Para participar en algún cargo público en nuestra llamada democracia, las propuestas sólo pueden salir de los partidos políticos. Una propuesta ciudadana es prácticamente imposible, por lo que algunos teóricos dicen que vivimos en una partidocracia. Pareciera que los partidos políticos son los “únicos” sujetos con derechos políticos; la participación de la sociedad en general se reduce a elegir con su voto alguna de las opciones que ofrecen los partidos.
Los partidos políticos, por lo tanto, se apropian del funcionamiento, las actividades, la estructura del Gobierno, de la reglamentación de todos los aspectos fundamentales de la vida social.
Sobre todo, tienen el derecho (o el monopolio) de participar en la lucha por el poder político y proponer candidatos para todos los puestos de elección popular, por lo que todos los funcionarios no son propuestas de la sociedad; los programas de Gobierno no nacen de la propuesta ciudadana y por ello no coinciden con los reclamos populares. Por eso también el Gobierno organizado por los partidos políticos no representa a la población en su totalidad, sino al partido que llega al poder.
La participación del pueblo abierta y libre en la toma de decisiones importantes en la vida pública y que tenga la posibilidad de influir en el rumbo del país se ve muy limitada, pues no cuenta con la herramienta política; no tiene hasta el día de hoy la fuerza organizativa nacional para conformar un partido político que represente los intereses históricos del pueblo mexicano.
El monopolio del sistema de partidos o partidocracia es un freno para el surgimiento de nuevas formaciones políticas que representen a las grandes mayorías, pues amenazan su privilegio y les disputarían el poder.
Cuando los partidos actúan de una manera aceptable y más o menos coincide su actuar con las necesidades básicas del pueblo, no se siente la presión social por que los ciudadanos exijan participar en los asuntos públicos. En ese sentido, la partidocracia juega bien su papel, pues encauza las necesidades sociales y su trabajo es tolerado por las mayorías.
El asunto se complica cuando los partidos políticos oficiales siguen apoyando un modelo neoliberal que ha demostrado ser perjudicial para una sociedad más justa e igualitaria, y que no corresponde a las necesidades más urgentes de las mayorías; al contrario: hace crecer pobreza, la marginación, la ignorancia, la violencia y la injusticia social en todas sus formas.
El monopolio del sistema de partidos o partidocracia es en realidad un freno para el surgimiento de nuevas formaciones políticas que representen a las grandes mayorías, pues ven a nuevos competidores políticos que amenazan su privilegio de control de las estructuras del gobierno; que les disputarían el poder.
Es indispensable que las nuevas fuerzas políticas organizadas que no se sienten representadas por los partidos políticos actuales luchen por que se faciliten los trámites que permitan la formación y actuación de nuevas corrientes políticas.
Si los problemas sociales y económicos de México se siguen deteriorando y se sigue obstaculizando con trabas burocráticas la creación de nuevos partidos políticos, nuestra democracia mexicana estará cada vez más alejada de la realidad nacional.
Se requiere sanear la vida pública, con la llegada de una nueva clase política más cercana a las necesidades nacionales y no de pequeños grupos que se han enriquecido con los cargos públicos.
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