Dentro de la sociedad y dentro de lo que los filósofos han analizado como los problemas relativos al hombre, existe uno que fue estudiado desde la antigua Grecia: la visión pesimista, donde durante muchos años se llegó a la conclusión de que la vida es un mal. Dentro de los principales filósofos que analizaron este problema nos encontramos con Solón, quien decía que “ningún hombre es feliz. Abrumados de fatiga están todos los mortales bajo el sol”.
Bajo este mismo parámetro el mítico Sileno agregaba que “lo mejor para el hombre sería no haber nacido y, nacido, morir lo más prontamente posible” y así con ese tipo de afirmaciones llegamos al que representa exponencialmente esta idea, Friedrich Nietzche quien hace el mismo planteamiento y quien, parafraseando, podremos sintetizar en esta idea: “Mientras haya muerte, hay esperanza”.
Este tipo de pensamiento ha sido replicado por muchas de las religiones actuales, mismas que han ido inculcándola a la sociedad, haciendo creer a los hombres que la vida es un tortuoso camino en el que no puede cambiar la situación en la que nacieron, guiándose bajo el lema de que así nacieron y así morirán, inculcándoles hasta la médula el principio de la resignación.
Pero son precisamente ese tipo de pensamientos los que han generado que el ser humano no busque una superación tanto espiritual como material; que le impiden organizarse y luchar por la solución definitiva a sus carencias, viendo su paso por la vida como un valle de lágrimas, llena de desgracias y tragedias de las que no podrá escapar hasta el día de su muerte, con la esperanza misma de que le espera un paraíso del otro lado.
Es precisamente aquí cuando la valoración del trabajo dentro de una sociedad se hace indispensable para entenderlo de la forma correcta, y que propicie realmente el desarrollo y superación del ser humano.
Es bien sabido que la innovación tecnológica, va siempre de la mano del cambio social, económico, político y cultural de una nación. Asimismo, el trabajo es visto de dos maneras: la primera como el trabajo que realiza; en este aspecto se entiende al trabajo como algo que por naturaleza el hombre debe realizar, pues este ayudó y ayudará al desarrollo del hombre. Algo que no se mueve, que permanece inmóvil por mucho tiempo, se enmohece y se pudre; algo similar ocurre con el hombre que se aleja del trabajo: deja de crecer, de evolucionar y empieza a perder incluso, hasta facultades de movimiento de su mismo cuerpo. Una de las obras cumbre que marcaron y fundamentaron esta teoría, fue la que plasmó Engels en su obra “El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre”, que tiene como piedra angular precisamente esta teoría: el trabajo, visto así, como algo que realiza y llevará al hombre al culmen de su pleno desarrollo.
La segunda manera, que es la predominante del sistema capitalista, desde sus inicios con la propiedad privada y ahora en su fase neoliberal, que es la de entender al trabajo como enajenante, entendiendo este concepto como el hecho de volverse ajeno, de no pertenecerse a sí mismo. Un trabajo que en apariencia dejó atrás el esclavismo, inculcando la idea de que al despojarse del ropaje de herramienta viviente el hombre sí se pertenece a sí mismo, pues ya tiene su propia casa y la libertad de ir y venir al trabajo todos los días.
Pero aquí lo que realmente sucede es que el trabajador actual ha pasado a ser un esclavo asalariado, pues lo que recibe como compensación por su trabajo aparte de ser menos de lo que realmente produce, le alcanza únicamente para sobrevivir un día más y regresar a sus labores al día siguiente a seguir vendiendo su fuerza de trabajo.
Pero esto no es todo, pues el primer paso es la enajenación del trabajo, lo que conlleva a su vez la enajenación de la conciencia y el espíritu: aquí podríamos abundar, pero desafortunadamente, el espacio no nos lo permite.
Retomando la idea de la visión pesimista, es cuando se vuelve necesario e incluso hasta indispensable, que el hombre despierte del aletargamiento en el que lo tienen sumido; que se vuelva capaz de ver al trabajo como una herramienta que logrará su superación, que entienda que no se trata de tener fe en la muerte, sino que lo indispensable es cambiar la realidad en la que vivimos; modificar la injusta repartición de la riqueza, que hace que la inmensa mayoría de la población mundial viva en sufrimiento aferrada a la creencia de una vida mejor como única salida. Esto sólo será posible cuando el trabajo deje de ser sólo fuente de enriquecimiento para unos cuantos y no la que propicie el desarrollo individual y social.
Es indispensable liberar el pensamiento del hombre para fortalecer el espíritu de superioridad, que lo volverá capaz de exigir mejores condiciones de vida; parafraseando al filósofo Antonio Gramsci, ver el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad; es decir, enfrentar el pesimismo con objetividad y ver que el optimismo surge de la voluntad de cambiar la realidad.
El pueblo debe desplegar sus alas y elevar el vuelo hacia un mundo mejor, cosa que solo se logrará cuando el hombre y la sociedad entiendan que el problema no es fatal, sino que la realidad como cualquier cosa en el universo no es inmutable y puede y debe ser cambiada.
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