el regreso a clases; a remozar todos los planteles, patios de recreo y aulas; a garantizar el control del estado de salud de cada estudiante antes de ingresar a la escuela y las medidas de seguridad e higiene básicas para alumnos y maestros.
No hacerlo así es tanto como condenar a sus propios compatriotas a sucumbir frente a tan poderoso y mortal enemigo.
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