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“Lo peor está por venir”: FMI ¿sobre quién?

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De acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) el panorama económico mundial se ve muy oscuro, tanto que, “lo peor está por venir”. El FMI pronostica que en los próximos meses el letargo de la economía mundial aumentará y se atreve a hablar de una recesión inminente.

Considera que varias economías del mundo (una de cada tres) sufrirán una recesión económica; es decir, no crecerán o incluso decrecerán por, al menos, dos trimestres consecutivos. Esta situación se vislumbra grave porque entre este grupo de países en recesión pueden ubicarse los más grandes del mundo a saber, Estados Unidos (EE. UU.), China, Alemania, y Francia; lo que arrastraría consigo a otro tanto de países pobres.

A México no le irá mejor. Se prevé que el crecimiento anual del PIB en 2022 será de 2.4 por ciento y, para 2023, de 1.5 por ciento. Estas tasas no son una rareza en nuestro país. Entre 1990 y 2019 la tasa de crecimiento promedio anual del PIB real fue de 2.2 por ciento. Sin embargo, el panorama es preocupante porque en términos reales, el nivel de producción en México de 2023, apenas alcanzará el de PIB real de 2018. Es decir, que el tamaño de la economía mexicana no habría crecido en cuatro años.  Las consecuencias de un enfriamiento de la economía son graves y los costos se dejan caer sobre los más pobres, países y personas.

Los eventos recientes, como las medidas de distanciamiento social provocadas por la covid19, el incremento de los costos debido a las interrupciones en las cadenas de suministros, la creciente inflación, así como la guerra en Ucrania, todo ello ha contribuido a ahondar la crisis, pero no son su causa. En el capitalismo, la inversión y la producción de mercancías se decide de manera individual, por cada capitalista; es decir, no se hace con base en las necesidades de la sociedad y en coordinación con el resto de los productores. Esas decisiones se toman en función de una ganancia esperada en el mercado. De este modo, se instaura una competencia feroz entre productores que provoca por un lado el desarrollo de la productividad del trabajo, pero por otro, ingentes desperdicios de riqueza y esfuerzo a nivel social; la competencia es feroz porque implica la supervivencia o desaparición de cada capital.

Así, en los mercados, el resultado es que la producción global coincide con la demanda de la sociedad solo como casualidad y por la fuerza. Y los precios, que son el mecanismo de los mercados para igualar la oferta y la demanda, implican la redistribución de la riqueza global. Los precios condenan a los productores con productividades individuales por debajo del promedio y premian a los productores con productividades por encima de la media, que no son otros que los de los grandes capitales.

Las crisis económicas en el capitalismo son cíclicas porque cada determinado tiempo las desproporciones, que se han ido acumulando paulatinamente, se vuelven insostenibles; solo con la violencia de las crisis, la economía puede seguir funcionando.

El resultado de esta lógica, como se ha denunciado por casi todos los medios, es que la riqueza en el mundo ha quedado concentrada en unas cuantas manos. De acuerdo con el Reporte sobre Riqueza Global del Credit Suisse, el 1.2 por ciento de los adultos del mundo (62.5 mil personas) que poseen más de un millón de dólares, concentran 48 por ciento de la riqueza mundial. Son ellos, los que poseen la riqueza, los que hoy están decidiendo ponerla a buen recaudo y están condenando a los trabajadores, a los sectores que no poseen sino su cuerpo como mercancía, a sufrir las consecuencias de un enfriamiento de la economía, que significa pobreza y hambre para sus hogares, para ellos y sus hijos.

Hoy por hoy, hay que exigir a los gobiernos, medidas para que los costos de esta crisis no se dejen caer sobre los mismos; exigir que se procure a la población más vulnerable, y que se fijen impuestos extraordinarios a los más ricos.

Pero el mundo necesita cambiar el modelo económico para hacerlo más vivible para la mayoría. Esto no puede ser sino obra de los que padecen hoy las injusticias, de los trabajadores, y solo será posible si nos organizamos y luchamos por construir sociedades que preconizan la justicia social, el combate a la desigualdad económica, antes que la acumulación de riqueza.

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