¿Por qué muchos artesanos rarámuris (tarahumaras) venden sus productos en las calles de las ciudades y a la entrada y en las orillas de los centros turísticos, y no los llevan directamente a la Casa de las Artesanías? ¿Por qué, igualmente, las autoridades que administran los atractivos naturales y los parques turísticos en la Sierra de Chihuahua, les dan trato como si ellos fueran invasores y extraños, y los corren, cuando por el contrario, son de las etnias originales de estas tierras?
Hay que ver que los habitantes de las rancherías que se encuentran exactamente en el fondo de la barranca, debajo de la ruta del teleférico en el Parque de Aventuras Barrancas del Cobre, suben a las alturas y se apuestan afuera de la cerca de malla que delimita el parque, cual si fueran pedigüeños o apestados que, por un lado, deben estar a la vista como parte del paisaje, vestidos convenientemente con sus ropas tradicionales, pero nomás de lejitos, sin entrar a las hermosas y modernas instalaciones –como en los tiempos bíblicos, cuando la Ley ordenaba que los leprosos estuvieran recluidos en lugares apartados de las poblaciones y de los caminos- para no "afear" el lugar. Otros rarámuris, principalmente mujeres y niños que no asisten a la escuela, se van a las veredas en las inmediaciones del Parque, literalmente cazando a los turistas que deciden salir a caminar por la orilla del precipicio, donde los abordan para ofrecer las artesanías
Y hay que ver también cómo los moradores de las rancherías del fondo de la barranca tienen que subir penosamente por veredas de cabras al cerro a donde llega el vagón del teleférico y de donde se regresa luego de permitir que los turistas bajen para echar un vistazo al paisaje. Y ya en la cima, trasijados y sedientos por el esfuerzo de la travesía, los indígenas le apuestan a que no los vayan a echar de ahí los guardias de seguridad. Y ponen sus tendidos debajo de un árbol, con la esperanza de vender sus tallas de madera, sus tambores de cuero de vaca, sus cuencos de pino, sus muñequitas de estambre y cortezas de árboles, sus máscaras de piel y cuernos de chivo sobre base de madera, sus canastas de palma, sus ollas y platos de barro.
En el mirador de la Barranca del Cobre, que es el sitio a donde llega el famoso Ferrocarril Chihuahua al Pacífico y hace parada para que los viajeros se asomen a la vista impresionante del cañón más profundo del planeta, hay un mercado de artesanías y comida. Pero, al lado de los collares de cuentas y de las pulseras de chaquira, o de las ollas de barro con los dibujos, característicos de los tarahumaras por su sobriedad, hay artesanía de factura china, hecha en serie, imitando los patrones de lo autóctono, en puestos atendidos por mestizos. Acá también no todos los indígenas tienen cabida, y es muy común que señoras rarámuris anden con su carga de un lado a otro, ofreciendo directamente al viajante, o que pongan tendidos en cualquier piedra. También acá rechazados.
Los que vienen a la capital de Chihuahua prefieren andar en la calle o poner un puesto ambulante para ofrecer sus productos. ¿Por qué? Porque en la Casa de las Artesanías les pagan muy poco por su trabajo. Como ejemplo, está el de un guare (una canastita de palmilla), que le toma a un indígena todo un día de trabajo para hacerlo, para que la Casa de Artesanías se los termine comprando a 4 pesos y para que ahí lo revendan hasta en 40 pesos.
¿De qué tamaño es la pobreza de las etnias autóctonas de Chihuahua? Batopilas es el municipio más marginado de Chihuahua y está entre los más pobres del país. De hecho, según el investigador Ramón Corral Sandoval, tanto Batopilas como el municipio de Morelos, están inmersos en una situación de miseria y de abandono tan grave, que un reciente informe de las Naciones Unidas los coloca en niveles comparables a los países africanos más miserables. Además, de acuerdo al estudio "Demografía de la Sierra Tarahumara", esta región se caracteriza por un fenómeno de despoblamiento constante, debido al movimiento migratorio hacia las principales ciudades del estado. Y a pesar de que se registra un altísimo índice de natalidad, la emigración revierte ese proceso, ya que la población busca mejores condiciones de vida y desarrollo. Por otra parte, el índice y el grado de marginación son muy altos en la Sierra. En cuestión de números y estadísticas, Batopilas ocupa el lugar número 15 en el contexto nacional por esta lacra, pero otros 9 municipios de la zona padecen asimismo una muy alta marginación, y son: Morelos, Uruachi, Guadalupe y Calvo, Urique, Guachochi, Carichí, Balleza, Guazapares y Maguarichi.
