Si bien es cierto, en los últimos días la reforma electoral es un tema que ocupa a los mexicanos y del que mucho se ha hablado al respecto, como ciudadanos no debemos olvidar nuestra historia, pues, no sería la primera vez que un individuo busca la forma de perpetuarse en el poder, ya sea de manera directa o detrás de la silla presidencial, como lo hicieran en sus tiempos Porfirio Díaz y Plutarco Elías Calles, respectivamente. 

También sería bueno recordar que quitarle el poder a quien empieza a perpetuarse en él, cuesta vidas, cuesta sangre y es precisamente este mes, en el que conmemoramos dicho suceso. Hoy más que nunca debemos estar al pendiente del desarrollo de dicha reforma.  

De manera somera, la reforma plantea sustituir al Instituto Nacional Electoral (INE) por el Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC). Pareciera que sólo es un ligero cambio en el nombre, sin embargo, el trasfondo es otro.

El INEC estará conformado por siete consejeros electos de manera popular (con esta propuesta el lector podrá entender el rumbo que quiere dar el presidente a este instituto); quitar al INE la facultad de integrar el padrón electoral, es decir, quitarle al INE la facultad de integrar la información privada de todos los mexicanos; desaparecer los órganos locales electorales dejando el control en manos del INEC, es decir, en manos del Gobierno federal; desaparecer los tribunales electorales locales dejando esta tarea de resolver la controversias electorales en manos del tribunal electoral del poder judicial de la federación, cuyos magistrados serán elegidos de manera popular, nuevamente; reducir la cantidad de diputados y senadores, los cuales serán elegidos conforme a la votación estatal, es decir, todos los diputados serán plurinominales, dando nuevamente peso a la elección popular; eliminar las restricciones a la propaganda gubernamental en procesos electorales (sí con restricciones, el presidente hace campaña, ¡imagínense sin restricciones!), entre otras más. Es claro que no es sólo agregar una letra, sino dar todo el poder al presidente de la república.

Posiblemente, alguien argumentará, al igual que Andrés Manuel López Obrador, que lo único que se busca con esta reforma es darle más participación a la población, pues los consejeros, los magistrados, incluso los diputados y senadores (de manera indirecta) serán elegidos de manera popular, pero, ¿qué tan popular es el voto de la gente? Un país donde el hartazgo por el PRI, PAN, PRD; un país donde se dan apoyos directos en lugar de inversión pública para ganar simpatía; en un país donde la compra del voto es un secreto a voces; en un país donde te coaccionan para votar por tal o cual partido para mantener tu apoyo o tu despensa; no es tan democrático como parece, ¿verdad?

Ahora resulta sencillo vislumbrar las verdaderas intenciones de López Obrador: obtener la mayoría (o el absoluto) de los consejeros, de los magistrados, de los diputados o senadores que se proponen con el INEC, para tener un control casi absoluto del país. Bien es cierto también que los demás partidos gobernaron para ellos y no para México, eso no exenta a Morena de hacer lo mismo, que los de antes robaran más no quitan el pecado a quien roba menos. Cuidado con eso.

Otro argumento para eliminar al INE es el gasto millonario, pero, en este sexenio, ¿no se han hecho ya gastos millonarios inservibles? Teniendo, en primer lugar, el gasto de un aeropuerto en el que se invirtió no sólo su construcción, sino el pago por la cancelación del anterior y, por si fuera poco, nos cuesta aún terminada la obra porque no es redituable. No hablemos tampoco del tren maya, aún inconcluso, mucho menos de las diversas consultas ciudadanas que sirvieron “pa… vendita la cosa”.

Hay quienes podrían tener cierta tranquilidad, ya que Morena no cuenta con la mayoría calificada en el Congreso de la Unión, sin embargo, tampoco lo tuvo en un principio la reforma para mantener al ejército en las calles y hoy aquí lo tenemos. Nada está dicho.