MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

La última batalla de Lenin

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"Sabía que no podía arrastrarse ya ni media milla, y, sin embargo, quería vivir. Sería una locura morir después de todo lo que había soportado. El destino le exigía demasiado. Y aun muriendo se resistía a morir. Quizá fuera una completa locura, pero al borde mismo de la muerte se atrevía a desafiarla y se negaba a perecer".
Jack London

“Mi nombre es Fanni Kaplán. Hoy disparé a Lenin. Lo hice con mis propios medios. No diré quién me proporcionó la pistola. No daré ningún detalle. Tomé la decisión de matar a Lenin hace ya mucho tiempo. Lo considero un traidor a la Revolución. Estuve exiliada en Akatúy por participar en el intento de asesinato de un funcionario zarista en Kiev. Permanecí once años en régimen de trabajos forzados. Tras la Revolución fui liberada. Aprobé la Asamblea Constituyente y sigo apoyándola”, eran las palabras de una joven anarquista que había disparado al líder bolchevique un 30 de agosto de 1918.

“¡Camarada Lenin!” gritó y disparó. La primera bala atravesó el abrigo de Lenin e hirió a una mujer, mientras el líder soviético giraba hacia donde venía la voz. La segunda bala le dio en el hombro: estaba dirigida a la cabeza pero Lenin había girado a tiempo. La tercera bala le rozó el pulmón izquierdo. Kaplán había salvado a quien intentó matar.

Herido de gravedad, fue llevado de inmediato al Kremlin. Se negó a ser atendido en un hospital porque temió que hubiese estallado un golpe que tenía como principal objetivo su asesinato. Sus médicos lo atendieron, como pudieron. No fue posible extraerle ninguna de las dos balas. Sobrevivió, pero esas heridas influyeron en su salud, que se tornó precaria.
"De Lenin se ha escrito y se ha hablado muchísimo. Es difícil no ver a una figura tan grande y lo es también no sentir a esa figura. Si se pregunta a cualquier persona neutral cómo se imagina a Lenin, contestará así: Lenin es un materialista, un práctico, un hombre sin ilusiones, un hombre que percibe magníficamente todos los ataques y las jugadas de ajedrez que puede hacerle el enemigo y que, por su parte, lo comprende, que se alza en la entraña misma de la vida.
Sin embargo, quien conozca de cerca a Lenin, quien respire el mismo aire que él, quien viva el mismo ambiente, dirá que rara vez la tierra albergó a un idealista de su tamaño”, sostiene Lunacharski en sus memorias “Así era Lenin”.

En efecto, ríos de tinta han corrido desde que el líder del primer Estado Obrero dejó este mundo. En esta ocasión quiero referirme a unos pasajes que se me han hecho interesantes y muy aleccionadores.

Los últimos días de Lenin fueron sumamente difíciles, libraba una batalla no sólo contra una enfermedad que cada día deterioraba su salud, había sufrido un derrame cerebral en mayo de 1922, sino contra el peligro de la burocratización de la "revolución más grande de la historia".
Después de varios ataques de apoplejía en diciembre del mismo año, Lenin tuvo que dejar su actividad política por varios meses. Con el argumento de “cuidar su salud”, Stalin, Bujarin y Kamenev daban la instrucción de que no se le notificara ningún asunto político.

Sin embargo, debido a su férrea voluntad revolucionaria, y con la ayuda de las enfermeras y secretarias, él seguía manifestando sus opiniones en cartas, notas, memorandos, artículos (que pueden hallar en el libro editado por Pathfinder: La última lucha de Lenin) en favor de una sociedad justa para los trabajadores del mundo.
Lenin sabía lo que estaba en juego. Se libraba una batalla mundial en que el ala revolucionaria estaba siendo aplastada y el ejemplo soviético era la única esperanza. Es consciente de que la Revolución rusa ha “llevado a cabo el máximo de lo realizable en un solo país para, desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los países”, pero que hay contradicciones internas. Así lo cuenta Clara Zetkin en su libro “Recuerdos sobre Lenin”.

“Nosotros nos esforzamos cuanto podemos por incorporar a la labor de los Soviets a nuevos hombres y nuevas mujeres educándolos de este modo práctica y teóricamente. Pero, a pesar de todos nuestros esfuerzos, la necesidad de elementos administrativos y constructivos dista mucho de estar cubierta. Esto nos obliga a emplear a burócratas a la antigua usanza, y nos encontramos con un burocratismo gremial. Yo lo odio de todo corazón. No al burócrata individual, que puede ser un hombre muy útil. Odio al sistema, pues lo paraliza y corrompe todo de arriba a abajo. Pero para vencer y desterrar el burocratismo, no hay más que un camino decisivo: llevar a las grandes masas del pueblo la enseñanza y la cultura”.

A diferencia de lo que sostienen sus detractores, Lenin pugna porque sean los explotados los que se transformen en gobernantes de su propio destino.
Cuenta su compañera Nadia en sus memorias que en esos últimos días Volodia le pedía que le leyera. “Estaba sentado en un sillón y miraba pensativo por la ventana. Los viejos árboles del parque estaban cubiertos de nieve. Los cristales de las ventanas estaban cubiertos de extrañas hojas de hielo, flores mágicas y helechos que le traían recuerdos de su infancia”.

Una de esas lecturas fue un cuento del escritor estadounidense Jack London, “Amor a la vida”, trama que cuenta la voluntad de un hombre en la soledad y el abandono en el bosque, que sobrevive a diferentes situaciones entre el hambre y el frío, que al final del camino, donde divisa un horizonte que se le aparece como la salvación a sus pesares, libra una batalla, la batalla final entre un hombre agonizante y un lobo enfermo que ha seguido sus rastros de sangre para comerlo ni bien muera (¿Les suena la historia? Sí, fue inspiración de Iñárritu para para su filme “El Renacido”)

Arthur Ransome, un periodista inglés que estuvo muy cerca de los bolcheviques, escribió que Lenin le impresionó "por su amor a la vida. No podía pensar en una persona de un calibre similar con el mismo temperamento alegre. Este hombre bajito, calvo y arrugado, que se balancea en su silla de un lado a otro, riéndose de este o aquel chiste, está dispuesto en cualquier momento a dar un consejo serio a cualquiera que le interrumpa para hacer una pregunta”.
Posiblemente Lenin, se identificase con ese personaje en ese momento de su vida. Un nuevo y repentino ataque lo derribó terminando con su vida el 21 de enero de 1924 a las seis de la tarde en Gorki.

¿Cuál fue su último pensamiento antes de llegar la noche eterna? Estoy seguro que en la Revolución, pues como dijo su biógrafo Gerard Walter: no vivía más que por la revolución y para la revolución. La vida no tiene otro sentido para él. Lenin nos dice, como en su último discurso pronunciado el 20 de noviembre de 1922:
“Permitidme que acabe expresando mi seguridad en que, por muy difícil que sea esa tarea, por más nueva que sea, en comparación con la que teníamos antes, y por más dificultades que nos origine, la cumpliremos a toda costa entre todos, juntos, y no mañana, sino en el transcurso de varios años”.
También estoy seguro de eso.

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