¿Cómo viven en concreto, los rarámuris? Está, como ejemplo, la comunidad de Santa Elena, en el municipio de Bocoyna. Santa Elena se encuentra entre la cabecera municipal, Bocoyna, y el pueblo turístico de Creel. Las condiciones de atraso en que vive la mayoría son evidentes: no hay agua potable y deben caminar en promedio dos kilómetros para sacar agua de las pilas comunales, y si ahí no hay, van a los manantiales. La red eléctrica es insuficiente, no alcanza para cubrir a todas las viviendas. Hay acá una emergencia en la que vive la mayoría de las familias indígenas: las despensas que ofrecen los gobiernos de vez en cuando, son indispensables pero insuficientes, porque la gran mayoría sobrevive haciendo artesanías o de trabajos temporales, pues la agricultura de la que subsistían antes, ya no pueden practicarla, porque el suelo en la Sierra es superficial, porque no tienen fertilizante ni semilla, y en el colmo de los casos, no tienen ni animales para que jalen los arados rudimentarios, ya no hay, simplemente porque sale muy caro para ellos mantenerlos. Es decir, se están privando del frijol con el que se alimentaban, del maíz que es la base de su dieta y de su cultura, ni para hacer el cereal de pinole que a muchos niños les ha salvado la vida. En tiempos de aguas hay siembra de acelgas, recolectan quelites y verdolagas, y párele de contar. Y aunque existe un comedor comunitario instalado por la Sedesol, no abre siempre sus puertas, y al final, muchas de estas familias vuelven a las cuevas, en donde aún viven, con las manos vacías, y con los niños enfermos y con hambre. Estas condiciones han provocado un problema evidente: muchos de los niños de la comunidad están enfermos, con infecciones estomacales que han llegado a la garganta, los ojos y la piel, visiblemente afiebrados y desnutridos, y aunque hay una Casa de Salud en Santa Elena, como casi todas en la región, está cerrada hasta que va el médico, cada mes o incluso más espaciado.
Hay asociaciones que se autonombran sus defensoras, patrocinadoras de las artesanías indígenas, pero que en lugar de pagarles con la moneda de cambio utilizada en el país, les dan despensas alimenticias, a tanto por volumen de artefactos entregados. Igual que las haciendas porfiristas con las nefastas tiendas de raya.
La Casa de las Artesanías no es tampoco una opción aceptable. A esta institución del gobierno le acaban de cambiar el nombre por otro más rimbombante (Fomento y Desarrollo Artesanal del Estado de Chihuahua, Fodarch) y su directora, Rosa Isela Martínez Díaz, prometió que a partir del 1 de abril de este año, ellos no serán ya revendedores y que se dedicarán en adelante a ser distribuidores y promotores de este oficio. Martínez Díaz dijo que ahora practicarán la reinversión de las utilidades en programas de fomento y preservación de las artesanías. Todavía habrá que ver si cumplen con los nuevos proyectos anunciados.
Pero mientras que los artesanos no se organicen como productores y controlen la venta y distribución de sus productos y estén incluso en condiciones de hacer alianzas con las grandes tiendas, pero también, mientras que no se organicen en sus comunidades y regiones, junto con sus hermanos los chabochis (los mestizos) en la consecución de una mejor calidad de vida y por sus demandas históricas; mientras que en la Sierra de Chihuahua no haya empleos para todos, suficientes y remuneradores, en tanto que la gente acá no tenga la manera de allegarse los ingresos suficientes para tener una vida digna, la producción de artesanías seguirá siendo una actividad marginal, complementaria, nomás como para no morirse de hambre. La miseria del pueblo tiene una solución única para todos mexicanos que la padecen: hay que acabar con la pobreza dominante y con la desigualdad. Los pobres tienen que tomar el control del gobierno y poner en práctica un proyecto de nación nuevo.
La realidad del mundo es que 62 multimillonarios poseen tanto dinero como la mitad más pobre de la humanidad. Y en México, el problema es similar: de 120 millones de mexicanos, 100 millones viven en la pobreza. ¿Y qué haría al respecto un gobierno de los pobres en México? Ya lo señaló el maestro Aquiles Córdova Morán, que los economistas serios saben que la pobreza crece, y que en lo que va del sexenio, lejos de haber disminuido, ha aumentado, aunque la economía crezca, y que no hay políticas redistributivas del ingreso nacional, "Es falso –dijo el secretario general del Movimiento Antorchista- que si sólo crece la economía y se eleva la productividad, se va acabar con la pobreza". Lo que faltan, apuntó, son mecanismos para distribuir la riqueza y para eso están los cuatro puntos que propone Antorcha como estrategia de gobierno: salarios bien remunerados, empleo para todos, gasto social dirigido a las mayorías y cobrar más impuestos a los que más ganan.
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