MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La propaganda burguesa y el síndrome de Estocolmo

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Hace algunos días, escuché que la propaganda burguesa tendía a generar entre la población el síndrome de Estocolmo, término utilizado para describir una experiencia psicológica paradójica en la cual se desarrolla un vínculo afectivo entre los rehenes y sus captores. La aseveración desde una mirada superficial no me pareció irracional u exagerada, y por ello, creo vale la pena reflexionar y ahondar un poco más en la cuestión. 

Asimismo, creo pertinente hacer una aclaración inicial en cuanto al universo de estudio. ¿Por qué hablar de propaganda burguesa en específico y no de propaganda en general? Porque ésta es la que más se ha desarrollado a través de la historia moderna y sigue vigente en la mayoría de naciones occidentales. 

Hablar de propaganda es hablar de ideas, de su divulgación, asimilación y aceptación por parte de los receptores, en este caso las masas. Hablar de ideas no es sencillo, no obstante, filósofos materialistas han teorizado y concluido en sus planteamientos que el principio de toda idea tiene necesariamente un origen material, en el terreno de la realidad objetiva, de la cual sin este componente es imposible realizar una abstracción.  

Bien cumplidas estas condiciones objetivas surgen pues, las ideas. Los seres humanos, al igual que muchos de los seres vivos que cohabitan en la tierra, viven en sociedades, la nuestra, por ejemplo; es sumamente más compleja dadas las divisiones de trabajo existentes, dadas las maneras en que nos organizamos para extraer y transformar las riquezas que la naturaleza nos ofrece para satisfacer nuestras necesidades y, en última instancia, dadas las leyes y normas para coexistir en relativa armonía y estabilidad.    

Entonces, parafraseando a José Ortega y Gasset, un hombre es él y sus circunstancias. Esta sentencia de carácter materialista del filósofo español, representa a la perfección el planteamiento anteriormente señalado: el hombre y su pensamiento es un reflejo no pasivo de lo que le rodea.  

Ahora, reconociendo que la sociedad moderna ha superado muchas contradicciones de su propia historia, aún prevalecen en esencia muchas otras, la más grave quizá sea la explotación del hombre por el hombre a través del trabajo asalariado. Tales relaciones de la producción económica han generado y reproducido clases sociales antagónicas que viven en condiciones sumamente distintas; una minoría goza de opulencias mientras que la mayoría sobrevive en condiciones de carencias, de miseria material y espiritual.  

La naturaleza del sistema que impera en el mundo actualmente genera dichas condiciones, de aquí se deduce que hay quienes se benefician enormemente de él, de tal manera que al ostentar tal privilegio y poder, la clase pudiente echará mano de ello para reproducir el mismo estado de las cosas.  

Pensadores como Carlos Marx y Antonio Gramsci, en sus obras se ocuparon y plantearon con precisión qué componentes o instrumentos diseñaba y utilizaba la clase social dominante para tratar de perpetuar el statu quo. Marx, postuló -hablando de manera muy sintetizada- al Estado, al aparato de justicia, a las leyes y a la política en un nivel básico, y ya en un nivel superior: al pensamiento religioso, filosófico, ético y estético como objetos o canales no ajenos para la propagación de los intereses e ideas de la clase dominante.  

Gramsci por su parte -y también dicho de manera breve- señala que los intelectuales son el principal canal de reproducción de ideas al haber forjado cierta autonomía teórica, pueden decidir qué intereses de clase defender independientemente de a qué clase social pertenezcan.   

La propaganda emerge y tiene su razón de ser en tal disyuntiva social. Entonces, vale la pena preguntarse lo siguiente: ¿Toda propaganda tiene una connotación negativa por naturaleza? La respuesta es sencilla de responder y es que no. Per se, la propaganda tiene un matiz político o ideológico, sean de tipo cualesquiera: liberal, neoliberal o marxista -por mencionar las principales- dichas doctrinas del pensamiento económico y político han contribuido al desarrollo de la sociedad en su conjunto y de manera general a través de la historia la cual no habría sido posible de no ser por un activo trabajo propagandístico. Tal como ocurrió en la revolución francesa en el siglo XVIII o en la revolución de octubre de 1917; acontecimientos históricos de gran magnitud y relevancia.   

Entonces, ¿Cuándo se puede calificar a la propaganda como negativa? Excluyendo con objetividad los relativismos de clase o de doctrina ideológica, a mi parecer la propaganda se convierte en una actividad nociva y perjudicial para la sociedad cuando ésta se fundamenta en tesis superadas, equívocas o demagógicas; tales como la fascista, que parte del darwinismo social y el racismo, o la burguesa, que se basa en la meritocracia, la propiedad privada de los grandes medios de producción y defiende la explotación exacerbada del trabajo humano y la naturaleza. 

Hay evidencia suficiente hoy en día para afirmar que en el terreno teórico el neoliberalismo, el capitalismo y el Estado burgués ya han sido superados como modelos económicos y políticos. En el terreno material, es decir, en la realidad social, también hay indicios y ejemplos concretos de que una sociedad puede ser y funcionar de manera distinta, discrepando o superando planteamientos relativos al neoliberalismo. Esta realidad se construye desde la multipolaridad económica, con vicisitudes particulares y de manera paulatina si se quiere, pero en dicha construcción hay consideraciones objetivas y claras respecto a las necesidades del mundo globalizado.  

Los intentos de desacelerar o refutar esta realidad cada vez se vuelven más violentos, demagógicos e infundados y se ven, leen y oyen en los medios masivos de prensa y comunicación, principalmente de occidente. Aquellos quienes reprueban la pobreza, la drogadicción, la marginación, la insalubridad, la violencia, la inmigración, la corrupción, la ignorancia y la guerra harían bien en preguntarse cuál es el origen común de todos esos fenómenos calamitosos de las sociedades.  

De llegar a una conclusión que no abogue por cambiar el actual estado de cosas, habría de preguntarse nuevamente cuál es la influencia de la propaganda de la clase dominante en el ideario colectivo y en última instancia; creo que el estudio sobre el síndrome de Estocolmo tendría que profundizar y, por ende, echar abajo los planteamientos de Carlos Ballús Pascual, quien sostiene que no puede ser una conducta generalizada y generalizable.  

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