MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La solidaridad entre México y la Unión Soviética

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Recién se había adoptado la Nueva Política Económica elaborada por Lenin y puesta en marcha a partir de marzo de 1921, cuando una terrible sequía, que se extendió hasta 1923, azotó las zonas del Volga, las inmediaciones de los Urales, el Cáucaso, Crimea y una parte de Ucrania. Dicha sequía destruyó los sembradíos, razón por la cual los granjeros del país dejaron de proveer granos a la población y tampoco pudieron recoger semilla para la siembra.

Hacia el invierno de 1921 y la primavera de 1922, el hambre se extendió a la cuarta parte de la población rusa, agravándose particularmente en la región del Volga, en donde se calcula que alrededor de cinco millones de habitantes murieron a consecuencia del siniestro.

La Historia inscribirá en sus más bellas páginas que en el momento en que el pueblo ruso sufría expuesto a la prueba del hambre y la miseria, fue el pueblo del lejano país de México quien ayudó y le dio fuerzas para continuar la lucha.

Lenin lanzó la consigna de: “Guerra al hambre”. Para ello se creó una Comisión Central bajo la presidencia de Mijail Kalinin, llevando a cabo una serie de medidas extraordinarias, entre las que destacó el Plan Nacional de Emergencia, mediante el cual vinculó solidariamente a cada región en desgracia con otra donde no existía o era menos agudo el problema del hambre. 

Así, millones de trabajadores de las zonas no afectadas donaban solidariamente parte de su escaso salario y compartían su ración alimenticia en beneficio de las zonas asoladas por la sequía.

El Estado soviético decidió utilizar una gran parte del fondo estatal de divisas para comprar trigo en el extranjero, pero los círculos gobernantes de Europa y principalmente los Estados Unidos bloqueaban premeditadamente las negociaciones con el resto de países, viendo en el hambre del pueblo ruso un poderoso recurso para derrumbar el gobierno de los soviets.

En ese marco, Lenin convocó al proletariado mundial a brindar una activa solidaridad a la revolución socialista. Por su parte, D. H. Dubrowsky, representante de la Cruz Roja Rusa en América, con sede en Nueva York, envió una carta al general Álvaro Obregón, en aquel entonces presidente de los Estados Unidos Mexicanos, para pedir ayuda de su pueblo.

Por intermediación de Felipe Carrillo Puerto, gobernador de Yucatán, Dubrowsky pudo entrevistarse con Álvaro Obregón en enero de 1922 y Obregón se comprometió a ayudar a Rusia.

Cabe destacar que uno de los puntos fundamentales de este acuerdo fue que Álvaro Obregón se sentía identificado con el Gobierno de los Soviets, ya que ambos gobiernos eran desconocidos y atacados por los Estados Unidos.

Obregón tenía pleno conocimiento de lo que pasaba en Rusia por informes confidenciales de personajes como John Kenneth Turner, escritor de México bárbaro, que contextualizó explícitamente sobre la hambruna y la necesidad humanitaria del pueblo ruso.

México reunió 10 mil 216 sacos de maíz y 3 mil sacos de arroz. La solidaridad del pueblo mexicano estaba de manifiesto; el problema era que ninguna compañía naviera aceptaba trasladar el embarque producto del bloqueo internacional contra el Gobierno de los Soviets. 

Dubrowsky le sugirió enviar toda la ayuda a Nueva Orleans, de donde serían enviados a Rusia por cuenta de la Cruz Roja Rusa. Obregón no quiso que su ayuda se perdiera confundida entre las que partían de los distintos puertos, sino que se propuso significarla, subrayar el gesto de su gobierno, un México revolucionario e independiente.

Dos meses más tarde y después de innumerables peripecias, la ayuda llegó a su destino. La solidaridad del pueblo mexicano se había hecho presente. En respuesta, Dubrowsky envió un telegrama a Obregón diciendo:

“La Historia inscribirá en sus más bellas páginas que en el momento en que el pueblo ruso sufría expuesto a la prueba del hambre y la miseria, fue el pueblo del lejano país de México quien ayudó y le dio fuerzas para continuar la lucha”.

La suma de lo antes mencionado, y otras tantas cosas más, dieron pie al establecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y la Unión Soviética, el 2 de agosto de 1924.

Ambos pueblos habían protagonizado en su pasado reciente dos revoluciones que, al margen de sus diferencias de objetivos, alcances y significación históricas, tenían coincidencias básicas antiimperialistas. Destacando que nuestro país fue el primero del hemisferio occidental en reconocer a la Unión Soviética.

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