MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Las rolitas de la raza

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Viene a mi mente recuerdos de pueblos pequeños, recuerdos así: en el centro del pueblo, sobre el templo católico, sobre las oficinas de la agencia, junta auxiliar o, de alguna vivienda, hay una trompeta reproduciendo música desde el amanecer hasta el atardecer.

La música suena atravesando los llanos y los cerros tocando lo mejor del repertorio del buen hombre o mujer que lleva la tarea de operar el reproductor y la trompeta. Y así sabes que el pueblito está vivo, se siente el ambiente de convivencia.

He escuchado de ese modo a grupos como los Karkis, a los Temerarios y canciones como “El hijo desobediente”, “Caminos de Michoacán” y “Bidi bidi bom bom” de la reina del Tex-, también un género tan bonito como lo es Tríos huapangueros.

Recuerdo un pueblito en el estado de Hidalgo que ponían a las Jilguerillas todo el día. En Puebla, por Tehuacán escuchaban las mejores canciones del cine de oro mexicano, lo sé porque lo decía en la reproducción del “intro mix”. En Sonora, en la cabecera de un municipio llamado Carbó, sonaba música del regional norteño. Así, con esas trompetas de poca calidad de sonido.

Abruptamente respondiendo a la pregunta del título con los ejemplos anteriores: El pueblo escucha de todo. Arriba hay argumentos.
Pero, hay un problema, “pueblo” es un concepto que a veces usamos para hablar sólo de la gente adulta. No me consta quién ponía esas canciones en los pueblitos, aunque casi estoy seguro que no era un joven.

Los jóvenes trabajadores también son pueblo. Un muchacho de 17 años, que va a trabajar a una fábrica y regresa cansado y molido, llega se sienta y pone una canción de Peso Pluma y se relaja un rato, o, la muchacha con un hijo que trabaja de costurera del mismo modo, explotada, llega a su casa a preparar la cena pone unas canciones de Selena Quintanilla, para hacer la vida menos dura.

El pueblo escucha música, obvio, aunque la música que lo pudiera educar es la menos. Justamente es el pueblo más joven el que tiene menos acceso a la música que eleve su espíritu y fortalezca su identidad, no por su culpa, sino por lo que le echan mediáticamente encima todo el tiempo. El pueblo más longevo (habrá quien no) en general aprecia más la música buena. Por supuesto, esto no es tajante ni absoluto.

Aquí entra la noble tarea del Movimiento Antorchista sobre estos problemas. Como lo dijo Enrique Carvajal Gomezcaña: “El Movimiento Antorchista quiere que el pueblo se eleve con el arte, por eso promueve concursos de canto, en los que podamos descubrir talentos que a veces están escondidos en la fábrica, o escondidos en la casa, o lavando o limpiando, pero que necesitan ser expresados”. El 30 de septiembre se llevó a cabo el concurso estatal de voces, donde el pueblo cantó lo mejor de la música popular mexicana. 

El pueblo le cantó al pueblo, ofreciéndole la música que contribuye a sus buenos sentimientos y que lo haga sentir alegre y sea más sensible pero que tenga la sangre brava y colorada como filo del puñal y se atreva a cambiar el rumbo del país.
 

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